Despreciar el Estatuto de Gernika en función de las transferencias pendientes es una excusa del PNV para volver a rescatar el ‘plan Ibarretxe’. El PNV sigue apostando por el fortalecimiento nacionalista frente al consenso democrático.
Conmemorar y reivindicar. No el texto en sí sino el espíritu de convivencia del Estatuto que marcó el comienzo de una etapa de despegue político del País Vasco en los primeros años de la democracia.
Lo que explicó ayer el lehendakari Patxi López en el acto festivo de Ajuria Enea es lo que se ha venido haciendo durante todos estos años, aunque el 25 de octubre no estuviera marcado en rojo en el calendario. Porque en estas tres décadas se ha festejado que el marco político haya permitido a Euskadi dotarse del nivel de autogobierno que ha sido la envidia de tantos paises de Europa. Ha dado sentido a toda la arquitectura institucional de la comunidad autónoma reconociendo los derechos históricos, sus normas forales y el propio futuro autonómico. Casi nada. Se reclamaban, como era lógico, las transferencias debidas mientras se reconocía nuestra calidad de autonomía, a pesar del terrorismo. Pero se festejaba. En principio, todos. Y, a partir del 98, el PNV se apeó del tren del consenso porque el Pacto de Lizarra le obligó, con meridiana claridad, a tomar una nueva deriva antiestatutaria.
Y después de ese fatídico año, solo las fuerzas constitucionalistas celebraban el espíritu del Estatuto, el 25 de octubre. Despreciar el Estatuto según el balance de las competencias pendientes de transferir obedece a un planteamiento tan tecnicista, a estas alturas, que ni siquiera los nacionalistas creen en él. Lo utilizan para alejarse de cualquier celebración estatutaria; cierto. Pero su argumento sobre la incongruencia del festejo de un Estatuto incumplido resulta una excusa demasiado endeble, que en el fondo encierra su deseo de volver a poner el ‘plan Ibarretxe’ sobre la mesa, como han hecho este fin de semana.
No seríamos honestos con la memoria de nuestra tierra en todo este tiempo si no recordásemos que fue el PNV (el de Ibarretxe, de Egibar, el de todos) el que soltó las amarras del consenso porque solo le interesaba desbordar el Estatuto para fortalecer el frente nacionalista. Al lehendakari Ardanza, que participó en el acto de su partido el sábado en Gernika para reivindicar el ‘plan Ibarretxe’, sí le preocuparon en su día las transferencias. Y no digamos a Garaikoetxea, que tuvo el privilegio de presidir el primer Gobierno vasco de la democracia, cuando se creó la Ertzaintza, se negoció el Concierto y el Cupo, se puso en marcha Osakidetza y la red de educación… Toda una aventura, esa sí, apasionante.
Porque Euskadi empezó a dar pasos de gigante en la autonomía económica y política gracias al Estatuto. Pero a Ibarretxe no le interesaban ya los tecnicismos autonomistas. Y no le importó apoyarse en los votos del entorno de Batasuna para aprobar su plan con la mayoría necesaria en el Parlamento vasco. Un plan rechazado por el Congreso de los Diputados en el año 2005, que el PNV ha vuelto a rescatar este fin de semana para evidenciar la fractura política de la sociedad vasca. Es necesario reconocer que, a pesar de su fuerte oposición (tan ensimismados están en su nuevo papel que el portavoz parlamentario Josu Erkoreka cree que «las relaciones entre el PSE y el PP se han deteriorado» gracias a su intervención), hoy estamos mejor que el año pasado. Porque hace un año por estas mismas fechas, el empecinamiento de Ibarretxe por convocarnos a una consulta el 25 de octubre llegó a provocar un clima de crispación difícil de sostener por mucho tiempo.
Tendremos fiesta oficial cuando se apruebe en el Parlamento vasco, pero el nuevo Gobierno tiene por delante el gran reto de implicar a buena parte de la sociedad que todavía sigue encerrada en el armario por temor a reconocer que forma parte de ese 70% detectado en las encuestas del Euskobarómetro que admite estar satisfecho con el nivel de autogobierno conseguido hasta ahora. A pesar de todas las dificultades, ayer fue un día hermoso. Las víctimas del terrorismo formaban parte del recuerdo permanente del lehendakari. Y muchos agradecieron la presencia de Josu Jon Imaz y de Mario Fernández.
De las ausencias, las más recordadas las de gente valiosa que contribuyó a la puesta en marcha del Estatuto. Juan Mari Bandrés, galardonado ayer mismo con la distinción al buen trabajo (‘Lan onari’), afectado desde hace años por una lesión cerebral y cuya contribución a la puesta en marcha de la Euskadi autonómica, desde el Consejo General Vasco, fue de una entrega sin límites, verdaderamente encomiable. Con un espíritu de compromiso similar al que mantuvo el político centrista, ya fallecido, Chus Viana, sin cuyo voto, por cierto, no habría sido posible aprobar con mayoría en el Parlamento vasco el himno oficial de la comunidad autónoma. La fotografía de Fernando Buesa, asesinado por ETA, hablando con los parlamentarios de Herri Batasuna evocaba el recuerdo de la aportación socialista a la educación en el País Vasco.
Los terroristas lograron acabar con Buesa y lo intentaron con Jose Manuel Recalde; los dos habían sido consejeros de Educación. Euskadi está en deuda con tantos servidores de la política, con mayúsculas, que el dia 25 de octubre se ha convertido en una fecha solemne. Es de justicia que se conmemore como tal porque, mientras no haya una alternativa mejor, el consenso logrado en el referéndum de hace treinta años fue el mayor de toda nuestra historia.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 26/10/2009