Hay de todo en ellas, bueno y malo, legal e ilegal: una dosis notable de liberalismo fiscal que copia el de Stockman en el primer mandato de Reagan y el típico estatalismo keynesiano que quiere estimular la demanda invirtiendo en grandes infraestructuras (deterioradas, cierto, en los USA), algo que hicieron dictatorialmente Stalin, Mussolini, Hitler, Primo de Rivera o Franco; y democráticamente, con éxito, Roosevelt, Adenauer, De Gaulle o Aznar. Hay cosas interesantes en materia educativa y familiar y otras, laborales y migratorias, tan anticonstitucionales que, si no se reforman en el Congreso y el Senado, las tumbará el Supremo. Trump puede caer derrotado o negociarlas. Si quiere durar, tendrá que negociar.
Lo único claro, aparte de que grandes obras públicas con un 4,5% de paro necesitarán más inmigrantes, es que, en política exterior, USA se alejará de la UE, que tendrá que crear su ejército o subarrendarlo a Rusia. Ha sido repugnante ver a Merkel –o sea, Alemania– y Hollande –o sea, Francia–, que deben su libertad y prosperidad a los USA, ponerse moralistas con Trump. ¿En nombre del III Reich, de Pétain o de Gazprom? No habrá más «primaveras» yihadistas, pero si América opta por el azogue, Europa se queda sola ante el espejo. El antiamericanismo que politicastros y periodistastros exhiben desde el 11-S quedará satisfecho con Trump, pero la satisfacción saldrá cara. ¿«Yankees go home», «Osama, mátanos»? Pues se ha acabado el ir de farol. Toda Europa, incluida GranBrexitania, deberá pagar su seguridad militar. O islamizarse. O putinizarse.