Un caso de estos días es el misterioso video -que nadie parece haber visto, pero muchos leyeron desgrabado- en que, al estilo de las comunicaciones de ETA, tres jóvenes con uniforme de combate y el rostro oculto por pasamontañas amenazaron con una posible respuesta militar violenta a los procesamientos.
Las conclusiones favorables de un episodio de talante negativo
Las noticias tienen más que dos caras. Porque se puede interpretar el hecho en sí y también sus resonancias. En el caso de la mala noticia que representa la aparición de una proclama en la que se amenaza a las instituciones, escenificada al estilo ETA, se pueden contraponer hechos de distintos signo. Del lado negativo hay un mensaje anónimo amenazante con el que nadie se solidariza. Del positivo, una inmediata toma de distancia de las autoridades militares y también de la agrupación de retirados que en los últimos tiempos había emitido una proclama protestando ante las nuevas acciones judiciales contra militares. Lo que es importante advertir es que tales amenazas no son el único agravio al que en los últimos tiempos se ha sometido a la convivencia entre los uruguayos.
A las malas noticias a veces conviene enfocarlas por las buenas repercusiones. Un caso de estos días es el misterioso video -que nadie parece haber visto, pero muchos leyeron desgrabado- en que, al estilo de las comunicaciones de ETA, tres jóvenes con uniforme de combate y el rostro oculto por pasamontañas amenazaron con una posible respuesta militar violenta a los procesamientos por delitos cometidos por integrantes de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de facto. Según se afirma, una puesta en escena muy distante de la sensibilidad uruguaya, con los anónimos expositores tras un atril con la bandera nacional y un sable, enmarcados por los pabellones de Artigas y de los Treinta y Tres.
El mensaje amenazante es en sí mismo un retroceso para la convivencia entre los uruguayos. En los 26 años ya transcurridos desde la recuperación de la democracia la sociedad uruguaya no había recibido ninguna amenaza de este estilo. Y pudo confiar -como en realidad lo sigue haciendo- en que las instituciones militares estuvieron decididamente comprometidas con su papel en un Estado democrático y bajo el mando de las autoridades elegidas por el pueblo. Así ha sido incuestionablemente en todos estos años, en que el país también vivió momentos difíciles. Y en que los relevos en la comandancia han sido decididos con entera autonomía por las autoridades de gobierno.
Así como se señala este retroceso, no puede menos que reiterarse lo que estas columnas -y no solamente ellas- han sostenido desde hace muchos años: la convivencia entre los uruguayos nada debe agradecerle a los intentos de eliminar los efectos de la ley de Caducidad, luego de dos plebiscitos.
Uruguay vivió desde principios de la década del ’60 el equivalente a una guerra civil que se prolongó hasta 1973. En que uruguayos derramaron sangre en nombre de las ajenas rivalidades de la guerra fría. Y luego se padeció una dictadura que duró hasta 1985. La salida se construyó con el ánimo de reparar todo lo reparable y propiciar la convivencia en paz de todos los implicados en el conflicto, unos y otros amnistiados en distintas leyes.
La salida ideal a un conflicto de esta naturaleza fue incluso descrita por el presidente José Mujica en un reciente libro: «Las raíces no están ahí sino en el Pacto de la Unión y su hermosísima consigna: Ni vencidos ni vencedores. Me gustaría saber cuántas guerras del mundo terminaron en una declaración de fraternidad tan elocuente. De ahí en adelante tuvimos bastante más concertación que pelea. (…) El país procesa sus diferencias civilizadamente y con apego al orden jurídico. Nos peleamos con palabras y con ideas, disponibles para todos con igual libertad. ¡Ojalá en todos lados pudiera decirse lo mismo!».
Líneas arriba se señalaba que el suceso merecía más que nada una lectura optimista. Del lado negativo hay un mensaje anónimo amenazante con el que nadie se solidariza. Del positivo, una inmediata toma de distancia de las autoridades militares y también de la agrupación de retirados que en los últimos tiempos había emitido una proclama protestando ante las nuevas acciones judiciales contra militares. Esta última, incluso, valoró que la amenaza anónima podría en realidad ser una provocación dirigida en contra de la acción legal y respetuosa de las instituciones que desde allí desarrollan su defensa de los militares objeto de estos procedimientos.
También hay que anotar en el haber una reacción política solidaria a los principios democráticos. Y, también hay que decirlo, una actitud de la opinión pública que no es fácil adjetivar (¿Descreimiento?, ¿indiferencia?) pero que en todo caso nada tiene que ver con la conmoción que seguramente esperaban estos émulos de ETA. La voluntad nacional es de paz. Y mucho más que eso: de construcción de un país en que todos se vuelquen a la busca de un destino mejor para las presentes y futuras generaciones.
En esta materia cabe volver sobre expresiones del presidente Mujica, esta vez en su mensaje a los «soldados de la patria» en la base aérea de Santa Bernardina, donde instó a «salir de la trampa del dolor. No quiero que los de hoy antagonicen por el ayer». Y ese antagonismo revive toda vez que alguien grita «ni olvido ni perdón», cuando se procesa a alguien por delitos que es imposible probar fehacientemente y también cuando alguien sale a amenazar a las instituciones.
Y el sueño de porvenir de la gran mayoría de los uruguayos, por el contrario, va por coordenadas muy distintas. Así lo expresó José Mujica en Santa Bernardina: «Hay un algo mayor que es causa común, que nos envuelve a todos, algo así como una gigantesca bandera que nos abriga y nos compromete, una especie de ‘nosotros’ anónimo, que más que actuar como un legado del pasado es una afirmación hacia el porvenir. Es el sueño, en definitiva, de que nuestros hijos sean mejores que nosotros». Que así sea.
Últimas noticias (Uruguay), 13/3/2011