Miquel Escudero-El Correo

Hace algo más de veinte años, el historiador hispano-francés François-Xavier Guerra acuñó el término ‘Euroamérica’ como espacio cultural compartido por la Europa suroccidental y la América del Sur, a finales del siglo XIX. A partir de él, Jordi Canal ha coordinado el libro ‘Tiempos difíciles’.

Las concurridas manifestaciones de estas últimas semanas contra el machaque despiadado de las tropas israelíes contra la población palestina me han llevado a pensar en el término Euromagreb. Magreb es la adaptación al español de lo que en árabe significa «lugar donde se pone el Sol», la parte más occidental del mundo árabe. No se han producido manifestaciones equivalentes en el norte de África; en Marruecos, los jóvenes han salido a la calle para reclamar mejor sanidad y educación.

Hace medio siglo se vertían desde boletines del ámbito ‘abertzale’ frases racistas, como esta: «España es africana, mientras que por naturaleza Euskadi es europea. De territorio, de sangre, de mentalidad, de genio emprendedor y de cuanto se quiera cotejar». Sin embargo, hoy en Europa, la identidad superpuesta y no contradictoria de ser europeo y magrebí pugna por afianzarse. Estos días me ha impresionado escuchar a una joven española de origen magrebí argumentar, exultante y serena a la vez, su presencia en una manifestación: «Cuando tenga un hijo y me pregunte un día qué hice en esta situación, le podré decir que hice cuanto pude». Este estilo no es característico del Magreb, y está amenazado por la acción de expertos occidentales en llevar rebaños a aceptar destrozar comercios y pintar en las paredes «muerte al Estado sionista de Israel», al compás marcado por Hamás.