Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- La Unión Europea, con sus debilidades e insuficiente unidad de acción, mantiene una posición firme en la defensa de los derechos humanos
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín el orden bipolar basado en el equilibrio armado entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la URSS, proporcionó a la política internacional una estabilidad tensa, pero manejable. Washington y Moscú controlaban sus respectivas y vastas áreas de influencia, de forma irresistiblemente persuasiva la primera y contundentemente brutal la segunda, con la destrucción mutua asegurada como póliza de vida para ambas. Si en alguna ocasión, como sucedió con el conflicto de los misiles en Cuba, la presión se acercaba a niveles verdaderamente peligrosos, el teléfono rojo se descolgaba y devolvía las aguas a su cauce.
Este tablero con dos jugadores principales y el resto como figurantes alineados bajo las respectivas tutelas o refugiados en la neutralidad irrelevante, se mantuvo casi medio siglo hasta que el colapso del comunismo soviético dio paso a un orbe temporalmente monopolar y a un efímero espejismo del fin de la Historia. Los acontecimientos posteriores, en especial las dos crisis sucesivas de 2008 y de 2020, financiera y sanitaria respectivamente, han demostrado que caminamos de nuevo, si es que no estamos ya ahí, hacia un planeta con dos poderes hegemónicos que ejercen su influencia política, económica y estratégica sobre un gran número de países, apoyada en una demografía y un tamaño físico de notable envergadura, un PIB muy superior a los demás, una capacidad militar gigantesca y una tecnología muy poderosa y rápidamente innovadora. Sin embargo, este reparto del pastel global en dos mitades no tiene por qué ser inevitable ni deseable.
Millones de cámaras en todo su enorme territorio siguen a sus ciudadanos mediante sofisticados métodos de reconocimiento facial con el fin de someterles a las directrices del partido comunista y evitar cualquier amago de crítica o de discrepancia
Como ha señalado recientemente Daron Acemoglu, el celebrado coautor de Por qué fracasan los países, no hay que descartar una estructura cuadrupolar formada por Estados Unidos, China, la Unión Europea y un consorcio permanente e institucionalizado de los grandes países emergentes, en el que el juego de las relaciones internacionales y de la gobernanza global fuese más complejo y dinámico que el simple duopolio sino-norteamericano. De hecho, un orden bipolar protagonizado por Estados Unidos y China no es positivo para resolver los principales problemas globales, sino más bien un obstáculo.
La creciente amenaza a las libertades individuales por el uso de la inteligencia artificial y los sistemas de acumulación de ingentes cantidades de datos es evidente en China donde un Gobierno autocrático utiliza estas potentes herramientas tecnológicas para someter a su población a una vigilancia férrea en la que casi nada escapa a su ojo omnipresente. Millones de cámaras en todo su enorme territorio siguen a sus ciudadanos mediante sofisticados métodos de reconocimiento facial con el fin de someterles a las directrices del partido comunista y evitar cualquier amago de crítica o de discrepancia. En Estados Unidos son las grandes corporaciones tecnológicas las que orientan la opinión, establecen los valores dominantes y orientan el comportamiento de los consumidores. El Gobierno y el Congreso, encargados de velar por el respeto a la Constitución y el pluralismo político, se pliegan en la práctica al oligopolio digital. En este terreno, la Unión Europea es mucho más activa en su compromiso por frenar las limitaciones a las libertades que pueden representar los gigantes tecnológicos y en un orden cuadripolar, dada la magnitud de su mercado y de su comercio exterior, podría marcar la agenda en este ámbito en beneficio de la sociedad global.
Deriva populista
Estados Unidos y China son los principales emisores de gases de invernadero y a la vez poco proclives a actuar decididamente hacia la economía verde por su industria intensiva en energía sin perspectivas de que sus necesidades en este terreno vayan a cambiar a medio plazo. También aquí la Unión Europea puede señalar la diferencia con su liderazgo y en cuanto a las grandes economías emergentes, al ser las más perjudicadas por el calentamiento global, una presencia suya más estructurada en la escena internacional contribuiría a avanzar hacia sistemas productivos menos contaminantes y a un mayor esfuerzo en inversión en adaptación al cambio climático porque es obvio que la estrategia del IPCC necesita una seria revisión.
Por último, en el capítulo de los derechos humanos, China ha dejado claro tras sus últimas medidas en Hong Kong que su gobierno dictatorial no piensa aflojar ni un ápice en su autoritarismo y su represión del menor asomo de disidencia. Estados Unidos es, por supuesto, una democracia, pero tiene probado que no le tiembla el pulso a la hora de apoyar a dictaduras o intervenir en otros países si conviene a sus intereses del momento. La Unión Europea, en cambio, con sus debilidades e insuficiente unidad de acción, mantiene una posición firme en la defensa de los derechos humanos y si desempeña un papel relevante en el concierto de las naciones puede servir de freno a determinados abusos, por lo menos a nivel de denuncia y de exigencia moral. Entre los grandes países emergentes no son pocos los casos de deslizamiento hacia el populismo autoritario, pero es asimismo verdad que si desean un mayor peso en la marcha de los asuntos mundiales han de dar un cierto margen a su oposición interna para ofrecer un rostro presentable ante la opinión global.
Por todo ello, la Unión Europea ha de cumplir con su deber como primera potencia comercial del planeta y como primer donante de ayuda al desarrollo y corregir sus muchas inconsistencias internas, su falta de cohesión en política exterior y su debilidad en capacidades de defensa. Una vez dejado atrás el embrollo del Brexit, Bruselas ha de dotarse de los procedimientos de toma de decisiones y de las herramientas diplomáticas, comerciales y militares, respetando siempre la soberanía de los Estados Miembros, que le permitan ser una pieza clave de este posible orden cuadrupolar en beneficio de un mundo más estable, más humanitario, más próspero y más previsible.