ARCADI ESPADA-El Mundo

Mi liberada:

A principios de año escribí a Albert Rivera. Tengo con él una relación epistolar oscilante, de intercambio de opiniones sobre la política. Nada trascendente, pero cordial. Le escribí con una cierta incomodidad, porque iba a pedirle algo y ése siempre es un mal momento en las relaciones humanas. Mi relación con Ciudadanos tiene poco misterio. Colaboré en su fundación y desde que existe lo voto, salvo en unas europeas en las que eligieron una compañía inadecuada. Escribo sobre sus azares como lo hago de cualquier otro partido: lo que me parece. A veces me piden alguna opinión sobre sus decisiones, en razón de un supuesto plus de fundador. La prensa socialdemócrata, por ejemplo, solo escribe mi nombre cuando intuye que así puedo hacer algún daño al partido. Cualquiera de esas conversaciones con mis colegas siempre arranca con la advertencia de que Fundador solo es para mí el nombre de una especie de matarratas muy popular cuando entonces. Pero en las transcripciones se lo saltan. El periodismo con acné siempre va al grano.

Pedir algo al presidente de Ciudadanos y a Ciudadanos mismo era incómodo, también por inédito. Desde la fundación del partido mi participación en su vida interna –a diferencia de lo que habían hecho otros fundadores– había sido nula. No digamos ya mi intrusión. Tampoco había habido la más mínima intrusión de Cs en mi vida interna. El ejemplo más categórico fue el de hace tres años cuando en un debate televisivo con Rivera Pablo Iglesias aseguró, entre otros nombres: «Cuando Arcadi Espada dice: ‘Preferimos a Albert Rivera, eso te hace daño y es malo para vosotros’». Rivera le contestó: «Y cuando lo dice Maduro de vosotros también, pero yo no voy a entrar en ese juego, Pablo, porque la gente está harta del y tú más».

Pero esta vez me sentía obligado a entrometerme y pedirle ayuda para que Teresa Giménez Barbat ocupara un puesto en las listas con posibilidades de salir elegida y pudiera así continuar su trabajo como eurodiputada. Es verdad que Teresa y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. Pero los mandatos de la objetividad incluyen el de que no puedes dejar de hacer algo justo porque beneficie a un amigo. Teresa llegó al Parlamento Europeo hace cuatro años. Había formado parte de las listas de UPyD y la paulatina destrucción de ese partido, muchos de cuyos militantes y votantes se pasaron a Cs, fue haciendo que la lista corriera hasta que le tocó. Nada más llegar se puso a trabajar, asunto ciertamente sorprendente. Se ocupó, sobre todo, de desenmascarar la petulante sonrisa del Proceso en la escena europea y de organizar Euromind. Respecto del primero quiero decir que –aparte de las voluminosas muestras públicas de su actividad– predicó personalmente con el ejemplo y le negó la sonrisa a los independentistas con los que tuvo que tratarse, incluso en su propio grupo parlamentario. Este es un hecho político capital, porque los independentistas pocas veces son tratados –y mucho menos fuera de España– con la severidad gestual que merece su siniestro rostro político. Pero este apunte moral es, incluso, secundario respecto de la fundación de Euromind.

Desde hace dos décadas, Teresa Giménez es una de las principales divulgadoras en España de la Tercera Cultura. Es más o menos conocido que la Tercera Cultura persigue la sutura entre las ciencias y las letras, o dicho más descaradamente, la necesidad de que las letras dejen de estar asociadas al mito. Pero, además, la Tercera Cultura tiene un carácter radicalmente político, porque pretende que la política tome sus decisiones basándose en el conocimiento de lo real, es decir, basándose en los diagnósticos de la Ciencia. La tradición suele mantener incontaminadas las esferas de lo normativo y de lo real en nombre del Bien, sin atender a que esa incontaminación es también, como en los clásicos ejemplos de la esclavitud o del comunismo, fuente del Mal. La Tercera Cultura, genéricamente considerada, busca que la norma no opere en el vacío: es decir, que en graves problemas contemporáneos, sean el cambio climático, la bioética, el nacionalismo o las guerras culturales, la norma sepa y asuma cuándo actúa en la ignorancia de lo real o, incluso, en contra de lo real. En sus tres años de vida Euromind invitó a una buena parte de la mejor inteligencia contemporánea a hablar de todo esto. Basten estos nombres entre las decenas que pasaron estos años por Bruselas y otras ciudades de Europa: Steven Pinker, Richard Dawkins, Jean Bricmont, Michael Shermer,Sissela Bok, Michael P. Lynch, Thomas Metzinger, Susan Pinker, Ayaan Hirsi Ali, Robert Redeker, Ibn Warraq, Hugo Mercier, Julian Baggini, Frans de Waal, Bjorn Lomborg o Claire Lehmann. También pasaron unos cuantos españoles.

Una virtud esencial de Euromind es que su trabajo se desarrolló en medio de la actividad política, negociando con ella e implicando a políticos profesionales a debatir sobre cada una de las cuestiones dentro de su horario laboral, por así decirlo. Quiero subrayar que Euromind no se planteó como uno de tantos foros intelectuales, algunos incluso respetables, pero cuyas conclusiones tienen que dar un largo rodeo hasta llegar a los políticamente influyentes. Esta voluntad de la eurodiputada de encarar la política me recordó siempre su actitud en los inicios de Cs. Era una de los que defendían que la idea germinal de Ciudadanos creciera hasta convertirse en un partido político y no en el enésimo foro babélico. O, ni siquiera, en aquel pintoresco Partido Provisional de la Izquierda que habría de extinguirse, según algunos cráneos, cuando los socialistas recuperaran la cordura.

Pues bien, este proyecto intelectual y político –que en realidad buscaba reconciliar los adjetivos, ahora que la política se ha convertido en una forma de subnormalidad y de bajeza– no ha tenido cabida en el partido que la señora Giménez Barbat contribuyó a fundar y con el que ideológica y prácticamente se reconoce. Un partido que señala al populismo como uno de sus enemigos, pero que tal vez crea que al populismo se lo combate no con la inteligencia (y la Ciencia) sino con emotivas jaculatorias. Que es como los populistas, justamente, combaten la democracia. Euromind se ha visto obligado a dejar paso a las imperiosas necesidades de colocar restos de serie. La práctica, tan habitual, denigra a la política, denigra a Cs y denigra a Europa. Esto por no referirme a lo realmente memorable y es que el proyecto de la eurodiputada haya tenido que ceder también ante las inexorables cláusulas de la negociación con UPyD. Unas negociaciones –ásperas por trascendentales– que se han desarrollado al más alto nivel, y que han acabado con la incorporación a la lista del presidente de UPyD y concejal en Las Rozas, toma. Al fin la soñada gran coalición clorofílica constitucionalista. Euromint. Siempre se pierde algo.

Rivera contestó sinceramente: «Tomo nota». Y nosotros a lo nuestro, que es hacer manifiestos: https://salvemoseuromind.blogspot.com

Sigue ciega tu camino

A.