EL MUNDO 16/06/13
Portavoces de sus huidos piden «que los procedimientos judiciales se suspendan» y que el Estado asuma su «verdad»
Se trató sencillamente de un acto de sublimación del terrorismo que se celebró con toda impunidad en Biarritz y en el que los verdugos se hicieron pasar por las víctimas entre cartas lacrimógenas, vídeos sentidos, canciones épico sentimentales y mucha música de violonchelo.
Así, los huidos de la banda reclamaron la suspensión de los procedimientos judiciales, volver con «dignidad», hacerlo cuando se cumplan las aspiraciones políticas por las que tuvieron que irse y que se asuma su «verdad» de lo ocurrido en el País Vasco.
El resumen lo realizó uno de los miembros del colectivo, Jon Garmendia, cuando tomó la palabra: «No tenemos ni miedo ni vergüenza para reconocer qué somos y quiénes somos». Ésa es su «propuesta de solución al conflicto». Ni asomo de un hipotético «reconocimiento del dolor causado». Al contrario: aplausos a las imágenes de terroristas y gritos de «golpear hasta el final».
Lo que no dijo Garmendia es que los que no tienen delitos podrían volver hoy mismo, pero es la propia ETA la que lo impide porque forman parte de su estrategia de utilizar a la sociedad vasca como presión para que el Ejecutivo se siente a negociar los objetivos que no consiguieron asesinando. Y tampoco dijo que algunos de los que regresaron al sur de Francia al carecer de causas pendientes se saltan las normas y se suelen acercar al País Vasco.
Se trataba de reclamar una solución para los huidos y deportados de ETA (más de 200 en estos momentos), y miles de personas se reunieron en el Hall Irati de la localidad francesa para arropar a los más de 60 miembros de la organización que subieron al escenario. Su propuesta se dividió en tres partes: primera, «que todas las condenas y procesos judiciales basados en torturas y las extradiciones y expulsiones vinculados a éstos, queden anulados», y se garantice «la libertad de movimientos de confinados y deportados». Según argumentaron, «está reconocido internacionalmente que el Estado utiliza la tortura», con lo que se entiende que la solicitud de anulación de sentencias aspira a ser bastante amplia.
Después pidieron «medidas para garantizar la dignidad» de los que denominaron «exiliados en situación de exclusión» (es decir, los huidos sin reconocimiento político en el país en el que se ocultan); y, finalmente reclamaron «que se cuente nuestra verdad» a toda la sociedad vasca.
Negaron que quisieran ser los interlocutores del Gobierno en este asunto porque consideran que esa negociación la debe protagonizar ETA. Su reclamación iba dirigida al pueblo vasco, «a vosotros», según la apelación de Garmendia, a los agentes políticos y sindicales «a los que pedimos apoyo» porque –y aquí descartaron salidas individuales– su premisa es que «no sólo hay que resolver la situación de los exiliados, sino que hay que resolver el problema político que dio origen a los exiliados».
La convocatoria había causado expectación porque varias asociaciones de víctimas habían pedido a los ministerios del Interior español y francés que la policía detuviese a aquellos que se arriesgasen a presentarse en el acto aun teniendo causas pendientes. No pasó nada. En principio, todos los que subieron al escenario para esgrimir la rama de roble de la construcción nacional –ya no la de olivo gafada mostrada por Otegi en 2004 – tenían los papeles en regla.
La mayor parte había consultado con la Audiencia Nacional y había pedido su documentación española a las embajadas; hecho que revela la gran falacia de su escenificación victimista. En cualquier caso, los organizadores controlaron sus imágenes y prohibieron a la prensa abordarles.
Algunos de los etarras que pudieran entrar en conflicto y que han sido designados miembros del Comité de Refugiados enviaron una grabación desde Cuba o Cabo Verde –lugares a los que fueron deportados cuando Francia se negaba a conceder extradiciones y en los que tienen una vida pefectamente asentada y algunos, muy rentable–, y lo hicieron con la lección bien aprendida.
«Estamos de acuerdo con vuestra trayectoria», dijeron para que quedase claro que respaldan el «cese definitivo»; «con días de lucha como éste, lograremos la independencia», arengaron; «hemos de salir todos juntos», advirtieron a los que tienen más prisa; «con dignidad y con principios», para que quede claro que no a cualquier precio; y «hay que seguir luchando a nivel institucional, pero también impulsando la desobediencia» como nueva estrategia una vez superados los asesinatos. Casualmente, la hoja de ruta recogida por la dirección de ETA en su último documento interno.
Pero si algo resultó llamativo fue su concepto del «relato», ése que reclaman para el establecimiento de su «verdad». Una carta de una chica explicando la tristeza de tener que dejar su casa, la dulzura y solidaridad con la que le trataron sus compañeros cuando pasó a la clandestinidad y lo mucho que vale la pena mantenerse en la banda fue el hilo argumental. Aquí se unieron testimonios en los que los etarras aseguraban haberse ido siempre por miedo a que les torturasen, por los GAL, por la represión de un Estado brutal idéntico al franquista, por la libertad de Euskadi. Ninguno había incurrido en ningún delito porque los «motivos políticos» por los que asesinaron, secuestraron y mataron son, simplemente «una lucha hermosa» por la que merecen ser tratados como héroes. «Gracias», les dijeron.