En España y en muchas autonomías, el equilibrio es tan precario que podríamos llegar a un sustancial acortamiento de los ciclos políticos, con alternancias que se sucedan cada poco tiempo, impidiendo que ninguna formación gobierne más de una o dos legislaturas seguidas. Ello generaría inestabilidad institucional, pero los electores atarían más en corto el curso de los acontecimientos.
a influencia de Euskadi sobre la política española ha cambiado, afortunadamente, de registro. Los efectos del problema terrorista como factor que suscitó acuerdos y profundas desavenencias entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, parecen haberse diluido ante la sensación compartida de que ese es un tema amortizado. De ser motivo de discordia, la gobernación del País Vasco ha pasado a convertirse en el único nexo que hoy compromete a socialistas y populares. Desde hace algunos años la política española se encuentra mediatizada por los equilibrios que se establecen en las autonomías. El pacto excluyente del Tinell dio cauce al tripartito catalán para condicionar desde la Generalitat y el nuevo Estatuto el dibujo territorial de la España autonómica. Pero también para ensanchar la separación entre socialistas y populares. La derrota de la coalición entre socialistas y nacionalistas en Galicia y la prevista designación de Patxi López como lehendakari gracias a los votos del PP ha cambiado la situación política en España, y no sólo porque el Gobierno de Rodríguez Zapatero haya perdido el apoyo parlamentario del PNV.
Si Emilio Pérez Touriño se hubiera mantenido al frente de la Xunta de Galicia en alianza con el BNG, Zapatero hubiese puesto más pegas a la elección de López como lehendakari con el apoyo del PP. Pero el revés sufrido en la autonomía gallega dejaba a La Moncloa y a Ferraz sin argumentos para intentar alguna aproximación al nacionalismo en Euskadi. Ni siquiera la amenaza de que el PNV retiraría el apoyo prestado al Gobierno durante los dos últimos años servía para disuadir a Zapatero de su obligada adhesión a las pretensiones de la cúpula del PSE-EE. La cotizada estabilidad parlamentaria se ha convertido, en el corto plazo, en un valor secundario si la comparamos con el reto que para los socialistas suponen las elecciones al Parlamento europeo del próximo mes de junio. La actividad del Congreso y el Senado puede aletargarse reduciendo la iniciativa legislativa del Gobierno, de manera que se disipe la sensación de precariedad. Pero, tras el fracaso de Galicia, Zapatero no hubiese podido mediar en Euskadi a favor de un acuerdo con el nacionalismo sin regalar de entrada la victoria de las europeas a Mariano Rajoy.
PSOE y PP están obligados a comprometerse con el cambio al frente de la autonomía vasca, aunque tanto uno como otro intentan mantenerse a distancia de su inevitable aliado, minimizando los puntos de coincidencia el primero, y condicionando el segundo el apoyo al Gobierno que los socialistas quieren alumbrar en solitario. Pero de igual modo que la puesta en escena vasca está pensada para afrontar en las mejores condiciones posibles el reto electoral de junio, el resultado de las europeas determinará el rumbo de los acontecimientos en Euskadi. Si el PSOE gana la carrera hacia Estrasburgo a año y medio vista de las locales y autonómicas, es posible que anime al PSE-EE a cortar amarras respecto al PP ante la convocatoria, más favorable para el nacionalismo, que representan las elecciones municipales y forales en Euskadi. Pero si en junio vence la lista encabezada por Mayor Oreja, el PSE-EE puede verse obligado a reverdecer los lazos que en 2001, en tiempos de Redondo Terreros, le unieron al candidato popular, estrechando los compromisos con el PP de Antonio Basagoiti con el único propósito de salvar la legislatura.
El limitado margen de maniobra del PSOE estrecha el del PSE-EE y viceversa. Si el Gobierno pudiera contar en el Congreso con un aliado alternativo al PNV, el margen de ambos se ensancharía. Pero la eventualidad de que CiU acepte dicho papel depende de un cambio de alianzas en Cataluña tan drástico como improbable. Especialmente ante el pulso que se anuncia de cara a la Alcaldía de Barcelona y otras. El comportamiento electoral describe a menudo un juego de compensaciones.
Los comicios locales podrían propiciar dentro de dos años la revancha convergente frente al tripartito presidido por Montilla. Las europeas brindan la oportunidad al PP para aventajar al PSOE con una diferencia similar a la que éste obtuvo en las últimas generales. Y la elección de los ayuntamientos y diputaciones en Euskadi será la gran baza que el PNV tratará de utilizar para condenar a López a ser lehendakari por una legislatura. El equilibrio, en España y en muchas autonomías, resulta tan precario que bien podríamos encontrarnos ante un sustancial acortamiento de los ciclos políticos, de manera que las alternancias, además de ser imperfectas o limitadas, se sucedan cada poco tiempo impidiendo que ninguna formación consiga aguantar en el gobierno más de una o a lo sumo dos legislaturas seguidas.
Tal supuesto podría dar lugar a un clima de inestabilidad en las instituciones. Pero, cuando menos, sería un clima saludable en el que los electores atarían más en corto el curso de los acontecimientos.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 21/3/2009