Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La Unión Europea decepciona. Otra vez. Es cierto que ayer se dio luz verde para un Programa Europeo de Reconstrucción, pero, dada la urgencia de las necesidades actuales, cualquier cosa que no sea una actuación inmediata constituye un sonoro fracaso. Máxime cuando tampoco fueron capaces de pactar ni el monto involucrado -será enorme, pero no dijeron cómo de enorme-, ni la figura jurídica que adquirirán las ayudas (subvenciones a fondo perdido o préstamos reembolsables), ni quién y cómo se dotará al Presupuesto comunitario de los fondos necesarios. Ni siquiera quedó del todo claro el criterio de reparto de los dineros: en función del impacto económico de la pandemia en cada país -¿cómo se calcula?-, o en función del tamaño de las economías respectivas.

Así que grandes palabras y pequeños compromisos. De momento, la propuesta española que preveía un fondo de 1,5 billones reunidos con la emisión de un monto similar de deuda perpetua, parece que no cuela. Ya comentamos que tenía una doble ventaja. Sorteaba el veto a la mutualización planteado por los países del norte y evitaba el crecimiento incontrolado de la deuda de los países del sur. Pero no han picado. Las ayudas vendrán a través del Presupuesto común, pero ya veremos cómo se financian, cómo se contabilizan y cómo se distribuyen. Y llegarán, pero llegarán tarde. Resulta exasperante esa costumbre europea de demorarlo todo, de aparcar las cuestiones espinosas en grupos de estudios que se eternizan y se estrellan contra la dificultad intrínseca de poner de acuerdo a 27 países con economías dispares, gobiernos diversos y modos de hacer diferentes.

La Comisión ha quedado emplazada a presentar una propuesta el 6 de mayo. Luego habrá que pulirla, debatirla, negociarla y si es posible aprobarla. Todo ello sin una mirada conjunta, sino con los egoísmos nacionales desatados. Nosotros, en España, tendemos a considerar a la UE como una cuadrilla de ingratos obcecados, bañados en la espesa salsa de sus egoísmos. De acuerdo, lo son, pero, antes de tirar la primera piedra deberíamos recapacitar. ¿Puede alguien decir cuándo y cómo hemos mostrado nosotros algún rasgo de solidaridad con ellos? ¿Hemos respetado las reglas tanto como para escandalizarnos por su comportamiento? Y si se trata de ser solidarios con los que están peor que nosotros, ¿hemos sido solidarios, en estos asuntos de financiación exterior claro, con nuestros vecinos de Marruecos; o para que no resulte una comparación tan forzada con Argentina, que atraviesa por serias dificultades para obtener financiación internacional y tiene un pie y medio en la suspensión de pagos?