Si ni siquiera se atreve a anunciar una tregua, sólo podemos concluir que ETA quiere seguir vigilando la política democrática. Para dinamitar el pacto de Gobierno, para meter a su gente en los ayuntamientos y para intentar enredar a Zapatero. Probablemente hará más gestos y pondrá a prueba la madurez democrática de la política vasca.
Cabe pensar que el video de los encapuchados de ETA con txapela y puño en alto es tan solo un entremés de lo que debería llegar a ser el anuncio del fin del terrorismo, tal como viene exigiendo la mayoría democrática de este país. Se había suscitado tanta expectación con el comunicado de la banda que los primeros titulares de la prensa digital de ayer comenzaron a expresar más un deseo que una realidad de lo que estaba ocurriendo. Y las primeras valoraciones podían inducir al error, al decir que ETA anunciaba una tregua. Porque el comunicado de ayer no fue un anuncio, como pareció en un primer momento, sino un recordatorio. Y un recordatorio dirigido intencionadamente a la izquierda abertzale que, en los últimos meses, había incrementado el nivel de presión sobre ETA para que, de una vez, realizase algún gesto ahora que todavía quedan meses para la convocatoria de las elecciones municipales y disponen de cierto margen, o eso creen ellos, para reorganizarse en las listas de las candidaturas electorales. De todos los anuncios de tregua que ha realizado la banda terrorista a lo largo de toda su historia, éste es el que menos se parece a la decisión de haber cerrado un ciclo para abrir una supuesta negociación con el gobierno de turno. Por lo tanto, parece lógico el escepticismo general de los partidos mayoritarios con el que fue acogido el video de los encapuchados. Esta vez una presunta oferta de tregua ni siquiera habría servido como muestra de la intención de ETA de cerrar el capítulo más abominable de la historia de Euskadi. Porque después de la última trampa en el año 2006, que condujo a Rodríguez Zapatero al borde del abismo provocando incluso una situación de desprestigio máximo del presidente de gobierno cuando, horas antes del atentado en la T4, predijo que íbamos a estar en relación con el terrorismo mejor que nunca, el gobierno esperaba otra decisión. Más clara. Más contundente. Más irreversible. Pero ETA ni siquiera ha anunciado una tregua. Se ha quedado mucho más corta que en sus anteriores anuncios de alto el fuego. Ayer , sencillamente, no anunció nada. Se limitó a prolongar la agonía que está sufriendo como consecuencia del acoso policial y judicial.
Si los ‘mínimos democráticos’ que los terroristas quieren pedir, aunque no están en condiciones de exigir nada al gobierno, pasan por la derogación de la Ley de Partidos, el acercamiento de presos y la anulación de la doctrina Parot seguramente sabrán que están perdiendo el tiempo. Por muchas tentaciones que haya tenido algún representante del gobierno en aprovechar la debilidad de ETA para apuntarse un tanto electoral, es ya muy tarde para plantear un pulso negociador al Estado. Ese tiempo ya pasó. El tiempo de las treguas también. Y por lo tanto, sólo queda esperar el comunicado definitivo. El comunicado de ayer fue tan poco consistente que las reacciones de los partidos democráticos no pudieron ser más escépticas. Si todo el ruido que anunciaba la izquierda abertzale se limitaba al recordatorio de ayer, su capacidad de presión sobre la banda es más limitada de lo que ellos mismos creen. El consejero Rodolfo Ares, que recordaba procesos anteriores en los que ETA anunciaba un «parón» para tomarse un respiro no pudo ser más claro al pedir que «no nos dejemos enredar con este anuncio».
En uno de los penúltimos movimientos engañosos de la banda terrorista, un abogado que conoce tan bien ese mundo como Txema Montero reflexionaba en voz alta aventurando que el final de ETA, seguramente, no se produciría de un día para otro. Que no se cerraría la persiana en cuestión de horas porque se trataría de un proceso gradual. Que apenas sería perceptible el comienzo de la tendencia a la implosión del grupo terrorista que tanto sufrimiento ha provocado a los ciudadanos inocentes en su enfrentamiento con el Estado democrático. Ahora que estamos viendo a la banda en decadencia, acosada por los resortes del Estado de derecho que intenta mostrar la imagen contraria a su fase de incipiente deterioro, se observan movimientos muy contradictorios. Pretende contrastar su debilidad con arrogancia, su necesidad con chulería y va dando palos de ciego con la ansiedad de presentarse ante su mundo, ante la izquierda abertzale que le pide gestos que demuestren su voluntad de acabar con la violencia, con la petición de una prórroga hasta que se produzca el paso definitivo. Puede ser que nos encontremos en el principio del fin pero las señales que ayer envió ETA no despejan las dudas fundamentales sobre el futuro inmediato de la banda. ¿Piensa dejar de extorsionar para seguir manteniendo su macabro negocio? ¿Va a dejar de ordenar que el terrorismo callejero campe por sus respetos? ¿Va a seguir robando vehículos, armas o reclutando jóvenes de la cantera? No parece que el «parón» vaya a afectar la rutina terrorista en todos sus frentes. Por lo tanto, el escepticismo, con la excepción de los abertzales que mantienen líneas abiertas con la Batasuna ilegalizada, se ha generalizado en todos los partidos que esperaban mucho más. Si esto es todo lo que ETA está dispuesta a decir, que ni siquiera se atreve a anunciar una tregua, sólo podemos concluir que, de momento, ETA quiere seguir vigilando la política democrática. Se mantiene a la expectativa. Para dinamitar el pacto del Gobierno de Patxi López. Para meter a su gente en los ayuntamientos. Y para intentar enredar al presidente Zapatero. Probablemente hará más gestos y pondrá a prueba la madurez democrática y la experiencia de tantos años de la política vasca.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 6/9/2010