Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
  • Vivimos de las rentas dejadas por nuestros antepasados; corremos el peligro de acabar siendo el parque temático de lujo para el resto del mundo

Hoy quiero darle una vuelta a Europa, pero propongo empezar como Marco Polo: viajando a la lejana Catay. En febrero de este año y como cínico preámbulo a la invasión de Ucrania, Xi Jinping y Vladimir Putin suscribieron en Pekín un documento común ofreciéndose como modelo de verdadera democracia para el resto del mundo. El cinismo es viejo como el hombre, pero hay algo nuevo en esta modalidad: intentan apropiarse de la democracia, antiguo invento europeo desarrollado (y arrollado) en y por el mundo occidental, a la vez que atacan con armas y bagajes -nada metafóricas en Ucrania- la cultura y valores producto de esa misma democracia.

Es toda una novedad que las peores dictaduras quieran hacerse pasar por democracias verdaderas y ejemplares; es inútil buscarla en la “dictadura del proletariado” de Lenin ni el “Estado corporativo” de Mussolini. Mientras tanto, en las democracias occidentales, a la vez agredidas y falsamente imitadas, proliferan los populismos iliberales más brutales, del wokismo americano a los nacionalismos supremacistas eurofóbicos. Y hay gobiernos, como el de Sánchez, consagrados a demoler el Estado de derecho sin el que es imposible hablar de democracia alguna. Si Putin y Xi Jinping son dos cínicos peligrosos, lo nuestro es de privilegiados estúpidos, ciegos y acomplejados.

Dependemos de Estados Unidos en defensa, energía e innovación tecnológica, como la guerra en curso se ha encargado de revalidar

Hablar de los males de Europa ya es casi un tópico, pero tiene sus motivos: aunque podría ser mucho peor (tan malo como entre 1914 y 1945) no pasamos por nuestro mejor momento. Salvo como mercado y comparada con Estados Unidos y China, Europa es una potencia de segundo orden, y solo gracias a la relativa unidad de los países de la Unión Europea. Putin sorprendió a nuestras élites medrosas y ciegas, tememos a China pero le permitimos comprar puertos europeos estratégicos, y dependemos de Estados Unidos en defensa, energía e innovación tecnológica, como la guerra en curso se ha encargado de revalidar. Todo indica que somos un continente rentista que vive de su glorioso pasado e inseguro sobre su futuro (un continente dependiente, como explica The Economist).

Esto causa cierto embarazo en el continente donde se han producido algunos de los principales avances socioculturales de los últimos 2500 años en ciencia, filosofía, política y artes, incluyendo la separación de Iglesia y Estado, la globalización, la democracia, los derechos humanos, la Ilustración, el capitalismo y las revoluciones industrial y científico-técnica, sin olvidar las artes “occidentales” ni los deportes competitivos.

Si Qatar quiere potenciar su papel geopolítico no organiza carreras de dromedarios, sino que compra el Mundial de Fútbol. Si hace tiempo que el fútbol, la novela moderna y el derecho positivo dejaron de ser exclusivamente occidentales es, precisamente, por tener un valor humano universal; de ser meras peculiaridades idiosincrásicas de un continente menor (como las castas hindúes, la sharía musulmana o el confucionismo) no se habrían adoptado ni desarrollado fuera de Europa.

El máximo pecado europeo ha sido la invención y exportación de los totalitarismos del siglo XX, concebidos para aplastar la democracia liberal

Es cierto que estas maravillas han ido acompañadas por horrores como imperialismo y esclavitud, supremacismo y racismo, fanatismo y genocidio, pero ninguna de estas obras del reverso peor de la inventiva humana ha sido exclusiva nuestra. El máximo pecado europeo ha sido la invención y exportación de los totalitarismos del siglo XX, concebidos para aplastar la democracia liberal, y ahora la estupidez intelectual y educativa posmodernista; en lo demás, la autoría está muy repartida.

El mundo globalizado ha adoptado una civilización de origen occidental -la del fútbol, la democracia y la alta cultura- compartida por culturas tan diferentes como las árabes, indias y orientales, y las latinoamericanas con su originalidad mestiza. Esta civilización se ha enriquecido y abierto con mestizajes e hibridaciones foráneas que han llevado a que los orientales vistan y vivan en ciudades como las nuestras y nosotros ahora muchas veces comamos como ellos y admiremos su arte de vivir y entender la naturaleza. La gran aportación al mundo de Europa es esa civilización tan adaptable que ya es global, que tiene la democracia como horizonte y que permite vivir de modos muy parecidos sin dejar de ser musulmán, budista, hindú o indiferente.

El homenaje del vicio a la virtud

Xi Jinping y Putin persiguen y asesinan, pero en público fingen aceptar los derechos humanos porque el mundo no aceptaría lo contrario. Es el valioso homenaje de la hipocresía a la virtud. Cuando los admirables manifestantes iraníes que se juegan la vida contra la dictadura teocrática de los ayatolás exigen igualdad de sexos y libertad política con separación de poderes religiosos y políticos, reclaman ideas nacidas y desarrolladas en Europa, y lo saben perfectamente. Quieren vivir como nosotros sin dejar de ser ellos mismos, como esos inmigrantes africanos sin papeles que protagonizan increíbles epopeyas para intentar vivir en Europa. La pérdida del sentido y el valor de estas conquistas políticas y sociales es un fenómeno más bien occidental, cosa de privilegiados pueriles.

Pero ser imitados no debería aumentar la autosuficiencia europea, causa de tantos problemas actuales. Veamos un ejemplo: cuando Elon Musk compró Twitter, la Comisión Europea celebró la noticia advirtiendo que Musk debería cumplir las normas europeas para seguir en la Unión. Faltaba más, pero en Bruselas debería preocupar por qué no es la sede de una sola gran tecnológica digital como Microsoft, Google, Amazon o Twitter, ni como las chinas TikTok o Alibaba. Sin embargo, la computación nació en Europa, como la telefonía móvil de Nokia, otro liderazgo perdido. La pregunta no es pues cómo hacer cumplir las copiosas y muchas veces paralizantes normativas europeas, sino por qué nos hemos convertido en usuarios y compradores de los avances ajenos. Vivimos de las rentas dejadas por nuestros antepasados; corremos el peligro de acabar siendo el parque temático de lujo para el resto del mundo, fascinado por la moda, los vinos, los paisajes y ciudades europeas, y por poco más.

Abandonadas las mejores tradiciones de innovación y riesgo para refugiarse en un asilo paternalista-burocrático, Europa no tiene más remedio que confiar a terceros su protección y prosperidad amenazadas. Esto también es un vicio hipócrita. Nuestros problemas son la esclerosis, la burocratización y el ensimismamiento en el malestar. Todo lo contrario de lo que hizo de Europa el laboratorio global del mundo, a saber, la unión de progreso material y educativo con social y político, de libertad con creatividad. El futuro de Europa y la democracia depende de entenderlo y actuar en consecuencia.