JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Quien quiera buenos y malos marmóreos mejor hará en desmarcarse del bipartidismo

La clave de la supervivencia del PSOE, el partido más viejo de España, es que nadie se da de baja pase lo que pase. Nadie con cara y ojos. No hay que confundir esta fidelidad a las siglas sobre los propios valores y el propio nombre –prepárate, Felipe–, que atañe a las élites del partido, con lo del suelo electoral. Que cuatro millones y pico lo votarán aunque presente a un espantapájaros es algo que se ha demostrado empíricamente. No está ahí lo singular; otros partidos disponen de la misma ventaja, sobre todo en Hispanoamérica. Se trata de que Felipe, Guerra y la vieja guardia se limitan a manifestar su disgusto ante la inminente demolición de su obra.

Porque los dos sevillanos están en la historia de España y, con la suficiente perspectiva, están ahí para bien. Sé que esta afirmación irritará bastante a los partidarios de negar al adversario el pan y la sal. También yo recuerdo las neveras para abrigos de pieles, el robo a los huérfanos de la Guardia Civil, las infamias de Interior, el corro de la patata ante la cárcel de Guadalajara y el resto de la lista de proezas. Quien quiera buenos y malos marmóreos mejor hará en desmarcarse del bipartidismo. Y tal como vienen las cosas, mejor que se olvide de la política entera. Lo bueno que tiene el correr de los años es que permite juzgar sin sesgos ni apasionamiento: Felipe, con todos los peros al felipismo, es un gigante al lado de Sánchez y un santo al lado de Zapatero. Solo en términos relativos podremos entendernos.

Cierto es que hubo un presidente intachable. Cuando el Rey Juan Carlos también lo era, obró con él el milagro de la Transición. Se llamaba Adolfo Suárez. Lo digo para los jóvenes privados de instrucción por ley. Más audaz que sus muchos enemigos, creó la atmósfera política y el marco jurídico adecuados para lo imposible. Y lo logró. Los comunistas españoles ya habían pedido la reconciliación en 1956. El renuente Carrillo, que de joven paracuelleaba, contribuyó a apuntalar una democracia ejemplar. Sí, aunque nadie lo diga ya, y aunque enseguida la medida de lo democrático la van a establecer la ETA político-política (que sabe latín) y Sánchez (que no sabe nada), la verdad es que la Transición española, siempre con mayúscula, fue el modelo que inspiró a las dictaduras comunistas para convertirse en los Estados democráticos de Derecho que son hoy: nuestros socios en la UE. Ejemplar.

A la derecha o al centro no le reconocerá nada una posteridad diseñada por un idiota rodeado de totalitarios. Eso ya lo sabíamos. Lo nuevo es que también el PSOE va a ver escupida, arrastrada y condenada la etapa más admirable de su triste historia: la que va de Suresnes, en el 74, a las primeras muestras de gobierno verdaderamente democrático de la izquierda en España, aún sin malear. Si Felipe y Guerra devolvieran el carné habría esperanza. Pero ahí nadie se da nunca de baja.