Casi nadie esperaba otra actitud después de localizarse una furgoneta con material explosivo en Zamora. Cuando ETA mató a Gregorio Ordóñez hace 15 años, también el entorno de la banda estaba en un debate de entretenimiento. Si ahora la dirección etarra dice que apoya las vías políticas pero sin renunciar a seguir practicando el terrorismo, no hay debate posible.
Sin otra novedad en el frente de la izquierda abertzale que el cerrojazo que ha dado la dirección de ETA al debate. Eso es lo que significa el comunicado con el que ayer los terroristas pretendieron zanjar las discusiones que sus representantes políticos habían mantenido dentro y fuera de la cárcel. Nada más lejos de pensar en la posibilidad de que se acabara, al fin, la pesadilla del terrorismo. No hay abandono de las armas. Ni un atisbo de esperanza en que quieran echar el cerrojo a su negociado, aunque esté cundiendo el desfallecimiento en el ánimo de su mundo, cada vez más cuestionado socialmente y más perseguido por el Estado de Derecho.
Casi nadie esperaba otra actitud de la banda después de que la semana pasada la Policía localizara una furgoneta cargada de explosivos. Un hallazgo que vino a dar la razón al ministro Rubalcaba, que había alertado a la ciudadanía del peligro de que ETA estuviera planeando volver a la carga. El entramado político de la banda, de todas formas, no había llegado al fondo de la cuestión en sus discusiones. Quizás porque en ningún momento se atrevió a plantear con claridad y sin subterfugios si debía continuar, o no, la violencia terrorista. Frío, Frío.
Lo que se traían, entre documentos, era el control del mando: si se debía mantener todo el conglomerado radical bajo el dominio de la banda, y seguir sumisos a sus directrices, o desplazar el liderazgo a los portavoces políticos quedándose ETA tutelando todos los movimientos, pero desde la retaguardia. Y el comunicado deja entrever tal preocupación por mantener la unidad que sus escribanos resaltan la importancia de la política reconociendo que, a través de la violencia, no van a conseguir nada.
Pero se reafirman en querer desgastar al Estado con sus abominables métodos. Mandan, como casi siempre con una excepción, quienes tienen las armas. Y todos los partidos políticos, menos EA, se han fijado en lo fundamental del mensaje: que ETA quiere seguir manejando su capacidad de intimidación practicando el terrorismo.
Sólo Eusko Alkartasuna prefirió fijarse en lo accesorio, en su reconocimiento de la validez de las vías políticas. Una aseveración, la del reconocimiento de que su fortaleza reside en la lucha política, que lejos de suponer una apuesta, más bien parece un reconocimiento nostálgico de una realidad pasada. Una realidad de la que se beneficiaron, antes de que la Justicia los ilegalizara, cuando los representantes políticos de ETA podían utilizar las instituciones, como fuente de influencia, ingresos y protección. Tiempos pasados que sin duda quieren recuperar cuanto antes para poder presentarse en las próximas elecciones municipales y forales.
El próximo sábado se cumplirán quince años del asesinato del popular Gregorio Ordóñez. En todo este tiempo, las verdades soltadas a bocajarro por aquel dirigente sin complejos se han venido concretando en la lucha contra el terror. A finales de la década de los ochenta, a muchos políticos les recorría un sudor frío por el cuerpo cuando oían al concejal popular de San Sebastián clamar por una política de firmeza y sin concesiones con el mundo de ETA. Al final, y después de todos los experimentos posibles la Ley de Partidos, ha tenido que despejar el campo contaminado. Ordóñez fue la primera víctima de todo un ciclo oscuro de crímenes contra cargos públicos. Cuando ETA lo mató, también el entorno de la banda estaba inmiscuido en un debate de entretenimiento. Tanto fue así que, al día siguiente de su asesinato, EL CORREO tituló ‘ETA revienta el debate’.
Si ahora la dirección terrorista dice que apoya las vías políticas pero sin renunciar a seguir practicando el terrorismo, no hay debate posible. Salvo que Otegi y sus socios se atrevan a iniciar el camino por su cuenta (una situación difícil de imaginar porque el dirigente abertzale ya explicó en más de una ocasión que esta aventura no la haría sin ETA), las voces de los llamados moderados se difuminan con la niebla del paisaje y la espesura de su propia historia.
Mientras no tengan el coraje y la habilidad que mostraron los dirigentes de ETA-pm (séptima asamblea) cuando decidieron abandonar la intimidación terrorista, los debates sin hechos no tendrán ninguna credibilidad. En el proceso de disolución de aquel grupo, en 1982, fue decisiva la influencia de Mario Onaindia y la colaboración de Juan Mari Bandrés. Pero en el entorno de Batasuna no han tenido hasta ahora mentes tan lúcidas, tan brillantes. Ni dirigentes tan generosos y decididos. Hay que echarle un par de razones para explicar a los terroristas, desde dentro, que lo tienen que dejar.
Onaindia lo hizo porque ejercía una autoridad moral reconocida sobre una parte de la banda. En Batasuna, siguen sin levantar la voz a ETA. Mientras tanto, los cantos de sirena pretenden envolvernos. Se tornan más sonoros a medida que se acortan los plazos para la próxima convocatoria electoral. Y cuatro incautos y diez aprovechados insisten en que a la izquierda abertzale no le dejan expresarse. Pero ETA sigue tutelando el tinglado de la izquierda abertzale, y desde Aralar, que conocen a sus clásicos como nadie, así lo han entendido.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 18/1/2010