Rosario Morejón Sabio-El Correo
- Asoma el fin de EE UU como superpotencia abierta y comprometida con el mundo
Se veía venir. La era Trump-2 se impone en Estados Unidos sin contemplaciones. El nombramiento de la jefa de campaña, Susie Wiles, como responsable del Gobierno quizá encarrile la imprevisibilidad del 47 presidente. Por ahora, Donald Trump brinda con los autócratas del mundo: sus ídolos. ¿Está Europa preparada para el final del tiempo americano? Trump atiza fuerte a la solidaridad transatlántica; este concepto le es indiferente. Su triunfo el día 5 aísla a los europeos. Les deja ante una responsabilidad histórica: valerse con sus propias fuerzas para garantizar su defensa frente al expansionismo ruso.
Asistimos a una transformación estratégica. El giro parecía inexorable desde que Barack Obama resituó el centro geopolítico del mundo en Asia-Pacífico. Pero la victoria trumpista acelera la profecía del general De Gaulle: un día EE UU abandonará el Viejo Continente. Este deberá hacerse adulto, sin ceder en lo más querido: la inviolabilidad de fronteras, no recurrir a la fuerza y apoyo a las democracias liberales nacientes. Asoma el fin del ciclo americano, el de una superpotencia abierta y comprometida con el mundo, deseosa de erigirse en modelo democrático.
Ante el resultado en Estados Unidos, el primer ministro polaco, Donald Tusk, apeló a recomponerse. Es hora «para Europa de crecer por fin y de creer en su propia fuerza», escribió en X. «La era de la externalización geopolítica se acabó; ese tiempo pasó». En alerta con el regreso de Trump, asolada Ucrania por la guerra de Putin, Europa no puede inhibirse. Una Europa estratégica debe nacer si no queremos padecer en un escenario dominado por los bloques estadounidense y chino-ruso.
El clima sociopolítico parece un ‘déjà vu’. Hace siete años, la entonces canciller Angela Merkel, tras la primera cumbre con el muy nuevo presidente Donald Trump, exhortaba a los europeos a «controlar verdaderamente nuestro destino». Pesimista, el 28 de mayo de 2017 insistía en «luchar por nuestro futuro, solos, en tanto que europeos». Después, ¿qué? 10.000 soldados norcoreanos combaten al lado de Rusia en el frente ucraniano, Trump está de vuelta y Europa sigue sin prepararse. Seña de los tiempos, un polaco es quien da la alarma.
Clama Tusk porque si Ucrania se hunde, su país, primero en las fronteras, no puede revivir los traumatismos de siglos precedentes. Al precio de un esfuerzo presupuestario, Varsovia ha consagrado este año el 4,1% de su PIB a los gastos de defensa. En Alemania el incremento es lento: del 1,15% en 2016 al… 1,33% en 2021, cuando la OTAN había recomendado un mínimo del 2%. Se espera que llegue este año al 2,12%. ¿Ejecutará Trump sus amenazas de no proteger en caso de ataque a los países que llama «malos pagadores»?
Responsables de la Alianza Atlántica, conocedores del primer mandato del republicano, recuerdan «la necesaria distinción entre la retórica y los actos», añadiendo que existen contrapoderes y que el grado de inversiones de las fuerzas estadounidenses en la comandancia es «vigilado» esmeradamente. La llegada de Trump-2 los encuentra acostumbrados a las retahílas de tuits de la mañana, sin ver el cielo desplomarse al anochecer. No obstante, los aliados vienen preparándose para una retirada estadounidense de la ayuda militar a Ucrania. Este verano, la OTAN creó un «programa para la asistencia y la formación para la seguridad de Ucrania», llamado Nsatu. Instalado en Wiesbaden (Alemania), sustituirá desde enero al dispositivo estadounidense de Ramstein. Hasta 700 efectivos incorporará el Nsatu, siempre que el nuevo secretario general, Mark Rutte, venza las reticencias de algunos miembros para incorporar a sus oficiales al nuevo organismo. Surgen las contradicciones entre los aliados para aceptar sus responsabilidades de defensa propia.
El escenario de una ‘OTAN durmiente’ es cada vez más popular entre los círculos republicanos. Estados Unidos no tendría que retirarse del Tratado transatlántico, solamente condicionar sus compromisos a las aportaciones equivalentes de los europeos. Sobre su aumento en potencia, los socios otanianos se dispersan. En el corto plazo, la UE y Reino Unido carecen de capacidades logísticas y de medios industriales de defensa para compensar la retirada del apoyo americano a Ucrania. En Georgia y Moldavia se preguntan si pueden contar con los occidentales para disuadir a Putin.
Germina entre algunos europeos el propósito de incrementar al 3% del PIB las aportaciones militares en virtud de los planes que ellos mismos validaron cuando se declaró la guerra en Ucrania. La estonia Kaja Kallas, pronta responsable diplomática de la Unión, piensa en un préstamo comunitario como en el periodo de la Covid-19. Reaparecen las divergencias cuando ocho países no contribuyen con el mínimo deseable y son muchos los que prefieren aprovisionarse en EE UU, Israel y Corea del Sur. El voluntarismo polaco de querer liquidar ‘la era de la subcontratación’ no parece obvio.