Con el paso dado, ETA busca permitir el juego de Brian Currin y el resto de abajo firmantes de Bruselas, y también el de Batasuna. Los primeros, buscando un papel de pacificadores que nadie les reconoce, y los segundos, buscando el camino de la legalidad. ETA ha movido ficha para quitarse presión y transmitírsela al Gobierno.
Después de 519 días sin cometer un solo atentado en territorio español y pasados diez meses desde que ETA se viera obligada a establecer un parón técnico para dedicar todos sus esfuerzos a la reorganización interna, la banda terrorista ha anunciado una tregua. La incapacidad para mantener un mínimo nivel de actividad violenta se ha unido a las presiones que estaba recibiendo desde el ámbito internacional a través de los firmantes de la Declaración de Bruselas y de su entorno social a través de Batasuna a la hora de anunciar el alto el fuego.
ETA, a pesar de las dificultades y de su situación de debilidad crónica, sigue creyendo en la eficacia del terrorismo para conseguir sus objetivos políticos y no está dispuesta a renunciar a las armas y por eso se abstiene de decir que abandona la violencia. Pero necesita también seguir conservando el respaldo de su base social y el apoyo de aquellos sectores internacionales, como los canalizados por Brian Currin en la Declaración de Bruselas que le reclamaban una tregua.
Durante meses, ETA se ha resistido a dar el paso. Consideraba y considera que las treguas no podían ser unilaterales, que debía obtener contrapartidas y que el alto el fuego debería ser el primer paso para el inicio de unas negociaciones políticas. Las treguas del pasado habían sido así: las de 1989 y 2006 negociadas con el Gobierno de turno y la de 1998 con el PNV y EA. Todas ellas con sus correspondientes contrapartidas.
Sin embargo, ETA se ha topado ahora con la negativa del Gobierno no sólo a negociar contrapartidas, sino a repetir experiencias del pasado como la de poner en marcha un diálogo con la banda después de una tregua. La debilidad del grupo terrorista es la fortaleza del Gobierno, que puede mostrarse exigente con ETA.
En esa tesitura, sin capacidad para forzar por las malas una repetición de los procesos pasados, la banda se ha visto obligada a ceder ante los suyos lo mínimo -la apertura de una tregua-, manteniendo sin cambios lo que considera fundamental como es la validez de la lucha armada y la exigencia de contrapartidas políticas a cambio de abandonarla.
Con el paso dado, ETA busca permitir el juego de Brian Currin y el resto de abajo firmantes de Bruselas, por un lado, y de Batasuna, por otro. Los primeros, buscando un papel de pacificadores que ni el Gobierno español ni las instituciones vascas les reconocen y los segundos, buscando el camino de la legalidad.
ETA ha movido ficha para quitarse presión de encima y transmitirla sobre los hombros del Gobierno que, a través de su vicepresidente, reaccionó ayer de manera clara y adecuada. Es preferible que ETA esté en tregua oficial a que no lo esté, pero fiarse de la banda terrorista es un deporte de riesgo.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 11/1/2011