Parece que el ciudadano de la calle guarda mejor memoria de los fracasos con ETA que algunos políticos o periodistas a los que se supone mejor informados. Quizá sea que aquéllos no están tan condicionados, al no entregarse a ninguna causa ni esperan sacar réditos políticos, como el del título de pacificador.
Una encuesta dada a conocer hace pocos días por la Diputación vizcaína señala que el 44,3% de los ciudadanos consultados creía que el alto el fuego de ETA se frustrará, frente a otro 34,2% que consideraba que sería definitivo. Los encuestados valoraban la voluntad de paz de ETA con un tres, en una escala del cero al diez.
Una mayoría de la población se muestra desconfiada y recelosa, lo que contrasta con la euforia de algunos sectores de la clase política y periodística. Las palabras de ayer de Joseba Egibar, «esta es la buena», son el último ejemplo de ese optimismo a prueba de memoria extendido entre profesionales de la política y de los medios de comunicación.
Esa fractura entre las percepciones de los ciudadanos de la calle y sus dirigentes políticos no es nueva. Se ha producido en situaciones similares en el pasado. El 17 de marzo de 2006, en vísperas del comunicado de anuncio de la tregua de ETA de aquel año, se conoció una encuesta de Radio Euskadi que revelaba que sólo el 18,7% de los vascos creía que se alcanzaría la paz en menos de cinco años. Una buena parte de la clase política -en especial, la socialista- estaba en aquellas fechas tan eufórica y convencida del inminente final de ETA como ahora lo están otros.
En 1998, cuando la otra tregua, las cosas no eran muy diferentes. El entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, reaccionaba a la difusión de un comunicado de ETA a través de la BBC asegurando que la banda había expresado «con solemnidad» que «ya no volverá más a las armas». Tan convencido estaba que llegó a decir que si el proceso de paz fallaba él mismo tendría que dimitir.
Por cierto, que Arzalluz también vaticinó que si fracasaba el proceso del 98 «los Arnaldos» (sic) se hundirían «ante su propia gente». Sin embargo, ahí sigue Arnaldo Otegi, escribiendo este fin de semana cartas en las que proclama que «no nacimos para resistir, sino para ganar y vamos a ganar», una adaptación local que mezcla la consigna de las FARC -«juramos vencer y venceremos»- con la frase del difunto guerrillero ‘Mono Jojoy’: «Nacimos para vencer, no para ser vencidos».
El ciudadano de la calle parece guardar mejor memoria de los fracasos acumulados y tiene en cuenta la experiencia pasada para hacer sus análisis del presente, algo que no parece darse en algunos políticos o periodistas a los que se supone mejor informados que sus votantes o lectores. Quizá sea que unos no están tan condicionados como los otros porque no están entregados a ninguna causa ni esperan sacar réditos políticos particulares, como el de alcanzar el título de pacificador al que aspiran algunos dirigentes de partidos.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 21/12/2010