FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 12/02/14
EDUARDO URIARTE
Debiera tener especial cuidado el presidente del Gobierno en sus contactos con el PNV en todo lo que se refiere al final de ETA porque pudiera salir maltrecho. Acercarse a un relato tan barroco como el que el nacionalismo ha construido sobre el amortajado cadáver de ETA es peligroso y puede resultar contraproducente. El marco del final, eufemísticamente transformado como la solución de las consecuencias del conflicto, o la definitiva consecución de la paz, o el auténtico proceso democrático, o como quieran confundir la realidad, puede convertir a cualquiera que se acerque, incluido el presidente, en un mal puntillero que acabe resucitando a la bicha. Pues no sería la primera vez que ETA ganara una batalla una vez muerta y que incluso resucitara.
Debiera recordar Rajoy, o Quiroga, o el titular de Interior (abad del Monasterio del Interior como se le califica con humor), que el PNV como interlocutor en el tema ETA ha sido desde hace tiempo parte interesada. Muy preocupado en buscarle un fin digno desde que el IRA al abandonar la violencia dejara a ETA como la única organización terrorista en Europa. Antes, tras las movilizaciones de Ermua, ya decidió evitarle un final traumático optando por constituir con ella un estratégico frente común bajo el soberanismo en Estella. De esta manera unió su futuro al del nacionalismo radical. Aunque el PNV no sea la misma cosa que Sortu o ETA no cabe duda que tiene sus lazos con ese mundo, quiere tutelarlo, a la vez que desea sacar réditos del velatorio. Se puede correr el riesgo de que al final todo invitado en él, que no sea de la familia, acabe pagando el festín y resucitando al muerto.
En el pasado todo lo que el PNV dijera sobre la banda, además de ser falso, fue encaminado a defenderla ante su irremediable final. Enunciaba como dogma de fe su imbatibilidad por la policía, cuando ha sido la actuación policial la que ha permitido, salvo que la resuciten los políticos, que ETA desaparezca. En unión con la jerarquía católica vasca profetizó sobre las funestas repercusiones que iba a tener la ley de partidos sobre los acosados por la banda, cuando, por el contrario, bien vino para ver a una ETA sin salida presionada por su brazo político. Acabó asumiendo el conflicto con España que ETA inventó poniendo cadáveres sobre la mesa, haciendo suyo el malvado silogismo de que si hay muertos lo normal es que haya conflicto, negando la posibilidad de que una parte ponga los muertos para hacer ver que hay conflicto.
Además, el PNV se ha preocupado por traer a Euskadi, y si es posible sacarlos a la calle, a los presos, a la vez que reclama echar de Euskadi a los guardias civiles (que son los que han acabado con ETA). Y hace ya tiempo descubrió que las molestias que ETA le creara era un pequeño precio a pagar ante las ventajas que le suponía en la reivindicación de sus privilegios y el papel de centralidad política que su existencia le otorgaba. Para colmo quiere hace comparable las víctimas del terrorismo con otras víctimas, amalgama su existencia con las del GAL o con las de abusos policiales, proponiendo el esperpéntico disparate de que se impartan conferencias en los colegios sobre los abusos policiales cuando tan difícil es en este país que las víctimas de ETA se acerquen a ningún colegio. Si echa el PP mano a estos recuerdos es probable que llegue a la conclusión de que en el tema ETA el PNV no es de fiar, y que no es bueno acercarse de su mano al velatorio.
Una vez muerta ETA el nacionalismo intenta aprovecharla hasta el rabo. Para ello lo que necesita es demostrar que no está muerta del todo proponiendo medidas para que no vuelva a actuar, como salida de presos y que se vayan los guardias –después vendrán otras, pues ya las elaboraron en las negociaciones de Loyola-. De paso, haciendo ver que no se ha ido del todo -pues la presión policial y la ley de partidos no podían acabar con ella- intenta reafirmarse en sus errores del pasado, sacando beneficio de cualquier encuentro sobre el tema en el único sentido en que se puede sacar: debilitando al Estado de derecho y reforzando políticamente a la comunidad nacionalista.
Para evitarlo el Gobierno debiera vencer la tentación, en la que el PSOE cayó, de intentar capitalizar el final de ETA. Tiene que huir de cualquier encuentro. Debiera rechazar aparecer en la foto de su momento final, pues suele ocurrir a los políticos actuales que en su afán de aprovecharse de las cámaras, deslumbrados por los focos, no sean capaces de descubrir la publicidad, la legitimidad, y el prestigio, que tal hito, por supuesto “histórico”, otorga a una cuadrilla de pistoleros y a sus amigos. Capitalizar o manipular cualquier fenómeno terrorista suele acarrear la victoria de los terroristas (que se lo pregunten a la CIA con el fenómeno talibán).
Como se haga un cuadro solemne y apologético del final de ETA tengan ustedes presente que el final se convertirá en el principio apologético de la resurrección de ETA. A los muertos hay que dejarlos en paz, ni caso. Créanse, señores del Gobierno y del PP, que ETA está derrotada, y dejen de actuar como si no fuera así. Pues la manera más natural de demostrar que ETA está derrotada es negarse a negociar sobre el tema. Otra cosa es que todo Gobierno deba atender la política penitenciaria, y en ella, como plantea nuestra Constitución, de forma unilateral proceda a un plan de reinserción social de los preso de ETA con delicado escrúpulo a la legalidad vigente, como se estaba haciendo en la llamada vía Nanclares. Vía que fue la primera perjudicada en el proceso de paz negociado por los socialistas.
Lo que de verdad quiere el PNV es dejar claro el conflicto con España, aunque ETA haya desaparecido. Para ello le viene bien mantener que no haya desaparecido del todo, pues estén seguros que dejará caer la amenaza de la posibilidad de su vuelta si no se cierra bien el pasado, es decir, si no se cierra a su gusto. Le es necesario mantener la supervivencia del conflicto con España a pesar de que ETA ya no mate, pues constituye la causa necesaria para justificar por el mundo cualquier aventura secesionista. Antes, con Ibarretxe, planteaba la necesidad del soberanismo para la desaparición de ETA, hoy explica que como no hay terrorismo se puede democráticamente proponer la secesión de Euskadi, como si la secesión no fuera la menos democrática, la más antidemocrática, de las opciones al romper los vínculos políticos de convivencia entre ciudadanos de un mismo pueblo. Ahora que no matamos es lógico que nos separemos, cuando es precisamente lo más ilógico.
Volvamos al principio, dejemos en paz el fin de ETA, que ya está en su final, no vaya a ser que por manipularlo no lo sea. Pues ha bastado que se conocieran rumores de la entrevista de Urkullu y Rajoy para que se haya armado la bronca entre el lehendakari y Quiroga. Y es que en la mayoría de los velatorios, cuando es tan diferente la opinión sobre el muerto lo mejor no es acudir. Ha bastado el conocimiento de dicha reunión para que ETA se haya visto obligada a removerse en el ataúd, visto que se hablaba de ella en la Moncloa, y sacar su enésimo comunicado para decir la mismas de siempre tan exageradamente publicitadas por unos medios de comunicación tan hiperactivos como los políticos en el asunto de ETA. Mientras más se le haga caso al PNV en tratar del tema más se le resucitará a ETA, y más pasitos dará este partido a favor de un relato nacionalista en el que no sólo se exculpe a ETA sino que se le otorgue su legitimidad, por supuesto, histórica. Dejen las resurrecciones para el Nuevo Testamento.
Eduardo Uriarte Romero