Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
- Hace 50 años, la parte occidental del continente era el principal foco de terrorismo del mundo. Sería un error volver a transitar la senda de la radicalización violenta
Los insultos, las amenazas y las agresiones de motivación política parecen cada vez más comunes en el Viejo Continente. El fenómeno ha tenido su dramático colofón en el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico. Algunos expertos señalan que el magnicidio frustrado es consecuencia del tenso clima que se experimenta no solo en aquel país, sino en toda Europa: la deslegitimación del sistema parlamentario, los discursos populistas, el auge de los extremismos, la intolerancia, la deshumanización del adversario, la polarización, la incapacidad de llegar a acuerdos entre diferentes, la desafección de un sector de la ciudadanía… La combinación de tales elementos puede ser el humus del que broten más actos de violencia fanática en el futuro.
Evidentemente, no sería la primera vez que nos enfrentamos a un desafío de ese calibre. No hace falta ir muy atrás en el tiempo. A finales de la década de los 60 una parte de los jóvenes occidentales experimentó un proceso de radicalización.
Al frustrarse las ansias revolucionarias del 68, un sector minoritario optó por las armas. Entre 1970 y 1975 la parte oeste del continente (las dictaduras comunistas del centro y el este impedían la menor disidencia) se convirtió en el principal foco de violencia terrorista del mundo. De acuerdo con la Global Terrorism Database (Universidad de Maryland), durante aquel lustro la región concentró el 46% de los atentados y el 68,3% de las víctimas mortales del planeta. En 1974 Europa occidental fue el escenario del 54% de las acciones terroristas y del 77,3% de los asesinatos (400 de un total de 517).
Aquellos crímenes fueron perpetrados por terroristas de extrema izquierda, nacionalistas radicales y ultraderechistas. Pese a que tenían ideologías y objetivos distintos, compartían su rechazo frontal a la democracia y su apuesta por idénticos métodos de acción. En raras ocasiones, ellos mismos lo reconocían. Por ejemplo, en marzo de 1976 el boletín de ETA político-militar advertía de que «ochenta kilogramos de explosivo pueden servir para ejecutar a un dictador como Carrero Blanco o para matar a centenares de personas provocando una catástrofe ferroviaria, como intentaron hacer los grupos fascistas en Italia. Desde el punto de vista estrictamente técnico-militar, la práctica revolucionaria armada no se diferencia en nada del terrorismo fascista».
El texto hacía referencia a la bomba del grupo Ordine Nero, que el 4 de agosto de 1974 asesinó a doce pasajeros del tren Italicus. Se trató de uno de los varios atentados indiscriminados que se registraron aquel año de plomo. El 15 de mayo el Frente Democrático para la Liberación de Palestina perpetró una masacre en una escuela de Ma’alot (Israel). La mayoría de las 31 víctimas mortales eran menores. Dos días después la Ulster Volunteer Force, una banda norirlandesa de corte lealista, colocó tres coches-bomba en Dublín y otro en la localidad irlandesa de Monaghan: hubo 33 fallecidos. El 28 de ese mes un artefacto ultraderechista explotó en la Piazza della Lloggia de Brescia (Italia) durante una manifestación antifascista, acabando con la vida de ocho personas. El 30 de agosto una bomba del Frente Armado Antijaponés de Asia Oriental (extrema izquierda) produjo otras ocho muertes en las oficinas de Mitsubishi en Tokio.
El 8 de septiembre un Boeing 707 que había partido de Tel Aviv cayó sobre aguas griegas del Mediterráneo con 88 pasajeros y trabajadores a bordo. Todo parece indicar que el grupo palestino Fatah-Consejo Revolucionario, más conocido como Abu Nidal, lo había hecho estallar en pleno vuelo. El día 13 de ese mes ETA perpetró el atentado de la cafetería Rolando (Madrid): 13 víctimas mortales y más de 70 heridos. Dos días más tarde Ilich Ramírez (‘Carlos El Chacal’) lanzó una granada contra un ‘drugstore’ del bulevar Saint Germain (París): asesinó a dos personas e hirió a otras 34. El 5 de octubre dos artefactos del IRA Provisional estallaron en sendos pubs de Guildford (Reino Unido): hubo cinco fallecidos. El 21 de noviembre otro par de bombas republicanas causaron 21 víctimas mortales en sendos bares de Birmingham. Solo es una pequeña muestra de un fenómeno enorme.
Al margen del yihadismo y de la invasión rusa de Ucrania, hoy la situación de Europa es muchísimo más positiva que la de hace medio siglo. Y eso es un gran logro. Con todo, no deberíamos desatender ciertos problemas del presente. La historia nos enseña que con el tiempo la intolerancia, la polarización, los discursos del odio y los procesos de radicalización pueden dañar la salud de la democracia y desembocar en actos de violencia política. Es mejor prevenir que curar.