En el mundo de la alta política europea siempre llega un momento, ese exacto que Cartier-Bresson denominaba el instante decisivo, en el que todo queda en suspenso justo antes de la acción. Y es entonces cuando Francia y Alemania, ante la parálisis y la indecisión, acaban dando un paso al frente. Ayer, los europeos despertaron con entrevistas al presidente electo estadounidense, Donald Trump, en la prensa británica y alemana. Pensamientos deslavazados y mezcla de soflamas en los que celebraba el Brexit y auguraba más deserciones en la UE, arremetiendo contra Angela Merkel y el liderazgo alemán, abogando por una especie de guerra comercial con los fabricantes europeos y despreciando a la OTAN como «alianza obsoleta».
El ataque, una vez más, cogió al Viejo Continente a pie cambiado. Pero no al eje franco-alemán, que recogió el guante y asumiendo su papel devolvió cortés pero firmemente la pelota.
La Unión Europea está dividida entre quienes relativizan todavía las bravuconadas de Donald Trump y abogan por la calma «y la prudencia», como el austriaco Sebastian Kurze, el polaco Witold Waszczykowsk o el ministro español de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, quienes esperan que «cambie de opinión cuando vaya conociendo la UE y la OTAN desde dentro» y creen que los tuits son sólo ruido. Y quienes cada vez tienen más claro que la forma de hacer política de la campaña electoral no va a cambiar y que es necesario un frente común inmediatamente, como el holandés Bert Koenders y el núcleo París-Berlín.
«Los europeos tenemos nuestro destino en nuestras manos. Nosotros decidiremos sobre nuestros desafíos», replicó Merkel pidiendo más unión. «Voy a seguir trabajando para que la cooperación entre los 27 estados miembros sea ahora y en el futuro más intensa y estrecha, lo que nos permitirá ser más fuertes ante los desafíos del siglo XXI».
Desde el Gobierno francés, coincidencia. «La mejor respuesta a la entrevista del presidente americano es la unidad de los europeos. Al igual que con el Brexit, la mejor respuesta europea es permanecer unidos, hacer un bloque», señaló desde Bruselas el ministro galo, Jean-Marc Ayrault. Hollande fue más allá: «[Europa] no necesita consejos sobre lo que tiene que hacer».
Los titulares europeos de Exteriores se dieron cita ayer en Bruselas con temas muy concretos en la agenda: Líbano, Siria, Chipre y el conflicto entre Israel y Palestina. Pero Ayrault, el alemán Frank-Walter Stenimeier y otros de sus colegas admitieron que el incendio y la «agitación» provocados por las declaraciones de Trump podrían «influir» y hacer que sea necesario revisar a marchas forzadas la posición europea. «Las palabras del presidente electo Trump, que considera obsoleta la OTAN, han sido recibidas con preocupación», admitió el germano tras verse con el secretario general de la Alianza Atlántica.
La nueva forma de hacer política y diplomacia norteamericana ha desarmado a la Unión Europea, inmersa en sus propias crisis e incapaz de encontrar una forma de canalizar el torrente de ideas y desafíos de la Administración Trump. No hay respuesta, no hay discurso desarrollado y nadie que tenga claro que vaya a poder haberlo, más allá de la «confianza al 100%» de la Alta Representante para la Política Exterior, Federica Mogherini», de que la UE «seguirá unida».
El mejor ejemplo fue el escueto comunicado del portavoz de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, al ser preguntado por las entrevistas. «Las hemos leído con interés», indicó, tratando de resultar gracioso. En Bruselas esperan todavía contestación desde Washington a la invitación cursada el pasado noviembre para una visita oficial. Y no parece que vayan a recibirla pronto, con un ninguneo ofensivo.
El que no pudo ni quiso contenerse fue en cambio el comisario económico, Pierre Moscovici, revitalizando su perfil para una posible sustitución de Juncker en el futuro. «Tener una Administración que desea el desmantelamiento de Europa es simplemente imposible. No acepto esta visión de las cosas y no creo que estos comentarios que glorifican la división de la Unión sean lo mejor para las relaciones euroatlánticas», avisó.
En Berlín han dejado claro que buscarán la cooperación con Washington, pero no a cualquier precio. El portavoz del Gobierno, Steffen Seibert, indicó ayer que esperarían «como corresponde» a la investidura del presidente Trump y «entonces colaboraremos de forma estrecha». Por el momento no hay prevista una entrevista bilateral entre ambos mandatarios, aunque se espera que, a más tardar, Trump visite Alemania en julio, ya que el país preside por turno el G-20 (grupo de países desarrollados y emergentes) y ese mes organizará una cumbre en la ciudad de Hamburgo.
Pero quizás el mejor ejemplo de su postura sea la réplica del vicecanciller Sigmar Gabriel a Trump. Un palo durísimo en el que incidió en «la conexión entre el fallido intervencionismo norteamericano, en especial la Guerra de Irak, y la crisis de refugiados».
El segundo punto, la contestación a la denuncia de Trump de que Estados Unidos está lleno de Mercedes pero en Alemania no hay ningún Chevrolet. Primero le recordó que la principal planta de BMW está en Carolina del Sur, y que un arancel del 35% dañaría sobre todo a la industria norteamericana. Pero su mensaje más contundente llego en forma de consejo. Si quieren que haya marcas estadounidenses en las calles europeas, basta una cosa: «que fabriquen mejores coches».