Florentino Portero-El Debate
  • El proceso de integración continental ha logrado crear una unión monetaria, algo de lo que podemos sentirnos muy orgullosos, pero seguimos lejos, quizás más lejos que hace unos años, de una unión política capaz de dar respuesta al vacío que nos deja EE.UU.

No hay peor sordo que el que no quiere oír y Europa es referencia al respecto. Durante décadas los habitantes del Viejo Continente decidimos que estábamos a la vanguardia del planeta, con la paz y el bienestar garantizados. Ya hemos despertado a la realidad, ya reconocemos que ni somos vanguardia, ni la paz y el bienestar están garantizados, pero no somos capaces de reaccionar.

Es verdad, no disponemos de un marco institucional apropiado para hacerlo. La OTAN es, o era, un sistema de defensa colectivo dirigido por Estados Unidos. Ya no podemos confiar en los dirigentes norteamericanos, porque han reconocido que sus intereses no son coincidentes con los nuestros y que solo les interesamos como mercado cautivo. Sin su apoyo o con su veto no podemos contar con los medios disponibles, la famosa «caja de herramientas». La UE se quedó a medio camino tras el impulso de Maastricht. Desde la Gran Recesión de 2007 perdió inercia y ya nadie habla del mercado único o de la unión fiscal, objetivos esenciales para constituir una auténtica unión económica. Para qué hablar de una acción exterior común.

La semana pasada asistimos a varias reuniones dirigidas a resolver dos temas críticos: la ayuda a Ucrania y el acuerdo con Mercosur. El resultado es devastador. Dejando a un lado las decisiones finalmente alcanzadas, lo sustancial es el lamentable espectáculo de desunión, falta de miras, de un grupo de dirigentes incapaces de estar a la altura de las circunstancias. Sí, es verdad, ya todos reconocen la gravedad de la situación, la crisis del vínculo trasatlántico, los efectos de una victoria rusa en Ucrania… pero sin ser capaces de ir más allá.

Es llamativo que en declaraciones oficiales se utilice la palabra Europa como si este sustantivo hiciera referencia a un actor político. El proceso de integración continental ha logrado crear una unión monetaria, algo de lo que podemos sentirnos muy orgullosos, pero seguimos lejos, quizás más lejos que hace unos años, de una unión política capaz de dar respuesta al vacío que nos deja EE.UU., al «reto sistémico» chino y a la amenaza militar rusa. Más grave que no disponer de un marco institucional apropiado es la tensión gravitacional hacia el nacionalismo, haciendo el juego a norteamericanos y rusos. Solo juntos dispondremos del tamaño necesario para defender nuestros intereses.

El comportamiento de las potencias europeas de referencia -Alemania, Francia, Reino Unido e Italia- ha sido lamentable, al escenificar la división y la falta de visión cuando la ciuda-danía más demanda, unión y objetivos claros. Nadie va a esperar a que lleguen a acuerdos. Las circunstancias obligan a reaccionar y si no lo hacemos juntos, como sería aconsejable, lo haremos por separado.

Europa se está fraccionando. Para los bálticos, escandinavos, polacos y británicos, la amenaza es clara y continuarán reforzando unos vínculos enraizados en la historia. Las declaraciones recientes de la directora del servicio de inteligencia británico (MI6) y del jefe del Estado Mayor de la Defensa no dejan lugar a dudas. Alemania, la potencia central, se debate entre respetar el eje París-Berlín o dejar en un segundo plano a Francia, con quien no llega a entenderse en los grandes temas y ante un cambio de mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional que puede dificultar aún más la relación. Berlín necesita más que nunca el mercado europeo, pero no encuentra en París el socio adecuado para liderar la respuesta del Viejo Continente a las nuevas circunstancias.

La Europa meridional está paralizada, sumida en crisis parlamentarias, cuando no constitucionales, y con unos modelos de economías del bienestar insostenibles. Sus dirigentes carecen de visión y de liderazgo para realizar aportes sustantivos a la política europea.

La incapacidad comunitaria alienta escapadas nacionalistas, buscando entendimientos con Rusia y Estados Unidos desde el vasallaje. «Dime de qué presumes y te diré de qué careces» reza el refrán español. Cuanto más se enarbolan las banderas patrias, más disposición encontramos a agachar la cerviz ante algunas ajenas. El nacionalismo nos divide y nos enfrenta, pero, sobre todo, nos debilita frente a grandes potencias que buscan acceder a nuestros mercados en las condiciones más favorables o ejercer una influencia que atenta contra la soberanía.

Estados Unidos y Rusia coinciden en el objetivo y ambas lo reconocen. La unidad europea es el dique de contención a sus ambiciones. Seguro que la fragmentación les proporcionará ventajas, en el corto plazo a Estados Unidos, en el corto y largo a Rusia. Sin embargo, el gran beneficiario podría acabar siendo China a costa del bloque occidental en su conjunto. Trump todavía no ha entendido que necesita aliados, que los intereses de su país y de las potencias europeas son coincidentes y que la política que está siguiendo le convierte en el mejor embajador de Xi Jinping.