- O Europa actúa o sufrirá, dentro de dos, tres o cinco años, otra embestida rusa, pero esta vez en un país báltico, en Polonia o en cualquier otro lugar.
De vuelta de Estados Unidos.
En la Costa Oeste, con estos nuevos badguys a la cabeza de una revolución de tecnologismo delirante y folamourismo desenfrenado que, según Elon Musk, tiene un 80% de probabilidades de traer la felicidad a la humanidad y un 20% de destruirla.
En la Costa Este, con estos gremlins, estos niños DOGE lanzados por el mismo Musk para atacar todo lo que en el Estado Federal financia la salud, la educación, el bienestar de los estadounidenses y, de paso, a través de USAID, un poco la supervivencia del mundo.
Y, mientras tanto, en Florida, cuna del trumpismo, desde donde vi las imágenes de la llamada telefónica de Donald Trump a Vladímir Putin. Luego, las de su vicepresidente, JD Vance, instando en Múnich a los europeos a votar AfD, Rassemblement National, lo que quieran, siempre a costa del «nunca más» que fundó la Europa posterior a 1945.
¿Es imprevisible la nueva administración estadounidense? ¿Será una fuerza que rompa tabúes y, ebria de «un sueño heroico y brutal» (Heredia), nos traerá lo mejor y lo peor?
De momento, nada de eso. Sólo una ideología de matones, fuertes con los débiles (inmigrantes, Groenlandia), débiles con los fuertes (Putin, por ejemplo, a quien se le ha dado, antes de cualquier negociación, la mayor parte de lo que pide: los territorios conquistados en Ucrania y la no entrada de Ucrania en la OTAN).
Un Munich americano, donde los hombres y mujeres (los ucranianos) que llevan tres años defendiendo los valores y la seguridad de Occidente, armas en mano, son abandonados en medio de la nada. Vértigo americano.
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Voy a volver a Ucrania. Ahora mismo. Porque no hay otro lugar en el mundo en el que prefiera estar el 24 de febrero, aniversario de la atroz guerra (la primera desde 1945 en el continente europeo) desatada por el Kremlin hace tres años en la costa del Mar Negro y en el Donbás.
Lo descubriré y se lo contaré todo.
Pero ya sé lo suficiente como para decir que la famosa ofensiva rusa de la que cacarean los derrotistas lleva meses estancada. Conozco, he filmado, todas las calles de la martirizada ciudad de Pokrovsk, y he visto lo suficiente para saber que los ucranianos, siempre que sigamos ayudándoles, aguantarán tanto como lo hicieron en Bajmut o, hoy, en Chassiv Yar, de la que ya nadie habla, pero donde siguen resistiendo.
En otras palabras, no creo que Ucrania esté de rodillas. Me cuesta creer en las deserciones masivas de las que se ríen los agentes de la influencia rusa.
Vi al presidente Zelenski en París hace unas semanas. Más recientemente, vi a su condestable, Andriy Yermak, un gigante silencioso y heroico que debería ser el primero, cuando llegue el momento, en la orden de compañeros de la Liberación que Ucrania creará cuando gane.
Y puedo dar fe de ello: un indomable espíritu de resistencia. Una determinación inquebrantable para defender tanto a Ucrania como a Europa.
«¿Crees», me dijo el joven Churchill de Kiev, «que hemos hecho tantos sacrificios sólo para entregar el 20% de nuestro país a un vecino genocida?
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Así que, sí, los europeos. Escribo tras la gran conferencia sobre Ucrania convocada en París por el presidente Emmanuel Macron.
La verdad es que Europa no tiene elección. Unirse o morir.
Actuar o sufrir, dentro de dos, tres o cinco años, otra embestida rusa, pero esta vez en un país báltico, en Polonia o en cualquier otro lugar.
Y actuar en estas circunstancias sólo puede significar una cosa. Saber que en los últimos tres años hemos suministrado a Ucrania más aviones, helicópteros, tanques y obuses que Estados Unidos.
Y tener la voluntad política, no sólo de continuar, sino de ir un paso más allá creando lo antes posible el famoso ejército europeo que ha sido una serpiente marina durante tres cuartos de siglo y sin el cual, sin embargo, seremos avasallados y vasallados.
No la OTAN, sino el ejército de Europa.
Tal vez no toda Europa. Pero sí aquella que se niega a doblegarse ante los putinistas, los islamistas y, algún día, los chinos que quieren subyugarnos.
Y no será un ejército ex nihilo porque:
1) La Unión Europea, de la que nadie parece acordarse, ya ha aprobado la creación de una Fuerza de Reacción Rápida, algunos de cuyos elementos estaban en entrenamiento en el sur de España en octubre de 2023 y a la que sólo hay que reforzar.
2) Hay un ejército formidablemente curtido a las puertas de Europa, llamado Ejército Ucraniano, que, como ha propuesto el presidente Zelenski, podría ser la punta de lanza de este nuevo ejército de la noche a la mañana.
¿Sabrá Europa, con su software inacabado, querer lo que puede?
¿O se resignará a esta encarnación esta comunidad cuya grandeza, hasta ahora, ha sido, como la de la princesa Europa de los griegos, un mito tanto mejor cantado cuanto que nunca llegó a producirse del todo?
Y nosotros, como ciudadanos, ¿estaremos a la altura de la trágica dignidad que exige este momento histórico?
Es una cuestión existencial.