EL MUNDO 13/09/13
ETA ha vuelto a establecer contacto con los verificadores internacionales y ha urdido un plan para intentar involucrar al Gobierno: tiene pensado anunciar su «disposición» a «sellar» todos sus depósitos de armas y «empoderar» al Grupo de Verificación internacional para ser el testigo y el garante.
La condición que, en principio, impondría para proceder al cegado de esos arsenales es que el Ejecutivo de Mariano Rajoy reconozca a su vez al grupo de verificación como el válido para dar fe de que ese paso se ha dado, estableciendo así una interlocución aunque sea indirecta.
Según fuentes de la lucha antiterrorista, el Gobierno no tiene intención de aceptar y, además, tiene en su poder datos que acreditarían que el asunto del sellado no afectaría, en realidad, más que a un número simbólico de armas y que no es el preludio, al menos por el momento, de un plan de desarme por parte de la organización, dado que en ninguna reunión, dicen, ha contemplado esa posibilidad. En realidad, sostienen, ETA pretende lanzar un señuelo para que el Ejecutivo se vea obligado a aceptar otras muchas condiciones previas, desde la inmunidad de los encargados de los zulos, el cambio de las leyes y una salida para los presos a la designación de un tercer país para sus interlocutores, etcétera.
El asunto tiene su origen en la pretensión de la banda de negociar directamente con el Ejecutivo lo que denomina «las consecuencias del conflicto», aparentando que se trata de dos partes con igual nivel de legitimidad y que lo suyo no ha sido una derrota sino una negociación. Anunciado el «cese definitivo», la organización, con este fin, envió a sus dirigentes Josu Ternera, David Pla e Iratxe Sorzabal a Noruega, donde permanecieron durante meses.
Peregrinación
El presidente Rajoy nunca mandó a sus representantes, pero Oslo se convirtió en un centro de peregrinación al que también acudió el grupo de verificación auspiciado por la izquierda abertzale y encabezado por el profesor Manninkalingam, que intentó convencer a los etarras a finales del pasado año de que debían empezar a dar pasos hacia el desarme. Según publicó éste periódico en enero, se puso ya encima de la mesa la posibilidad de que una parte simbólica de los zulos de la banda quedase controlada. Incluso se abordaron varias opciones: desde pasar las coordenadas a los periodistas de varias agencias europeas hasta ofrecérselas a personalidades investidas como facilitadores, pasando por proporcionar los datos a centros como la fundación Carter. Era un modo, entonces, de poner la pelota en el tejado del Gobierno para que éste diese una salida al problema de los presos.
Pero finalmente los etarras rehusaron dar ese paso para evitar divisiones internas. Incluso recordaron a los verificadores que su función debía ser la de ratificar la ausencia de atentados, sin más reclamaciones.
El grupo de verificadores dudó entre acabar su trabajo en esos momentos o suspenderlo hasta que la banda cambiase de opinión, y así se lo comunicó a una buena parte de los partidos vascos. El lehendakari Urkullu animó a los representantes internacionales a que regresaran en septiembre y así lo anunciaron ellos.
Mientras tanto, el movimiento Lokarri, muy receptivo a los planteamientos de la izquierda abertzale, puso en marcha un foro social que sugirió la posibilidad de que la banda confiase su trayectoria de desarme no al Gobierno, sino a los «agentes sociales vascos». ETA anunció en un comunicado en julio que no le parecían mal las propuestas del foro y que próximamente trasladará su «opinión concreta». Lokarri esperaba esa opinión, que todavía no ha recibido, para estas fechas junto con las condiciones, el calendario y el modo de llevar a cabo la entrega.
Sea cual sea la decisión final de ETA y los tiempos que baraje, la información que manejan los abertzales y las fuentes antiterroristas es que, al menos hasta hace unos días, su pretensión seguía siendo contactar con el Ejecutivo (sin que eso descarte otras posibilidades) y que su próximo comunicado no será para realizar un anuncio taxativo sino su disposición, presionada incluso por los suyos, a llevar a cabo un gesto.