Ignacio Marco-Gardoqui-EL Correo
Las exportaciones vascas empiezan mal el año y descienden bruscamente en un primer trimestre para olvidar. Nada menos que el 27,3% es la caída registrada, que podía haber sido peor si Petronor no hubiese echado una mano en marzo. Esta vez es fácil de identificar al culpable. Es la industria del automóvil en sus varios componentes cuyas ventas (y por lo tanto sus compras a nuestras empresas) están deprimidas pues sus mejores clientes se sitúan en la Unión Europea, Reino Unido y EE UU. Cada una con su peculiaridad. Alemania, Francia e Italia que han sido siempre las principales locomotoras han gripado sus motores.
En una buena parte se trata de un problema autoprovocado. Hace meses que Josu Jon Imaz se preguntaba si estábamos haciendo el ‘canelo’. La pregunta era retórica y la respuesta evidente era que sí, al autoimponernos unas limitaciones de las que carecían nuestros competidores de otras latitudes. La transición energética es algo asumido y comprometido, pero sus plazos y las condiciones de su aplicación no son inocuas.
A la vista de cómo se desarrollan las cosas, da la impresión que hemos elegido la manera más dañina para llevarla a cabo. Y el principal, que no único, perjudicado es la industria europea de sectores como el automóvil o la química. Seguimos consumiendo sus productos, pero cada vez los fabricamos menos aquí y los importamos más de fuera. El problema de los Estados Unidos es diferente y se deriva fundamentalmente de las medidas de promoción -si quiere lea protección-, adoptadas por la Administración Biden que priorizan el consumo y la utilización de productos fabricados en el país.
La cuestión última es que mientras que Estados Unidos impulsa y fomenta, y China planifica y ordena sin oposición, Europa regula, interviene, prohibe, lo complica todo, lo retrasa todo y lo encarece todo. Así que el problema no es que nuestras exportaciones vayan mal, el problema de fondo es que en Europa lo estamos haciendo mal y la Comisión Europea ha dejado de ser un organismo vivo, ágil, con las ideas claras y las acciones rápidas, para convertirse en un organismo arteroesclerótico, en una administración que no elimina barreras, ni controles ni duplicidades sino que impone nuevas. Con unos funcionarios excesivamente remunerados y preocupados más por mantener su elevado estatus y sus altas remuneraciones que por los problemas que están llamados a solucionar. Ahora hay elecciones. Buen momento para opinar sobre todo ello.