- De pronto entra en escena Trump; a los veintitrés días de su Presidencia nos despierta con un trueno que había pregonado incansablemente durante las elecciones y que hace saltar por los aires nuestra inconsciencia y nuestra comodidad : va a negociar con Putin y sólo con Putin
Esta vez, era cierto que venía el lobo. O para ser más exactos que se va. Los europeos llevan unos veinte años sin querer darse cuenta que los papás que nos protegen, los «pérfidos» y egoístas americanos, pueden de alguna forma abandonarnos. Lo advirtió de forma cortes pero clara Obama cuando apuntó que la prioridad de Estados Unidos era Asia. Europa pasaba a un importante pero segundo plano. Trump , en su primer mandato, ya dio bufidos indicando que la OTAN estaba enferma, que renqueaba y que los europeos tenían que insuflarle más medicamentos, es decir gastarse más dinero, para recomponerla.
Aquí no quisimos creer que esto pasaría a mayores porque, astutos nosotros, razonábamos que los americanos serían los primeros interesados en frenar cualquier veleidad rusa y nos podíamos permitir seguir gastando en bienestar social, pensiones, carreteras, líneas más rápidas ferroviarias, salarios más altos, etc…, en definitiva reforzar el estado de bienestar y que nos importaba un carajo eso que puede quitar votos como gastar dinero en aviones, proyectiles o drones. Para pacifistas y buenistas nosotros , lo de dedicar recursos a la defensa resulta antipático y el ciudadano de Burdeos, Milán, Dublín o Murcia lo encontraría poco atrayente. Recordemos que el innovador Sánchez hasta pensó en eliminar el Ministerio de Defensa. El debía vislumbrar un mundo bucólico en que se impusiera el pacifismo beatífico entre los pueblos de la tierra dirigido por personas clarividentes como el y sus compinches.
La invasión de Ucrania, precedida de otras travesuras putinescas como la injerencia en Georgia, debió despertarnos. Pero no bastó. Biden, abrazando el multilateralismo y huyendo del compadreo con Putin, resucitó el multilateralismo americano y prestó ayuda a Ucrania, impuso sanciones al violador. Europa lo imitó y acudió en auxilio del agredido aunque siempre de manera premiosa y cicatera. Los ucranianos se quejaban de que éramos roñosos y por nuestros remilgos les obligábamos a luchar con una mano atada a la espalda.
La guerra se atascaba. Rusia no podía ganarla ni perderla, era una contienda de desgaste, con enormes pérdidas humanas, quizás más rusas, pero su mayor reserva de habitantes, 140 por 43 y el apagón informativo decretado por Putin le permitía resistir.
De pronto entra en escena Trump; a los veintitrés días de su Presidencia nos despierta con un trueno que había pregonado incansablemente durante las elecciones y que hace saltar por los aires nuestra inconsciencia y nuestra comodidad : va a negociar con Putin y sólo con Putin. Europa sufre un vahído, se desnorta. Se ha permitido desoír las advertencias de que aumentase su presupuesto de defensa y le asustan las advertencias y recriminaciones del forzudo americano. La articulada, aunque sesgada, intervención del Vicepresidente Vance en Múnich hace llorar al alemán que preside la conferencia de seguridad.
Es un hecho que Trump, de un plumazo, ha legitimado al delincuente agresor Putin, imputado por el Tribunal penal internacional por secuestrar a miles de niños ucranianos para reeducarlos, y se dispone a montar con él, en un contubernio «tete a tete», un nuevo Yalta en el que deciden, sin contar con nadie, el futuro de una parte de Europa.
A Trump no le importa que su colega ruso haya violado la Carta de la ONU, que establece que los CINCO miembros permanentes velen por la paz internacional y que de paso Putin se haya ciscado en el Memorandum firmado en Budapest en 1994 en el que Rusia y los otros grandes se comprometían a respetar las fronteras y la integridad de Ucrania. El mesianismo de Trump, su ego y su desconocimiento de la historia le lleva a repetir algo que se asemeja, Dios no lo quiera, al acuerdo de Múnich de Chamberalin con Hitler en 1938. El inglés volvió a su país con el slogan de que había logrado «la paz para una generación» y 336 días más tarde el expansionista Hitler había iniciado la II Guerra Mundial.
¿ Se parará Putin con la humillación que se pretende imponer a Ucrania? En Polonia, Finlandia y los países bálticos, objetos estos últimos del oscuro deseo de Putin, no lo creen. Putin a semejanza de ciertos zares quiere en toda su periferia o sometimiento o una soberanía limitada.
Los aliados desconcertados exhiben multiplicadas sus divisiones. Macron convoca una minicumbre, iniciativa que le hubiera gustado tener Sánchez si tuviese el perfil adecuado, y la reunión no sirve para cerrar filas en Europa sino para abrirlas. Los no invitados como Rumanía( 600 kilómetros de frontera con Ucrania) y Chequia( gran receptor de refugiados ucranianos) braman amargados. Un ministro húngaro dice que es «una cumbre de frustrados que no buscan la paz» .
Meloni, pro-americana, se queja de esas exclusiones. Y los otros participantes se escinden sobre el envió de tropas que separen a los contendientes en Ucrania. Varios, Londres, Paris, lo harían si Washington da apoyo logístico e interviene en caso de fuerza mayor. Otros vacilan sobre el momento, Sánchez es reticente pero disfruta siendo el rey del tópico y del buenismo. El y su monaguillo en Exteriores repiten que Europa está unida(?) y que tiene la «voluntad» de ayudar a Ucrania.
Un diplomático centroeuropeo me pregunta : «¿ Y si tu presidente tiene tanta voluntad de impedir la derrota de Ucrania por qué es de los 31 de la OTAN el que menos se gasta?»
Mientras, un vocero ruso dictamina contento: «La opinión de Europa no cuenta».