JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO
- No hay en Sánchez atisbo de la UE como proyecto común de responsabilidades que tenemos que asumir. La entiende como un homenaje a sí mi
Claro que en esto de culpar a Europa y de escapar a Bruselas -lo de Puigdemont es también una fuga, pero en otro sentido- también hay grados y en España nuestro Gobierno está batiendo nuevas marcas. Si hay que hacer caso a la coalición gobernante, Europa nos exige subir impuestos, nos impide bajar el IVA de las mascarillas o la luz, pretende establecer determinados dictados ideológicos o falla clamorosamente a la hora de comprar vacunas. Naturalmente nada de eso es cierto, ni siquiera lo de las vacunas que la Comisión no compra, sino asigna a los estados para que sean ellos los que decidan cuantas y cuáles compran.
Lo que es cierto es que Bruselas ha puesto en marcha un plan de endeudamiento inédito que nos va a facilitar hasta 140.000 millones de euros y que, si no cambia el Gobierno, sólo en Bruselas podremos encontrar el impulso reformista que Pedro Sánchez escamotea, convencido de que puede dar largas a la Unión, que se contentará con retoques estéticos.
Es también Bruselas la que se ha convertido en una instancia de control democrático que ha impedido que socialistas y Podemos perpetraran su reforma de la elección del Consejo General del Poder Judicial y se ocupará ahora del plan B que el Gobierno ha puesto en marcha desapoderando al Consejo de sus competencias.
Es Europa la que zanja debates como el de la autodeterminación, dejándola como una reivindicación extravagante de extrema izquierda y ultraderechistas desestabilizadores y la que, levantando la inmunidad de los presuntos sediciosos fugados, no deja duda de que el Parlamento no es burladero para prófugos. Cuando uno piensa en lo que se les ocurriría a tanto ministro y ministra dejados a su natural, no puede sino sentir un agradecimiento emocionado a Europa, que, con todas sus insuficiencias y disfuncionalidades, se mantiene como una referencia de racionalidad.
Si algo habría que reprochar a Europa es que a su pesar sirva como coartada para escuchar discursos como el de Pedro Sánchez en la enésima presentación de un plan nacional de recuperación que de ‘plan’ – y en parte también de ‘nacional- sólo tiene el nombre. Había que ver al presidente del Gobierno explicando la lluvia de millones como quien comunica que nos ha tocado el gordo de Navidad, montando un relato interminable y utópico de coches eléctricos, digitalización y proyectos ambiciosísimos que, naturalmente, será el Gobierno el que certifique como elegibles para recibir la financiación comunitaria. Ninguna referencia seria a cosas elementales como esfuerzo, exigencia, formación o competitividad por ganar en la arena económica internacional. Apelaciones vacías a la unidad que sólo entiende como sumisión.
Nada de esa necesaria pedagogía para explicar que si vamos a recibir tanto dinero no es porque nos premien, sino porque necesitamos ser rescatados. Y que a esa necesidad responde nuestra inmensa deuda financiada por el Banco Central Europeo y ese no menos enorme déficit público consentido por la urgencia del momento. Ni un mínimo recordatorio de que, pasada la emergencia, la economía española deberá ir abandonando está súbita adicción a la deuda, entre otras razones porque no podemos dejar a la siguiente generación semejante losa sobre sus espaldas. Da la impresión de que si no fuera porque aquello del «gran salto adelante» quedó patentado por el maoísmo, alguien en La Moncloa lo habría rescatado para explicar ese horizonte de euforia electrificada que el presidente Sánchez pintó en el Congreso.
No hay en Sánchez ningún atisbo de Europa como un proyecto común de desafíos compartidos, de responsabilidades que tenemos que asumir. Sánchez entiende Europa como un homenaje a sí mismo. Basta escucharle cuando, se hable de los que se hable, se atribuye un liderazgo que fuera de sus prédicas parlamentarias no aparece por ningún lado. Es otra forma de secuestro de Europa que neutraliza lo que significa el proyecto europeo, un proyecto sin lugar para ‘free riders’ que, desde luego, se aleja mucho de ese país libre de obligaciones listo para disfrutar únicamente de los beneficios que Sánchez insiste en retratar en su equivocada convicción de la política consiste sólo en contar historias.