ETA necesita cometer atentados como el de Burgos para que muchos de los suyos crean más en los jefes de la banda que en Alfredo Pérez Rubalcaba. Porque el discurso de dureza del ministro del Interior está calando en algunos sectores, paradójicamente en sectores que representaban hasta hace poco la máxima radicalidad en la izquierda abertzale.
Siete meses más tarde – mañana, día 31, es el aniversario– uno de aquellos jóvenes, José Luis Alvarez Enparantza, «Txillardegi», le hizo llegar al presidente del Gobierno vasco en el exilio, José Antonio Aguirre, una carta explicándole la ruptura y la creación del nuevo grupo. Para conmemorar el aniversario, ETA se había propuesto realizar a lo largo de este 2009 una serie de actuaciones propagandísticas, pero hasta ahora no le ha salido ni una.
Quería hacer un «comunicado histórico» en el Aberri Eguna, pero el único recuerdo que queda es que amenazó al Gobierno de Patxi López; quería conmemorar en junio el aniversario de la muerte de Txabi Echebarrieta, pero se les olvidó; quería editar decenas de miles de ejemplares de una revista interna, pero los originales los debe tener la policía; querían escribirle cartas al PNV y a Ibarretxe, pero el PNV perdió el poder y el ex lehendakari medita en casa su futuro profesional. Y también quería otra cosa: matar a miembros del PNV.
La banda terrorista no está para desarrollar virguerías propagandísticas de aniversario y se conforma con hacer lo que sabe, colocar coches bomba como el de Burgos o bombas lapa como la que mató al inspector Eduardo Puelles, para demostrar a los suyos que sigue existiendo. Y de paso tratar de presionar al Gobierno. «Les haremos sentarse de nuevo para reconocer los derechos de Euskal Herria», escribieron los dirigentes de ETA el 6 de noviembre del pasado año en un comunicado redactado con tono de matón de barrio.
El mismo comunicado en el que, por cierto, pedía a los ciudadanos que se alejaran «de los cuarteles de los enemigos». ETA necesita atentar para acallar las voces que dentro de sus filas cuestionan la viabilidad de las armas para conseguir éxitos políticos, las voces de aquellos que ya no creen que pueda volver a repetirse una negociación con el Gobierno por muchos coches bomba que pudieran poner.
ETA necesita cometer atentados como el de Burgos para que muchos de los suyos crean más en los jefes de la banda que en Alfredo Pérez Rubalcaba. Porque el discurso de dureza del ministro del Interior está calando en algunos sectores, paradójicamente en sectores que representaban hasta hace poco la máxima radicalidad en la izquierda abertzale.
El escrito conocido hace poco del abogado y preso Txema Matanzas es buen reflejo de esa realidad: «Vamos, no es que yo lo intuya (que no va a haber negociación), es que Rubalcaba y compañía lo repiten hasta la saciedad y lo dicen porque lo tienen más claro que el agua y porque se sienten con fuerza para mantener esta posición.
Y nosotros podemos hacer dos cosas, seguir diciendo lo de ‘bueno, eso dicen, pero por debajo están deseando que les llamemos a la puerta, porque nos necesitan por lo de la crisis’ o entender de una puta vez que no, que lo dicen porque lo tienen más claro que el agua». Como ha ocurrido otras veces en ETA, los jefes que están en libertad se creen que ellos lo pueden todo con las armas e ignoran las críticas de sus compañeros.
Hasta que ingresen en prisión y empiecen a ver las cosas de otra forma. Como les ha pasado a Txelis, a Pakito, a Urrusolo Sistiaga, a Carmen Guisasola y tantos otros. Pero entonces ya no tendrán el poder que hoy tienen y serán un número más despreciado por sus sucesores.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 30/7/2009