Europa: caos y conspiración

EL MUNDO 31/05/17
PABLO R. SUANZES

· El Viejo Continente poco puede hacer sin un gran gasto en defensa y seguridad

El 19 de noviembre de 1979 el teléfono despertó a Zbigniew Brzezinski. Eran las 3.00 de la mañana y al otro lado estaba el general William Odom, su asistente para asuntos militares. «Lo siento, señor. Estamos ante un ataque nuclear. Hace 30 segundos, 200 misiles soviéticos han sido disparados hacia EEUU». Según el protocolo, Brzezinski, consejero estadounidense de Seguridad Nacional, disponía de dos minutos para verificar la amenaza y de cuatro adicionales para despertar al presidente Carter, informarle de la situación, explicar las opciones y dar la respuesta. Para lanzar el contraataque.

Brzezinski dio instrucciones para que certificara la amenaza y se quedó solo, quizás más que nadie nunca antes. «Fue una sensación extraña, porque no soy una persona heroica. Me pongo nervioso cuando hay turbulencias en los aviones. Pero estaba en calma. De una forma u otra sabía que dentro de 28 minutos todos estaríamos muertos, mi mujer, mis hijos, todos». Cuando apenas faltaban unos segundos para que tuviera que hacer la fatídica llamada, Odom volvió a llamar. Había sido un error. Nadie iba a morir.

En los últimos días, Europa y EEUU se han distanciado de una forma que no se había visto en mucho tiempo. Mediante chismes, tuits, discursos con cervezas y bravuconadas. Por un lado, la canciller alemana, Angela Merkel, ha dicho en voz alta lo que la mayoría de sus socios europeos dicen en privado. Que Trump no es de fiar, que algo ha cambiado y no podemos seguir viviendo como si nada, protegidos por una ficción. Por otro, el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, ha convertido dos o tres meros detalles (un apretón de manos, un saludo) en una cuestión de estado, ha desafiado en su cara a Vladimir Putin y ha amenazado con bombardear Siria, aliada de Moscú.

Las declaraciones e intenciones de ambos han sido acogidas de formas diferentes. En EEUU, casi con euforia por quienes detestan a Trump y quieren coronar a Merkel como la nueva «líder del mundo libre». Con sorprendente hostilidad por el establishment intelectual británico (Rachman, Ferguson) que ven en unas pocas palabras de la canciller un giro copernicano a 70 años de política exterior. Y con un entusiasmo moderado en una Europa que todavía no es mucho más que la suma de sus partes.

Sin embargo, en Berlín, París y Bruselas todos tienen o tendrían que tener una cosa muy clara. Europa no tiene a nadie que pueda o vaya a ser despertado a las 03.00 de la mañana. No hay un protocolo, no hay mecanismos ni recursos. Nadie tiene la experiencia. Nadie tiene el poder, en su acepción más clásica y realista del término. Poder tentador y esquivo. Y en las relaciones internacionales, en el trato con Putin y con Trump, eso es lo más importante de todo.

Europa está tocada desde el Brexit y rabiosa con Trump por sus desplantes, las celebraciones de la ruptura y los inaceptables ataques al proyecto o a la política comercial de sus socios. La UE es más consciente que nunca de que tiene que empezar a valerse por sí sola con una narrativa poderosa. Pero debe medir mucho cada paso, sin faroles ni envites en falso. Incluso en Washington se comprende que ambos líderes se enfrentan a elecciones importantes. El líder galo necesita un resultado potente en las legislativas de junio. La canciller, aunque va muy por delante en las encuestas, tenía también que hacer frente a los durísimos ataques de Martin Schulz por haber sido blanda ante las «inaceptables» palabras de Trump.

Pero uno, en el siglo de los 140 caracteres, sólo es dueño hasta cierto punto de sus palabras. Europa es una potencia económica, cultural, intelectual. Se ve como la nueva ciudad sobre la colina que da ejemplo al mundo entero, por sus valores, libertades y la defensa del medio ambiente o la tolerancia. Pero es sólo eso. Como el Papa en el chiste de Stalin, no tiene suficientes divisiones.

Alemania, desde hace décadas, combina su potencia económica y el peso a nivel de la UE con el corsé de su pasado. Está cómoda con ese «liderazgo desde detrás». El vacío dejado por el Brexit y por el auge de la retórica aislacionista desde la victoria de Trump empuja a Berlín y París a dar un paso al frente y tirar del carro. Suena bien, pero hace falta mucha más integración y un brutal desembolso en seguridad y Defensa al que todos se resisten.

Además, en Bruselas el fracaso de Ucrania en 2014 está demasiado fresco y los miles de muertos son un recuerdo diario de lo que ocurre cuando no hay un plan ni unidad. Entonces, la UE animó a Ucrania, empujó a los manifestantes, dio falsas esperanzas a los europeístas y salió corriendo en cuanto Moscú movilizó las tropas. No puede ocurrir nada parecido de nuevo, ni un solo error de cálculo. Decía Brzezinski, fallecido hace unos días, que «la historia es mucho más el producto del caos que de la conspiración». Desafortunadamente para Europa, nadie domina mejor la conspiración ni se mueve con más soltura en el caos que quienes buscan destruirla.