Editorial-ABC
- Apenas el 4 por ciento de los estudiantes vascos es consciente de que ETA existió, pese a que el rastro de la banda perdura en una sociedad abonada al olvido
Veintiocho años han pasado desde el asesinato a manos de ETA de Miguel Ángel Blanco, ejecutado de un tiro en la nuca el 13 de julio de 1997. Héroe a su pesar de la lucha democrática librada contra el terror y el totalitarismo de la banda, el concejal de Ermua ha desaparecido de las aulas en las que los jóvenes vascos aprenden su propia historia. No son los herederos políticos de ETA quienes se molestan ya en borrar las huellas de un pasado marcado por el crimen organizado, la extorsión y el miedo, sino el propio PSOE, beneficiario de los votos de EH Bildu en el Congreso y cuyos diputados autonómicos votaron el pasado marzo contra una proposición no de ley para instar a que el sistema educativo regional incluyera de forma obligatoria contenidos curriculares sobre la banda terrorista y el impacto que tuvo en la sociedad. Aquella obligación –más moral que académica, sin otra intención política que la del civismo y la salud democrática de los futuros ciudadanos vascos– quedó reducida a un simple módulo cuya integración en los planes de estudio quedó en manos de cada instituto, libre para asumir o rechazar una lección éticamente ineludible, más aún en una comunidad autónoma que como ninguna otra sufrió el zarpazo del silencio y del terror de ETA, de la intimidación y el sometimiento. ABC publica hoy que solo el 2,7 de los institutos vascos han impartido los contenidos sobre terrorismo elaborados por el Gobierno regional, de por sí discutibles: de los 502 centros repartidos por la comunidad autónoma, solo 14 han incorporado estas enseñanzas, lo que se traduce en que apenas el 4 por ciento de los estudiantes es consciente de que ETA existió, pese a que el rastro de la banda, adecentado por sus apologistas y blanqueado por el propio Ejecutivo, perdura en una sociedad abonada al olvido, cuando no perturbada por el dogma de un conflicto inexistente entre demócratas y pistoleros. Tampoco los colegios vascos tienen por costumbre visitar el Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria, centro documental cuyas lecciones deberían ser obligatorias para cualquier adolescente que se prepara para ejercer como ciudadano, hurtado en el País Vasco del conocimiento sobre una parte esencial de su historia, inexplicable, tanto como el presente de su comunidad autónoma, sin el siniestro papel protagonista de ETA, organización criminal cuya actividad tampoco forma parte de la enseñanza secundaria de Cataluña y Comunidad Valenciana.
La progresiva imposición del relato histórico elaborado por los herederos de la banda terrorista pasa por el borrado de la tragedia que dejó tras de sí, hasta eliminarla de los planes de estudio y dejarla como una simple opción que apenas un 2 por ciento de los centros escolares se atreve a impartir. ETA desapareció como organización criminal, pero el miedo permanece, así como un silencio que llega a las mismas aulas, genuinos templos del desconocimiento y de la ignorancia planificada. Como sucedió con la ley de memoria democrática, visada en las Cortes por los diputados de EH Bildu, el PSOE mueve el árbol y los proetarras, ahora convertidos en ‘hombres de Estado’, recogen las nueces. El fruto no es otro que el de una sociedad condenada a enfermar, tal y como planeó la banda terrorista, aquella que nunca existió en los manuales de Historia que circulan por los institutos vascos. En un mayúsculo ejercicio de hipocresía, hasta superar el umbral de la irresponsabilidad, el PSOE alerta contra la ‘ola reaccionaria’ mientras consiente que los herederos del peor totalitarismo, quienes asesinaron a Miguel Ángel Blanco un día de julio de 1998, impongan su visión de la historia del País Vasco como paso previo al dictado de su futuro.