Ayer no hubo lehendakari ni guión, todo fue más soso, menos la comida, y por primera vez en este siglo no se reivindicó el derecho a decidir de los vascos. Este hecho viene a subrayar el acierto de quienes pensaban que el nacionalismo no se moderaría sin su paso a la oposición.
Ayer, 27 de septiembre, Euskadi era un circo de tres pistas. Se cumplían 34 años de las últimas ejecuciones del franquismo, dictadas por consejos de guerra sumarísimos, que condenaron a dos etarras y a tres militantes del FRAP, mediante la aplicación retroactiva del decreto ley de Prevención del Terrorismo, aprobado ad hoc el 26 de agosto de 1975. Desde hace unos años, el entorno político de ETA celebra en esta fecha el Gudari eguna (Día del soldado vasco). La prohibición de la Audiencia Nacional dejó en nada la efeméride.
En la segunda pista, ETA introducía algo de confusión en el ambiente al desautorizar un comunicado publicado con su firma en el diario Berria y publicar otro en Gara. Era también el último domingo de septiembre, fecha en que el partido-guía de los vascos celebra el Alderdi Eguna (Día del Partido), tras comprobar que el primer Aberri Eguna (Día de la Patria) había obtenido una respuesta masiva y unitaria. El horror del nacionalismo a los consensos le llevó a instituir una fiesta en la que los suyos pudieran estar solos.
Ayer, en las campas de Foronda hubo novedades. Se echó en falta al lehendakari, un comparsa de lujo que cerraba el desfile de los teloneros y anunciaba al presidente del partido. Hay que destacar que el baranda del EBB durante 25 años fue Xabier Arzalluz y eso le daba al tema otro color. Se ponía las botas de monte y el jersey de pico y a partir de ahí el discurso se le arriscaba solo. En los alderdis tuvo aquel hombre intervenciones magistrales: «El corrusco que nos dan está hecho con el trigo de nuestros campos». Ya para entonces, los teloneros le habían calentado a la parroquia y su intervención era el delirio.
Ayer, para empezar, no hubo teloneros, ni lehendakari y un mitin sin teloneros es como un vodevil sin cuernos. Luego, la oratoria de Iñigo Urkullu tampoco es la de Arzalluz. Así denunciaba el primero el pacto PSE-PP: «Se han casado. Son un matrimonio de conveniencia, pero se han casado». Compárenlo con esta pieza de Arzalluz en la noche electoral de 1998: «Parece que no quieren [entrar en el Gobierno vasco]. Sacan pecho, hinchan el garganchón, mueven la alas, promueven gorjeos… pero son ritos de apareamiento. Y, salvo excepciones, todo el mundo quiere aparearse». No hay color. Ibarretxe también dio su punto a la fiesta en el alderdi de 2003, con una gran interpretación de Bruto, matizada por la tradicional sobriedad de los actores vascos. Y sin daga; con un simple abrazo. Se acercó y le dijo: «Xabier, te queremos. Agur». Arzalluz le miró perplejo, como preguntando: «¿es que te vas?» antes de percibir el drama y caer a los pies del busto de Sabino.
Ayer no hubo lehendakari ni guión, todo fue más soso, menos la comida, y por primera vez en este siglo no se reivindicó el derecho a decidir de los vascos. Este hecho viene a subrayar el acierto de quienes pensaban que el nacionalismo no se moderaría sin su paso a la oposición. Hay que destacar el sentido del fair play del nuevo Gobierno: aún urgido por la necesidad recaudatoria, el consejero de Interior no consideró la posibilidad de colocar controles de alcoholemia a las entradas de Bilbao y Vitoria.
Santiago González, EL MUNDO, 28/9/2009