Si Anis Amri, tunecino de 24 años, supuesto autor de la matanza de Berlín, pretendía pasar desapercibido, consiguió en poco tiempo justo lo contrario. Intentó comprar una pistola antes del pasado verano, con tan mala suerte que se la pidió a un delincuente común que, además, actuaba como soplón de la policía, un confite, en la jerga. Además, aunque usaba ocho alias, no ocultó su amistad con el predicador salafista y líder del Estado Islámico (IS) en Alemania, Abu Walaa, que fue detenido el pasado noviembre.
Eso le puso en el mapa de los servicios secretos alemanes, que lo colocaron en la lista negra de 549 personas en la que están los tipos potencialmente peligrosos. En agosto cometió una agresión y la policía lo detuvo. Y cuando fue a pedir asilo lo hizo con un pasaporte falso italiano. De nuevo, no consiguió engañar a nadie. Además, pesaba sobre él una orden de expulsión que se demoró porque su país, Túnez, no reconoció a Amri entre sus nacionales.
Si tenía el teléfono pinchado y estaba bajo estrecha vigilancia, ¿cómo pudo conseguir un arma, secuestrar un camión, matar a su conductor y lanzarse sobre un mercado callejero en el centro de Berlín? La falta de celo policial es evidente, a pesar de que, después, todo se le pone a favor a los agentes: Amri, fichado también por el FBI, lo llenó todo de huellas, de restos de sangre y perdió (o dejó a propósito) su identificación en la cabina del vehículo.
Aún así, la policía detuvo a un solicitante de asilo paquistaní, a dos kilómetros de la escena, denunciado por un ciudadano que lo siguió con su teléfono y estuvo investigándolo 24 horas, tiempo suficiente para que un terrorista como Amri desaparezca del mapa. Sólo al día siguiente se emitió orden internacional de captura contra él y una recompensa de 100.000 euros por información útil sobre su paradero. Quizá fuera tarde.
Los errores de la policía alemana son tangibles, pero no mayores que los cometidos por Grecia, Bélgica o Francia en su lucha contra el yihadismo. Si no tuvieran consecuencias trágicas, algunos fallos resultan hasta cómicos.
VIEJOS CONOCIDOS EN PARÍS.
Tanto los hermanos Chérif y Said Kouachi, autores de la matanza de la revista Charlie Hebdo, y Amedy Coulibaly, que mató a una policía municipal y a cuatro judíos en los dos días siguientes (enero de 2015), habían estado vigilados hasta poco antes de cometer sus crímenes, ya que formaban parte de la lista de radicales más peligrosos. Lo extraño es que la vigilancia y los pinchazos telefónicos se interrumpieron meses antes sin que nadie sepa las razones. Son los meses en los que adquirieron armas automáticas procedentes de antiguos arsenales de Europa del Este y prepararon el asalto a la revista y al supermercado kosher. De nada sirvió que EEUU avisara a Francia de que los hermanos Kouachi habían recibido entrenamiento militar en Yemen. Coulibaly, por su parte, estuvo años reclutando a jóvenes franceses para la yihad y ayudó a escapar a un salafista argelino, por lo que las autoridades le colocaron una pulsera electrónica para controlar sus movimientos. Curiosamente, los atacantes fueron identificados después de los ataques porque, uno de ellos, Said Kouachi, se dejó su documento de identidad en un coche robado, igual que sucedió con el tunecino Amri en Berlín.
EL ‘TURISTA’ ABAAOUD.
El belga Abdelhamid Abaaoud, cerebro del comando de los atentados en la sala Bataclan de París y el Estado de Francia (130 muertos y 350 heridos), fue uno de los primeros líderes del Estado Islámico que se desplazó a Siria. Estaba fichado por la Europol como uno de los terroristas europeos más peligrosos. Era tan famoso que hasta apareció en la revista yihadista Dabiq sonriente y posando con un arma. A pesar de ello, pudo regresar a Bélgica en varias ocasiones, conduciendo como un turista, sin que fuera detectado por las autoridades. De hecho, cuando se cometieron los atentados, en los servicios secretos franceses estaban convencidos de que Abaaoud seguía combatiendo en Siria. Parece que entró por Grecia, y no porque Grecia lo detectara, sino porque lo comunicó el servicio de inteligencia de un país de fuera de la UE. De hecho, se cree que fue a Grecia en varias ocasiones para recoger a otros yihadistas, infiltrados en la ruta del Egeo, con los que cometió las matanzas. De nuevo, la pistola humeante en forma de identificación apareció en el lugar de los hechos. En este caso, un pasaporte sirio falsificado junto a uno de los suicidas en el Estadio de Francia. El nombre de ese pasaporte se repite en decenas de otros documentos idénticos hallados en varios países, vendidos por las mafias de Estambul a los refugiados, donde sólo cambia la foto.
ABDESLAM, UN ‘IMBÉCIL’ ERRANTE.
El terrorista belga, salido del barrio de Molenbeek, es otro de esos yihadistas fichados que intentó llegar a Siria, aunque en este caso la policía turca se lo impidió. Bélgica lo interrogó y no detectó en él signos de radicalización, pese a tener relación con una treintena de sospechosos salafistas. Durante todo el año 2015, apareció en las cámaras fronterizas de varios países como chófer para yihadistas regresados de Siria por la ruta griega. Como Abaaoud, las autoridades no detectaron nada. Participó activamente en la matanza de la sala Bataclan, pero huyó sin problemas. Cuando la policía belga le detuvo, le dejó pasar porque la orden de búsqueda desde Francia aún tardó en llegar. Fue capturado en su propio barrio, donde permanecía oculto, en marzo de 2016. Su abogado le definió como «un imbécil sin cerebro».
BÉLGICA: CADENA DE RIDÍCULOS.
Es difícil cometer tantos errores como Bélgica con sus yihadistas, cocinados en barrios como Molenbeek, el mayor nido de salafistas de Europa. Los ataques del 22 de marzo en Bruselas (aeropuerto y metro) pusieron en evidencia los siguientes problemas: hay seis cuerpos policiales y no hablaban entre ellos. A veces, hasta usan idiomas distintos. La policía local de Mechelen recibió un buen soplo sobre el paradero de Abdeslam, pero olvidó comunicarlo a su policía estatal. Abdeslam estuvo otros cuatro meses escondido sin que nadie actuara. Además, en 2015 Turquía detuvo a Ibrahim El Bakraoui, uno de los suicidas del aeropuerto. Las autoridades turcas lo deportaron a Bélgica y avisaron de su peligrosidad, pero Bruselas no hizo nada por detenerle. Y eso por no hablar de que rechazaron la conexión del comando con las matanzas de París, cuando en realidad era el mismo y estuvieron días buscando a un sospechoso (Elhombre del sombrero) que tuvieron que dejar en libertad.