Antonio Rivera-El Correo

Que el importante experimento europeo no nos lo creemos ni se lo cree la clase política del todo se demuestra a cada paso y en multitud de ejemplos. Se hacen valer los argumentos de política nacional para elegir papeleta en los comicios al Parlamento de la Unión. Se plebiscitó un proyecto constitucional contrariamente en países como Francia o Países Bajos, en 2005, en buena medida para castigar a los dirigentes locales. Se envía a las instituciones europeas a políticos quemados en casa o a jóvenes con mucho que aprender en su ‘cursus honorum’ profesional. Finalmente, se trata de impedir que una compatriota llegue a altos puestos desde los que poder atender y favorecer con más posibilidades el interés nacional solo porque hay que castigar al contendiente con el que lidiamos en el terreno doméstico.

Teresa Ribera ha pagado esta vez el pato de esta inclinación de campanario. Los odios africanos nacionales no alcanzan a equiparar todavía el peso que tiene el apoyar a una paisana en un cargo del nivel de la vicepresidencia europea. Al final, se ha vuelto a imponer la lógica de los gobiernos y de las grandes formaciones europeas para respaldar los compromisos iniciales. En ese viaje, Feijóo ha vuelto a quedar como un político provinciano de cortas miras, secuestrado por un lobby ideológico y partidario incapaz de manejarse más allá de la polarización patria. De paso, los socialistas han tenido que pagar el oneroso precio de respaldar comisarios de la extrema derecha propuestos por Meloni y Orbán, con lo que la facción conservadora más dura enfrentada internamente a Von der Leyen, su propio jefe del grupo popular europeo, Weber, empuja más a la derecha el escenario continental con la inestimable ayuda del PP español. En definitiva, todo el logro de Feijóo se resume en que por unos días ha conseguido opacar tibiamente el ‘affaire Mazón’ con lo que ha construido como ‘affaire Ribera’, aunque no parece que con demasiado éxito.

En ese entretenerse en la Europa doméstica, ha asistido como observador a la decisiva negociación de la política fiscal, viendo cómo, en el alambre y en el último minuto, Pedro Sánchez ha logrado otra vez un acuerdo suscrito por unos y sus contrarios. Si ese es el preámbulo de otro presupuestario próximo no se sabe, pero lo acerca más que lo aleja. Todo resulta increíble, pero a este paso el socialista acaba completando su legislatura, tal y como prometió.

Entre tanto, el reo Aldama hace unas declaraciones explosivas y Feijóo pretende reproducir seis años después el mismo esquema para una moción de censura echando mano de la corrupción y apelando a socios enfrentados a su partido hasta lo inaudito en los últimos tiempos. El problema es que aquella corrupción estaba demostrada en los tribunales y esta está todavía en sus inicios, en los titulares de la prensa adicta. El líder popular no remonta ni con iniciativas propias ni con favores de los enemigos de sus enemigos. Estará echando en falta aquella política regional que tan bien conocía y manejaba. ¡Quién le mandaba venirse a la Primera División!