A LA SOLEMNIDAD con la que el presidente del Gobierno anunció anoche el «final» del terrorismo en España una hora después de que tres encapuchados comunicaran que ETA ha acordado el «cese definitivo de su actividad armada» cabe responder con rotundidad que la banda sigue activa. En la reserva, si se quiere, pero activa. El matiz, fundamental, que ni Zapatero ni su Ejecutivo han querido ver ni ayer ni en los últimos meses, es que la ausencia de atentados no supone la desaparición de ETA, que sólo será verdadera cuando entregue las armas y se autodisuelva sin contrapartidas políticas.
Cuando Zapatero se refirió anoche a «este final» de la banda, iba un paso más allá de lo que fueron los encapuchados. Los etarras no sólo no dijeron que vayan a desaparecer, sino que subrayaron que si se quiere entrar en un «nuevo ciclo», el de «la superación de la confrontación armada», ello requiere una negociación con «diálogo directo». En las actuales circunstancias, no hay garantía alguna de que no pasemos del «cese definitivo» a la reanudación de atentados si ETA no ve satisfechos sus objetivos en esa negociación. Si lo «permanente» podía dejar de ser «permanente», ¿por qué lo «definitivo» habrá de seguir siéndolo?
Habrá quien argumente que las condiciones que pone ETA son pura retórica para no ofrecer ante su público una sensación de derrota. Pero puestos a dudar del comunicado, cabría hacerlo también de su totalidad. No sería la primera vez que ETA ha mentido al anunciar su inminente desaparición. En octubre de 1998, portavoces de la banda declaraban a la BBC que su generación no volvería a «coger las armas». Pues bien, en esas fechas los terroristas estaban preparando su próximo asesinato. Hay que ser prudentes porque la sensación de fascinación colectiva ante el amanecer de una España libre de coches bomba ya la hemos vivido en otras ocasiones. Hoy el anuncio es más peligroso si cabe por producirse a un mes de las elecciones, en las que el brazo político de los etarras aspira a conseguir unos grandes resultados para lanzar en el Parlamento su órdago separatista.
El presidente del Gobierno se aferró ayer al penúltimo párrafo del comunicado de ETA, pero obvió la apología del terrorismo que contiene, especialmente escarnecedor para las víctimas. «La lucha de largos años ha creado esta oportunidad», señala el documento, justificando así su casi mil asesinatos. Mientras ETA siga tratando de rentabilizar su historial criminal, utilizando su propaganda para la movilización y obviando el perdón a las víctimas no habrá llegado el «final» del terrorismo.
Es verdad que es la primera vez que ETA utiliza exactamente la expresión «cese definitivo» de la violencia, y que eso puede interpretarse como un paso más hacia su desaparición, pero la situación no supone un cambio demasiado significativo respecto de lo que teníamos ayer hasta las siete de la tarde, cuando aún permanecía vigente el «alto el fuego permanente, general y verificable». Y queda la sensación amarga de que el Ejecutivo ha cambiado la derrota de ETA por su entrada triunfal en política, de que la banda no ha sacado la bandera blanca, sino la pirata. En todo caso, si diéramos por bueno el voluntarismo de Zapatero y de quienes opinan que este es el punto final de la banda, deberíamos tomarles la palabra: dado que ETA está muerta, que no se le haga una sola concesión. Más aún, si el abandono de las armas es sincero, cabría exigir a los terroristas lo que ayer apuntaba Rosa Díez: que ayuden a esclarecer los más de 300 atentados que todavía están sin resolver.
Sorprende la reacción de Rajoy de celebrar el comunicado de ETA asegurando que se ha producido «sin ningún tipo de concesión política». Sus palabras deslegitiman todo el discurso previo del PP, que denunció, con razón, que la legalización de Bildu y la conferencia-festival de San Sebastián eran cesiones a la banda. O bien su respuesta obedece a un intento por evitar dar ventaja a Rubalcaba ante el 20-N o no es consciente del problema que le espera si llega al Gobierno. Porque lo único que queda claro del episodio de ayer es que al margen de que ETA cumpla o no sus promesas, sus representantes políticos tendrán más fuerza que nunca.