CUENTA SÁNDOR MÁRAIen Lo que no quise decir que las democracias de antes de la II Guerra Mundial se habían tragado todas las injurias y humillaciones y se vieron obligadas a declarar la guerra. Y añade este comentario descorazonador. En Ohio o en Massachusetts, jóvenes de 16 o 17 años dormían plácidamente sin sospechar que al cabo de tres o cuatro años irían a morir a las costas de Sicilia o de Normandía. A las democracias, debido a sus propios métodos transigentes, les cuesta mucho más que a los dictadores movilizar a las masas y motivarlas para la defensa de la libertad siempre en peligro. El propio Márai tuvo un día que sufrir los gritos de un joven nazi que le dijo: «¡Ya te daré yo clases de democracia!». ¿La actual democracia occidental está tan en peligro como lo estuvo en los años 30 y 40 del pasado siglo? Sin ser muy alarmistas yo diría que sí y, además, no solo por un único motivo sino por varios y todos coincidentes.
Hay un retorno del viejo fascismo y del comunismo enmascarados en los populismos, además de un abandono en la fe democrática por parte de quienes la tendrían que defender. Por si fuera poco, el nacimiento acelerado de las nuevas tecnologías está imponiendo bajo fuerza un estado paralelo universal controlado por sus empresas arrogantes. De entre todo esto destacaría, precisamente, la debilidad de los regímenes democráticos cada vez más a la deriva. John Adams, segundo Presidente de los Estados Unidos, en una carta que le remitió en el año 1814 al filósofo y político John Taylor, le recordaba que la democracia –históricamente– nunca duró mucho: «Nunca ha habido una democracia que no se suicidara».
Desde entonces han pasado más de 200 años y la democracia estadounidense, a diferencia de otras europeas, ha sobrevivido. ¿Pero Trump no se está empeñando en cumplir la profecía de su antecesor? Los viejos fantasmas están resucitando y, si cabe, con más fuerza y con nuevas máscaras equívocas. Al descartar las humanidades en los planes de enseñanza, algo fundamental para comprender el mundo, el corazón humano, la sociedad y la civilización democrática, nos hemos entregado a una nueva barbarie.
El conocer y el saber exigía un aprendizaje, un ejemplo (la familia) y un esfuerzo que hoy no se proporciona. Y ese espacio vacío lo están ocupando los totalitarismos ideológicos, tecnológicos y económicos. Todo ello, paso a paso, conlleva la pérdida del espíritu democrático que nació y se desarrolló con fuerza en la confianza ilustrada, en el progreso humano, en la bondad natural, la racionalidad, las instituciones o los valores políticos y sociales de convivencia. Pero lo malo, y a veces lo peor, del ser humano retornó. Ha retornado con fuerza de virtud: la avaricia, el poder a toda costa, los deseos incontrolados, el interés personal sobre el colectivo, la irracionalidad reflejada en el miedo y la xenofobia. Porque uno de los mayores aliados de los sistemas totalitarios, hoy metamorfoseados en populismos es precisamente el miedo. Miedo a la crisis económica, miedo a la crisis social, miedo a la inseguridad, miedo a la inmigración, miedo de los ciudadanos a su orfandad, miedo a las guerras, miedo al progreso científico y pánico tecnológico a un ritmo por encima de la capacidad humana de asunción.
La democracia clásica está dando lugar a una «democracia de masas» regida por la ignorancia, el complejo de inferioridad (de ahí provienen fanatismos y sectarismos), el conformismo clientelar y, sobre todo, la frustración. Los totalitarismos de derechas o de izquierdas (tanto monta, monta tanto) siempre han estado latentes en el cuerpo vivo de la democracia de masas. Una carcoma lenta pero profunda. Los totalitarismos que traen las dictaduras, la violencia indiscriminada, el ocaso o eclipse de los valores morales, el retorno a una etapa precivilizatoria en la que se pone en tela de juicio lo que es la verdad, el bien común o la belleza.
La pérdida de los valores espirituales hace progresivamente desaparecer la moral, la cultura, el cultivo del espíritu, el cultivo del ser humano para elevarse por encima de los instintos y la naturaleza sanguinaria e irracional. Aquellos que permanecen esclavos de sus deseos, emociones, impulsos, temores o prejuicios, al margen de su intelecto educado, no pueden nunca llegar a ser libres. Pero ¿si no se les educa? El bien, el mal, la verdad, la mentira, la compasión y el amor son construcciones culturales que nos han auxiliado a convivir y avanzar.
Si el ser humano pierde su dignidad y se libera definitivamente de todo valor espiritual, exigirá que todos sus deseos sean satisfechos y, de no ser así, se convertirá en una fiera. Liberado de las creencias religiosas, de la cultura laica, del poder autoritario, entregado al progreso tecnológico, será ya más fiera furtiva que humano. La masa imbuida de ausencia de pensamiento no desea ser agobiada con valores intelectuales o espirituales, sino con realizaciones inmediatas que la satisfagan provisionalmente. Nada de complicaciones mentales, únicamente satisfacciones cotidianas.
La verdadera identidad de una persona no está determinada por los modos en que se distingue de los otros (dinero, poder, raza, sexo) sino precisamente por aquello que la vincula a sus semejantes (espíritu, verdad, belleza, paz). La igualdad ahora solo puede manifestarse en lo material: justicia social, igualdad de oportunidades, voto. A todo aquel que detenta saber y conocimiento se le denomina élite y esto se hace equivaler, inmediatamente, a algo antidemocrático contra lo cual se arroja resentimiento y rencor. La cultura social de masas se equipara por lo más bajo: menos exigencias educativas, odio hacia todo lo difícil, evaluaciones ficticias dado que todo el mundo tiene derecho a aprobar, sustitución del profesorado por máquinas, fobia a la memoria y a la retórica. Las élites eran, y aún son, los custodios de nuestros valores supremos, es decir, convivenciales.
Los judíos europeos fueron perseguidos y asesinados por los mismos motivos que hoy se esgrimen contra la cultura y los intelectuales: sus conocimientos y relevancia social, su cosmopolitismo antinacionalista, su espíritu crítico insobornable. Chivos expiatorios unos y otros. El deterioro de nuestra educación y nuestra cultura occidental y democrática es gravísimo y yo pienso que en muchos sentidos ya irrecuperable. Rob Riemen en Para combatir esta era escribe que la socialdemocracia renunció a su derecho a existir en el momento en que dejó de estar preparada para luchar por el desarrollo moral y cultural de la población y al enfocarse solo en intereses materiales que alentaron resentimientos entre las gentes.
Mientras, los conservadores estuvieron dispuestos a intercambiar, sin escrúpulo alguno, la defensa de los valores espirituales por la preservación de su propio poder, bajo el velo de la tradición y el orden social. En la tradición judeocristiana, la libertad es la responsabilidad que tiene todo ser humano de ser lo que debe ser: una persona justa. Spinoza equiparaba la libertad a la razón lo cual nos hacía emanciparnos de la estupidez, el miedo, el deseo, la fuerza, la violencia e iniciar el camino hacia la verdad. Pero la masa tiene miedo a la libertad, en el sentido del saber y del conocimiento.
NO, EN CAMBIO, a la libertad irracional en la que todo está permitido para la satisfacción de los instintos y deseos de manera violenta. El líder carismático surge muchas veces como protector de ese miedo a la libertad. Líder carismático calificado por Primo Levi como histrión. Si no hay un clima espiritual, como reclamaron tantos artistas y escritores durante el período nazi en Alemania y soviético en Rusia, no se puede combatir contra los totalitarismos de cualquier signo.
Europa debe resistir a los totalitarismos, fanatismos, sectarismos, falsas utopías, paraísos inalcanzables como los tecnológicos, el racismo. Etienne Barilier, en El vértigo de la fuerza habla del «honor de Dios que debe vengarse», cuando el primer mandato es, muy al contrario, el de no matarás. Europa aún está a tiempo de resistir. Pero debe reaccionar.
Muchos años antes de que el poder mundial se reuniera en Davos, Thomas Mann puso a esta cima como telón de fondo en La montaña mágica y el Dr. Fausto. Capital entonces de la cultura, hoy lo es de la sacralización del dinero y de las utopías tecnológicas. ¿Por qué en Europa, paralelamente, no hay una gran reunión sobre la educación y la cultura? Mann publicó La montaña mágica en el año 1924, 10 años después de su estancia en Davos. En aquella misma estación de los Grisones, en 1929, tuvo lugar un coloquio filosófico en El Gran Hotel entre Cassirer y Heidegger. Fuerza contra la forma. La fuerza irracional de Heidegger contra el humanismo racionalista de Cassirer. Ya sabemos lo que poco tiempo después pasó. ¿Hemos vuelto a la fuerza irracional frente al humanismo ilustrado y racionalista?
César Antonio Molina es escritor, ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura.