FRANCISCO SOSA WAGNER-EL MUNDO
El autor desmonta muchos mitos falsos sobre la política comunitaria y destaca la importancia de las inminentes elecciones a la Eurocámara, en las que se debaten cuestiones esenciales para los ciudadanos.
Añade Kaelble que los medios de comunicación dedican poca atención al funcionamiento de las instituciones europeas y menos a las sesiones del Parlamento y además informan más sobre los adversarios del proyecto europeo que sobre sus defensores. Como escribo en uno de ellos, y sé bien lo exacto de la apreciación de Kaelble, me permito alertar de lo nocivo de esta práctica y de la relevancia de su misión en estas fechas venideras.
Porque es el caso que buena parte de la ciudadanía, cree, al no explicarse con claridad, por ejemplo, que quien preside la Comisión es un señor seleccionado tras enjuagues practicados en la penumbra de despachos bruselenses donde no entra más luz que la proyectada por la niebla exterior. Pues hay que decir que ese señor es quien ha presidido la candidatura de la familia de partidos políticos ganadora de las elecciones. Juncker, actual titular del cargo, pertenece a los populares europeos que son quienes obtuvieron, con el respaldo de los votantes, 216 escaños en 2014. Lo mismo que va a ocurrir en España donde Pedro Sánchez ocupará la presidencia del Gobierno por haber ganado las elecciones del pasado día 28 de abril. Así de fácil.
Y lo mismo acontece con los comisarios europeos que son los ministros de Europa. Respecto de ellos se oyen las más disparatadas afirmaciones. ¿Cómo y quién los elige? Aquí sí encontramos diferencias con los sistemas de los Estados, pero no sale mal parado el europeo. Pues si en aquellos quien preside el Gobierno tiene las manos libres para designar a sus ministros, el presidente de la Comisión ha de jugar con los nombres asignados desde los Estados teniendo libertad tan solo para atribuirles un cometido concreto. Pero la lista del Gobierno europeo se debe someter al voto de aprobación del Parlamento y cada uno de sus miembros ha de sufrir un examen en la Comisión parlamentaria competente. Un examen que quienes, como diputados, hemos sido examinadores sabemos de su seriedad, lo que garantiza que el comisario designado para Agricultura se sabe la materia que ha de gestionar. ¿Alguien ha visto alguna vez en España a un ministro someterse al examen del Parlamento para sentarse en la poltrona de un ministerio? ¿No es una acusación generalizada y lógica la de que se nombran personas que ignoran su inminente cometido y tan solo ostentan la condición de amigos del presidente?
También oímos decir a tanto botarate de casa regional como circula por el ruedo ibérico que el Parlamento europeo «no sirve para nada» cuando lo cierto es que dispone de muy relevantes atribuciones. Así, desde el Tratado de Lisboa, aprueba, con el Consejo de ministros europeos, el Presupuesto y una Comisión específica examina cómo y en qué se han empleado los dineros públicos. Toda esa información está en la red.
Es verdad que el Parlamento europeo ejerce una iniciativa legislativa con caracteres singulares aunque sabemos también que las más relevantes decisiones legislativas en los Estados proceden de los Gobiernos siendo limitadas las que tienen un origen parlamentario. Por otro lado, en Europa no puede desconocerse que el Parlamento debate con la Comisión el programa político al inicio de la legislatura y, en cada nuevo semestre, la Presidencia de turno presenta sus iniciativas que se discuten en el hemiciclo.
El resto del funcionamiento de la Eurocámara se asemeja al de los Estados con una diferencia: la capacidad para presentar iniciativas del diputado es mayor que la de sus colegas nacionales. El diputado cuenta además con una libertad de voto limitada sólo por su lealtad al grupo político al que está adscrito. Ello hace que en el Parlamento europeo las votaciones que vemos en España donde, solo por casualidad o por error, un diputado se aparta de la disciplina del grupo, no existen. Los votos emitidos son, de otro lado, en gran parte, votos nominales, es decir, llevan pegados el nombre del diputado que lo emite y son aireados a través de Internet a las dos horas de haberse producido la votación.
En la legislatura próxima se van a debatir asuntos que a todos nos conciernen: el empleo, la inversión, un mercado único digital conectado, la energía, las interconexiones gasísticas y eléctricas de España, el cambio climático, la unión económica, la política comercial, la migración, el espacio común de libertades, las guerras comerciales, la inteligencia artificial, las comunicaciones, los Erasmus, la sanidad… Por eso es importante que sepamos cuáles son los programas de los partidos. La experiencia dice que en estas campañas, y ésta corre un riesgo especial por coincidir con elecciones autonómicas y locales, los temas europeos quedan desdibujados por los internos. Me permito decir algo al oído del elector: desconfíe de los partidos que hurten a los ciudadanos la discusión de los asuntos europeos. Los candidatos han de tener un criterio seguro sobre ellos porque va a ser grande su responsabilidad cuando se sienten en su escaño donde no cabe moverse entre simplezas. Es falsa la idea de que para el Parlamento europeo son elegidos políticos cuya estrella ha periclitado en su país y se acogen a una jubilación honrosa. Existen estos casos pero la experiencia nos dice que el parlamentario europeo tiene conocimientos precisos sobre las cuestiones que lleva entre manos porque normalmente es persona que lleva años en esa función y porque los que son novatos, cuando se ven obligados a votar cuestiones concretas en las respectivas Comisiones o en Pleno, han de saber lo que están expresando con su voto porque de todo ello queda constancia pública.
EL PELIGROmayor en esta etapa que se abre ahora es la de los partidos populistas. ¿Cómo reconocerlos? Apelo a mi experiencia. Tuve durante años de vecino de escaño a un diputado joven holandés del Partido por la libertad. Como quiera que advertí que el sentido de su voto siempre era contrario a lo que se proponía, le pregunté si es que no estaba de acuerdo con nada. Me dijo que él estaba allí para destruir desde dentro el Parlamento y las instituciones europeas. Ese es el populista peligroso.
En un libro de Timothy David Snyder, titulado Der Weg in die Unfreiheit (C.H. Beck, 2018, El camino hacia la no libertad) se contiene un alegato en defensa de la democracia liberal y en contra de los populismos y nacionalismos que la ponen en peligro. Un análisis sobre el régimen autoritario que personifica Putin en Rusia y sobre la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca. Hoy sabemos que ambos dedican el dinero de los contribuyentes a socavar los cimientos de la Europa unida tratando de influir en las elecciones y probablemente financiando partidos extremistas.
Con más expresividad política lo ha dicho Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión europea: «Sí al patriotismo ilustrado, no al veneno pernicioso del nacionalismo».
Francisco Sosa Wagner es catedrático universitario y autor (junto con Mercedes Fuertes) del libro Cartas a un euroescéptico (Marcial Pons, 2014).