Europa en su ombligo

ABC 06/07/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Lo sucedido en Grecia es el síntoma, no la enfermedad. La UE se desdibuja porque su alma ha quedado reducida al euro

NO creo que haya en España una persona más identificada con Europa que yo. He vivido durante años en seis países de la Unión, hablo cinco de sus lenguas y la he recorrido de norte a sur y de este a oeste, empapándome de su Historia a la vez que conocía a sus gentes. Soy una entusiasta defensora del sueño que alumbraron entre los escombros de la última gran guerra esos tres gigantes contemporáneos llamados Adenauer, De Gaulle y De Gásperi. Dicho lo cual, tengo la desagradable sensación de que la actual deriva del proyecto no va por donde debiera, por donde habrían deseado ellos, por los cauces adecuados para consumar su anhelo de transformar a un continente dividido y enfrentado en una nación de naciones unidas en un mismo empeño.

Lo sucedido en Grecia es el síntoma, no la enfermedad. Pase lo que pase a partir de ahora (y tras el «no» de los griegos a las condiciones de su rescate puede suceder de todo, desde que les salga bien el órdago hasta que sean expulsados del club, dejando gravemente herida a la moneda única), ha quedado demostrado que el alma de la UE, su sangre, no es otra que la divisa con la que pagamos las cuentas. La Europa de los 28 ni siquiera es ya un gran mercado carente de barreras aduaneras, sino una enorme bolsa de valores cuya cotización depende en buena medida del euro. Un imperio financiero regido por «brokers» integrados en una compleja red funcionarial con poder para decidir el destino de los ciudadanos. Un enorme banco multinacional, sin duda indispensable para sufragar el coste gigantesco de los estados del bienestar que disfrutamos, pero poco más que un banco.

Europa podría haber ambicionado más. Debería haber ambicionado más. El reparto presupuestario de los menguantes fondos disponibles resulta, a este respecto, tremendamente significativo: «Europa como actor mundial»: 5,5 por ciento. «Ciudadanía y Libertad»: 1,7 por ciento. «Gastos administrativos»: 6,2 por ciento.

Absorta en la necesidad de gestionar lo urgente, la Vieja Dama parece haberse olvidado de lo importante. No hay dinero para fomentar e intercambiar métodos, contenidos, programas y experiencias educativas esenciales en la formación de nuevas generaciones imbuidas de una identidad europea común. Falta voluntad política para dotar a Europa de instrumentos capaces de vertebrarla como actor solvente en un escenario global endiabladamente complejo y asegurar su defensa ante los verdaderos desafíos de nuestro tiempo, que son el avance del yihadismo y una inmigración creciente, masiva, desesperada, imposible de asimilar. Tampoco se percibe esfuerzo alguno por tomar medidas conjuntas eficaces que contribuyan a desactivar en origen esas dos bombas de relojería. Brilla por su ausencia un discurso oficial sostenido referente a los valores y principios que se supone compartimos, tales como la fe en la dignidad del ser humano, su libertad, derechos fundamentales, empezando por el de la vida, e igualdad de oportunidades para labrarse un futuro mejor en un contexto democrático. Falta pedagogía.

Europa se desdibuja como protagonista del futuro porque ha perdido la ambición y es rehén del corto plazo. No proyecta la mirada lejos y ha olvidado las razones que dieron lugar a su nacimiento. Está replegada en la peor versión de sí misma, a oscuras, mirándose obsesivamente el ombligo, y ha convertido ese ombligo en una pieza de metal redonda en cuyo centro se lee: 1 euro.