Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 29/9/11
Nos dice la sabiduría convencional del momento que ETA está en sus horas finales y que las manifestaciones de su debilidad se multiplican de manera evidente. En efecto, hace ya algún tiempo que la banda terrorista no asesina, algo menos que anunció su renuncia a seguir practicando la extorsión y casi de ayer mismo el manifiesto de algunos presos del grupo adhiriéndose al llamado acuerdo de Guernica por el que unos cuantos representantes de formaciones políticas próximas a ETA anunciaban su repudio del terrorismo -púdicamente oculto bajo la palabra “violencia”-. Tiempo les ha faltado a los que quieren creer que ETA está en sus diez de últimas para saludar este último gesto con las albricias que solo merece lo “inédito”, lo “positivo”, lo “esperanzador”.
Lo que no está tan claro es si éstas que se quieren horas finales de la banda asesina son el resultado de su derrota o de su victoria. Si nos atuviéramos a las manifestaciones de sus representantes y corifeos más bien estaríamos en lo segundo: Bildu, la enésima versión del brazo politico de los terroristas, está cómodamente instalada en las instituciones vascas, proliferan las muestras de arrogancia cara a lo que ellos llaman “la solución democrática del conflicto politico”, las decisiones judiciales que mantienen en chirona a sus portavoces y dirigentes son ridiculizadas por no “acompasar los tiempos penales a los políticos” y los autonombrados mediadores internacionales campan por sus respetos dentro y fuera del País Vasco, permitiéndose el lujo de poner en duda la calidad “democrática” del sistema político y jurídico español. Mientras tanto, y frente a las reiteradas llamadas de los que desde diversos ángulos piden la disolución del grupo asesino, ni sus cómplices lo solicitan ni ellos mismos lo anuncian. Porque, si bien se mira, nunca ETA tuvo menos razón que ahora para proclamar su desaparición. Bien lo recuerda el delincuente Otegui al amenazar de nuevo con la lucha armada en el caso de que la justicia le mantenga tras las rejas durante diez años más. Si el tiro en la nuca ha sido la marca de la casa y el secreto de su éxito, ¿para qué abandonarlo ahora, cuando los objetivos del colectivo de canallas parecen estar alcanzando su culminación?
Derrota, qué duda cabe, hayla y el voluntarismo propagandista de los de las pistolas no puede ocultar su realidad práctica: Guardia Civil y Policía Armada han ido poniendo a buen recaudo a los terroristas, sus capacidades “operativas” están reducidas al mínimo y la cárcel, en vez de servir para alentar el espíritu sacrificial de los “gudaris” ha contribuido poderosamente a socavar su capacidad de resistencia. Este sería el momento de exigir lo único que el estado de derecho permite y la dignidad de España, de sus víctimas del terrorismo y de todos sus ciudadanos, reclama: una rendición sin condiciones, en fila india, con los brazos en alto y las armas en el suelo. Por mucho que con lágrimas de cocodrilo las “nekanes” de turno reclamen otra cosa, esta es una historia que solo acabará bien si hay vencedores —España y sus sistema constitucional de libertades y derechos- y vencidos —los que sin razón ni ley han asesinado, mutilado y dañado incontables vidas y haciendas de pacíficos ciudadanos cuya única culpa era la de no compartir los sanguinarios proyectos de los verdugos-.
En la prisa por declarar terminado el flagelo y eventualmente embolsarse los beneficios electorales del asunto —tan patente en el hoy candidato Rubalcaba, conocido por sus prédicas de que no se utilizara el terrorismo con fines electorales- se multiplican los intentos, a los que rápidamente se apuntan terroristas y asimilados, de “pasar página”, de buscar la “reconciliación”, de practicar la virtud salvífica del “perdón”, el que se pide y el que se da. Y tanta es la urgencia que cuando unos cuantos presos de ETA, seguramente acuciados por el hastío de los años en la prisión deciden anunciar su adhesión al Acuerdo de Guernica, es imprescindible recordar lo evidente: que el tal Acuerdo no pasa de ser una engañifa concebida y cocinada a la mayor gloria de los terroristas, que sus términos son incompatibles con la Constitución y con las leyes españolas, que en nuestro sistema —hasta ahí por lo menos si ha llegado el candidato socialista- no hay amnistías y que en consecuencia lo único que vale y que de los terroristas se espera es el anuncio sin condiciones ni contrapartidas del final de ETA. Es una pena que el Fiscal General del Reino, Conde Pumpido, que en estos últimos tiempos ha parecido reencontrar la contundencia antiterrorista que nunca hubiera debido perder, se haya visito obligado a rectificar la brutal y justa opinión —“es una vergüenza intolerable”, dijo- que le mereció el anuncio de los presidiarios independentistas. Y todo porque se olvidó de la meliflua interpretación de los portavoces gubernamentales, todos a una empeñados en repetir que era un paso “en la buena dirección”. Con tales alforjas, ¿cómo impedir que los terroristas crean que efectivamente su camino es el adecuado? Para sutilezas están esos a los que el PNV calificaba cariñosamente como “los chicos de ETA”. Con los que Zapatero creyó posible una negociación política, en aquellos tiempos de ingrata recordación en que el condenado Otegui era considerado “un hombre de paz”. Cosas veredes.
Y para trampas, y debemos prepararnos a ver unas cuantas, la del perdón. Es decir, la idea de que colectiva o individualmente los terroristas estarían justificados y en consecuencia exentos de culpa si pidieran perdón sus víctimas. Es ese un terreno resbaladizo que en el mejor de los casos puede desembocar en profundas consideraciones evangélicas y en el peor quedar convertido en un lacrimógeno docudrama. Nunca en solución para las responsabilidades contraídas por los crímenes cometidos y menos para la extensión notarial de un “aquí no ha pasado nada”, para los terroristas equivalente al “aquí todos hemos sufrido”. Sería un buen índice de recobrada humanidad el que los terroristas demandaran perdón a sus víctimas y expresaran arrepentimiento por los desmanes de los que son reos, incluso aunque pudiéramos presumir que ni uno ni otro son otra cosa que muestras oportunistas de una necesidad, la de paliar su condición penitenciaria.
Y reconociendo también que está entre los derechos inalienables de la victima el perdonar o el no hacerlo, sin que ninguna de las dos alternativas merezca o desmerezca de su conducta y de su sufrimiento. Pero concluir que estamos en presencia de delitos de alcance puramente individual y que a la antigua usanza basta el desistimiento de la víctima para borrar la responsabilidad del criminal seria una aberración jurídica que acabaría con todo el edificio de nuestras libertades. Aquí, en España, desgraciadamente han pasado muchas cosas en los últimos cuarenta años y no puede haber “paz y perdón”, tal como suplicaba Azaña, sin una previa y meticulosa administración de la justicia. Entre otras y poderosas razones porque, pese a los mediadores internacionales y a los que desde ETA y sus entornos contratan sus servicios, esto no es Irlanda ni Sudáfrica, aquí no ha habido una guerra civil entre vascos y españoles o una imposición colonial de los castellanos sobre los euskaldunes. Aquí ha existido una sangrienta partida de la porra que alentada por los delirios del imaginario nacionalista ha procurado aterrorizar y exterminar a todos los que en el País Vasco o fuera de él se opusiera a sus enloquecidos designios de una “patria socialista e independiente”. Parece imprescindible que en el momento en que la victoria mece los anhelos de paz y libertad de los justos no seamos víctimas de las prisas interesadas de unos o de las torcidas y mal inspiradas buenas voluntades de otros. Para que la herida no cierre en falso. Y para que efectivamente podamos entre todos construir una comunidad nacional de ciudadanos libres e iguales.
Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 29/9/11