En aquel famoso XXVIII Congreso de 1979, al “hay que ser socialistas, antes que marxistas”, González debió añadir “hay que ser demócratas, antes que socialistas”
Lili Verstringe, secretaria de Organización de Podemos hasta hace nada, saluda desde París la vuelta del Frente Popular a Francia con la firma de un acuerdo entre socialistas y comunistas -en todas sus variantes- para ir en coalición a las elecciones. Con un artículo en El País, cuenta entusiasmada cómo les explica a los camaradas franceses que en España esa alianzaya existe y está representada por “la experiencia del Gobierno de coalición progresista” de Sánchez. Poco le importa el programa electoral -jubilación a los 60 o cierre de centrales nucleares, qué más da-, lo emocionante es la “coalición antifascista”.
En Francia y en España, un país en el que -¡oh milagro!- no habría ultraizquierda. De ese cuento se hacen cargo diariamente Àngels Barceló en Hoy por Hoy, Pablo Iglesias en La Base, García Ferreras en Al Rojo Vivo. No se cansan de repetir que en Alemania está prohibido el nazismo, pero olvidan convenientemente que, a la vez, el Partido Comunista (KPD) está ilegalizado desde 1956. Desde posiciones ultraizquierdistas, alaban la supresión de la Fundación Franco, pero pasan por alto que Ernest Urtasun, el ministro que la promueve, de trazabilidad comunista -vía PSUC-, se niega a condenar los crímenes de Hamás y es otro admirador confeso del totalitario Lenin.
Cómo explicarles que su mítico Frente Popular es un invento de Stalin. Lo detalla Emilio Gentile en Quién es fascista. Desde Moscú se ordenó a los comunistas, en Francia como en España, atacar a todos los demócratas como socialfascistas. Así fue hasta julio de 1934, cuando al genocida soviético le convino modificar la estrategia de la Internacional comunista y dio la orden de formar frentes populares “contra el fascismo”. Como demuestra el historiador italiano, lo decisivo es que quien no acepta la hegemonía comunista es “fascista, semifascista o primo de los fascistas”. La mitificación de la cultura frentista tiene sus antecedentes y, aunque la Historia no se repite, rima, como se puede comprobar hoy en España, tertulia a tertulia. Sobre ultraderecha y ultraizquierda, otra lectura recomendada a Iglesias, Barceló y Ferreras: Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt.
Felipe González aclaraba recientemente en una entrevista del Real Instituto Elcano cómo intentó librar al PSOE de la trampa del Frente Popular. François Mitterrand quería extender al sur de Europa el modelo de la “unidad de la izquierda”, que él practicaba en Francia. “Mario Soares, más o menos, contemporizaba con eso, yo, no”, confiesa el expresidente español. Pero, siguiendo a Rosa Díez en “¿Cómo hemos llegado a esto?”, algo se debió hacer mal, porque el Partido Socialista está hoy atrapado en la retórica comunistoide de Largo Caballero y ha purgado a los seguidores de la vía liberal de Fernando de los Ríos o Besteiro.
En aquel famoso XXVIII Congreso de 1979, al “hay que ser socialistas, antes que marxistas”, González debió añadir “hay que ser demócratas, antes que socialistas”. Para poder entender cómo el PSOE de Sánchez y Zapatero se ha convertido en la mayor amenaza a los valores de la España del 78, está pendiente una seria autocrítica de quienes, desde el socialismo democrático histórico, se alarman ahora ante la deriva populista del partido. Importa, y mucho, cuando, no solo en España, sino en toda Europa, empezando por Francia, está en juego si la centralidad política se impone a los extremos que están ganando protagonismo, como hace 100 años.
Si buceas en los años 30 del siglo pasado, verás por todas partes procesos de degradación institucional en los que la radicalización guerracivilista lo justificaba todo
Lo advertía Albert Camus: el bacilo de la peste sigue ahí, acechando. El gran escritor francés sabía que la democracia no se defiende sola. Para entender la crisis de los valores democráticos, conviene tener en cuenta los antecedentes históricos. Si buceas en los años 30 del siglo pasado, verás por todas partes procesos de degradación institucional en los que la radicalización guerracivilista lo justificaba todo. Del mismo modo, en la España actual se banaliza en los medios sanchistas la agresión a la división de poderes en una Junta de Fiscales copada por “progresistas” (¿?) -10% de asociados y 50% de puestos- o en un Tribunal Constitucional que ensucia las togas con el barro de la sumisión al Gobierno. Nada que no se haya visto en la Venezuela de Maduro, la Hungría de Orbán o la Argentina de Cristina Kirchner.
Aunque conviene tener en cuenta que la ideología no es lo decisivo para los populistas sanchistas, como demuestran los constantes cambios de opinión. Para ellos, el frentismo es solo una caja de herramientas electoral. Sus prácticas de gobierno, además de hundir la economía, son propias de una cleptocracia en la que, como define la RAE, “prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos”. Que se lo pregunten al amigo de Sánchez que, tras hundir Correos, fue recolocado en Autopistas.
Echar mano del comodín del Frente Popular no va a ser suficiente para borrar las pistas abrumadoras de las trayectorias de Koldo o Begoña Gómez por mucha pasión “progresista” que le pongan Barceló, Iglesias o Ferreras, desde La SER, La Base, o La Sexta.