LIBERTAD DIGITAL 09/01/17
EDITORIAL
· Gran parte de la izquierda anda embarcada en una campaña infame de blanqueamiento de la peor organización terrorista que haya padecido España.
Entre las habilidades características de la izquierda y el nacionalismo figura el uso de una terminología que tiende a justificar y blanquear el terrorismo, califica de «lucha armada» un asesinato por la espalda o el efecto de un coche bomba accionado a distancia y considera a los criminales como «guerrilleros», «activistas» o «luchadores» en vez de lo que en realidad son: asesinos, secuestradores, chantajistas, delincuentes de la peor especie.
En la lucha contra el terrorismo etarra ha habido muchos frentes, desde el policial al internacional, y algunas batallas perdidas. Los terroristas encontraron cobijo y amparo primero en el sur de Francia y luego en Hispanoamérica, donde tiranías socialistas como la castrista y la chavista convirtieron sus países en santuarios para los criminales de la banda. También encontraron la complicidad de una izquierda siempre dispuesta a edulcorar y justificar las atrocidades cometidas en su nombre, ya fueran de signo internacionalista, nacionalista, ácrata o anticapitalista.
En el frente del lenguaje, la determinación de la izquierda y una mezcla de complejos y estulticia de todo lo que no es la izquierda han inclinado la balanza a favor de los asesinos y de sus cómplices. Casi siete años después del último asesinato de ETA y cinco del anuncio de que ésta cesaba sus «acciones», la banda criminal ha conseguido que una buena parte de la izquierda española, desde los partidos a sus terminales mediáticas, asuma el perverso lenguaje de la «lucha armada». Ahora, los terroristas expatriados son «refugiados» para periódicos como Público, Podemos agita el fantasma de los GAL contra el PSOE en el Congreso como coartada para el asesinato de cerca de un millar de personas, el PSOE asume y el PP mete la cabeza debajo del ala.
Las víctimas de los etarras, de los «refugiados» en Hispanoamérica, de los «gudaris» que han soportado el exilio en el Caribe, yacen en los cementerios de toda España y sus deudos son despreciados por un relato que ensalza a los verdugos y esconde las matanzas tras el velo de una reconciliación en la que los asesinos son los héroes y sus víctimas, daños colaterales en el mejor de los casos, carne de cañón que no merece ni siquiera una cita a pie de página en la nueva historia de la paz y la reconciliación.
Resulta estremecedor por otra parte contemplar cómo quienes abogan por el olvido de los crímenes de ETA se afanan en escarbar las cunetas para rescatar los cadáveres del franquismo, la manera de eludir la historia reciente de España en favor de la pasada, el rasero moral de una izquierda que asciende a los terroristas de criminales a «refugiados» sin que casi nadie enarque una ceja ante semejante manipulación de los hechos y desprecio a las víctimas.