El primer acto es una primicia en la historia de los movimientos sociales: una huelga general contra un gobierno aún no constituido y de izquierda. Lo importante es que ese día haya borroka y poner en marcha la espiral sabiniana de la violencia. La Lehendakaritza de Patxi López encarna hoy la causa de la democracia en tierra vasca. Tarea difícil. Euskadi no es España.
El gesto cuenta, y mucho, en una política como la actual dominada por la imagen. Tenemos un ejemplo bien reciente en la escenificación elegida por Carme Chacón, y detrás del telón por el presidente Zapatero, para anunciar la salida de las tropas españolas de Kosovo. Había un consenso sobre el tema de fondo, ya que mal podía ser justificada una presencia militar en un Estado cuya independencia juiciosamente no fue reconocida por España y que había nacido con el sello made in OTAN, vulnerando las resoluciones de la ONU sobre la intangibilidad territorial como condicionante de la intervención militar. Tal vez la decisión unilateral resultaba el único cauce viable para la salida, a la vista de las presiones sufridas desde que se produjo su anuncio, muestra de la subalternidad asignada a España desde el vértice de la Alianza en todo el episodio (legitimador además de la política agresiva de Putin en el Cáucaso: todo un éxito). Pero lo que constituyó un error evidente fue el gesto populista de hacer el anuncio ante las mismas tropas, fuente de irritación adicional para la Alianza, propiciando, de paso, que el PP destapase una vez más la caja de los truenos con olvido de su sempiterno españolismo.
En estos pasos preliminares del pacto PSE-PP en Euskadi, no ha faltado algún gesto que sin afectar tampoco al fondo de la cuestión, daña la imagen hasta entonces bien construida de los tratos para una alianza entre partidos que están todo el día tirándose los trastos a la cabeza en Madrid. Claro que Euskadi no es España, en el sentido de que cuenta con un subsistema político propio y sufre la excepcionalidad del terror etarra. Un terrorismo que ha contado además con notable apoyo social y la no menos estimable inhibición de un Gobierno autónomo obsesionado con un «derecho a decidir», en sentido convergente con ETA. Por eso mismo, sin embargo, los socialistas vascos han tenido buen cuidado en afirmar la voluntad de cambio como fundamento de su vocación de poder, y también en advertir que el apoyo del PP para una serie de acciones imprescindibles (coherencia en el cerco policial, político y cultural a ETA, políticas de comunicación y de educación) no significa dar un vuelco que envíe a los nacionalistas demócratas al mismo lugar de impotencia absoluta a que ellos fueron relegados de cara a las grandes opciones en la década de Ibarretxe. La marginación de los no nacionalistas habría de ser sustituida por una estrategia integradora, con un nuevo equilibrio en las relaciones de poder, de hecho, una auténtica construcción nacional frente a la proclamada por el PNV (salvo Imaz), que partía y parte de la fractura del país en dos con tal de garantizar la supremacía abertzale.
Sólo que el Partido Popular margina ese componente integrador cuando designa para la presidencia de la Cámara vasca a una joven política marcada por sus ideas ultraconservadoras en religión, al parecer próxima al Opus Dei, y desconocedora del euskera. No es lo mismo que titulares de otros cargos, por elevados que sean, ignoren el vascuence, que tal carencia afecte a la persona encargada de presidir al órgano representativo del conjunto de la sociedad vasca en su pluralidad política y cultural. Así, el gesto sólo sirve al ala intransigente del PP: Arantza Quiroga se ha convertido por unos días en el símbolo de la carga retrógrada que llevaría consigo el supuesto frente españolista, plataforma de Patxi López.
Porque la pinza ya está dibujada. Posiblemente, el PNV entre más tarde en razón, pero de momento utiliza todos sus medios, con el desfile de plumas y voces de descalificación -alguna divertida, como la de Anasagasti, tan incómodo con el italiano como con el euskera al sentenciar que en la política del PSOE manca fineza (sic)-, y el martilleo incansable de Euskal Telebista, para impregnar a la sociedad vasca de la idea de una usurpación cuyo beneficiario exclusivo sería el PP. Es la preparación del terreno para una deseada movilización social de cuyo protagonismo se encargará la llamada izquierda abertzale. El primer acto ya está anunciado, constituyendo una primicia en la historia de los movimientos sociales: una huelga general contra un Gobierno aún no constituido y de izquierda. Lo importante es que ese día haya borroka, detenciones, y pueda ser puesta en marcha la espiral sabiniana de la violencia.
Todo ello confirma la idea de que la Lehendakaritza de Patxi López encarna hoy la causa de la democracia en tierra vasca. Tarea difícil. Euskadi no es España.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 4/4/2009