La relación del nacionalismo democrático con ETA vuelve a sacarnos del espacio europeo. Ibarretxe declara su inutilidad para la causa vasca. ETA sobra. A partir de ahí, el PNV sueña con aceptar de nuevo los utilísimos votos parlamentarios dictados por ETA y por eso denuncia la exclusión de sus satélites como fraude jurídico made-in-Madrid para desalojar a los nacionalistas.
Un día Txomin Ziluaga, viejo amigo a pesar de todo, me explicó que uno de los logros de la izquierda abertzale había sido que sus seguidores dejaran de sentirse europeos. Era un efecto de la refundación ideológica en que Krutvig, desde su Vasconia, había mostrado las ventajas de encubrir el casticismo sabiniano con la máscara de una lucha colonial por la independencia.
La fascinación ante la revolución sandinista en Nicaragua fue la más clara expresión de esa mentalidad, por desgracia legitimadora de algo mucho más miserable y agresivo: la práctica sistemática del terror, disfrazado de lucha armada.
Aunque como todo discurso reaccionario, el del radicalismo abertzale proceda a la captación de la terminología progresista -recordemos la alternativa democrática de ETA- y a invertir los significados al modo del Arbeit macht frei -los adversarios del terror serían los fascistas-, la aprobación de los crímenes políticos por ETA y su entorno no deja la menor duda en cuanto a su total incompatibilidad con la democracia.
Nada tiene que ver con la Europa de hoy, y sí, Sabino mediante, con los movimientos totalitarios que en nombre de la concepción biológica del Volk -pariente de ese sagrado pueblo vasco de identidad milenaria- implantaron una lógica de exterminio contra los enemigos raciales y políticos.
El último comunicado de ETA expresa inmejorablemente esa condición de movimiento totalitario. Como siempre, detención de terroristas supone represión intolerable, pero sobre todo destaca la voluntad de aniquilar físicamente al próximo Gabinete socialista, presentado nada menos que como «gobierno del fraude para cualquier abertzale» de un lado y como «gobierno del fascismo y de la vulneración de los derechos», carente de «legitimidad democrática». La supuesta continuidad con la vieja dictadura es subrayada al llamar «caudillo» a Patxi López. Consecuencia: «serán objetivo prioritario de ETA». Palabras de criminales puros y duros.
La elaboración del argumento central no corresponde, sin embargo, al grupo terrorista. Desde las elecciones, ha sido el nacionalismo democrático quien protagonizó y protagoniza en Euskadi un espectáculo permanente de deslegitimación de la democracia. Algo inédito en el mundo occidental. Ni por quedar en primer lugar en un sistema pluripartidista se ganan las elecciones, ni hay en Euskadi «la mayoría enorme» de abertzales, ni una alianza poselectoral para formar gobierno monocolor es un frente, ni sobre todo en un régimen representativo cuentan los votos por encima de los escaños. Ibarretxe, Urkullu, Egibar, lo saben y a pesar desarrollan una intensísima maniobra de intoxicación orientada a emborronar el resultado de las elecciones y a ahondar aun más la fractura en el interior de la sociedad vasca. Nada hay más antidemocrático que la idea de que sólo un determinado partido encarne al conjunto de la sociedad y tenga por consiguiente el derecho a gobernarla.
Pero es que esa labor de destrozona tiene lugar en un espacio político donde ETA está aun presente. La acusación etarra contra la táctica impuesta desde el Estado, enlaza con la interpretación de Egibar y Urkullu que ven en el Gobierno PSE el resultado de una conspiración estatal. Cuando la banda llama «caudillo» a Patxi López, encuentra un esperpéntico respaldo en el Manifiesto de Aberri Eguna del PNV donde la españolización remite a José Antonio Primo de Rivera. Y el PNV va aún más allá al tender la mano a la izquierda abertzale con la acusación de que esa conspiración de Estado españolista tuvo lugar «alterando las reglas del juego democrático e impidiendo que toda la sociedad vasca esté representada en el Parlamento Vasco». ETA no tiene nada que añadir: la subida al poder del PSE es el resultado de «una trampa y un engaño» electorales, luego actuemos (si podemos) en consecuencia.
La relación del nacionalismo democrático con la organización terrorista vuelve así a sacarnos del espacio europeo. Es una especie de juego donde ETA aparece y desaparece según conveniencia. De entrada, Ibarretxe declara su inutilidad para la causa vasca. ETA sobra. Una vez dicho esto, sin embargo, el PNV sueña con aceptar de nuevo los utilísimos votos parlamentarios dictados por ETA y por eso denuncia la exclusión de sus satélites como fraude jurídico made-in-Madrid para echar del gobierno a los nacionalistas.
Estamos ante un caso de ceguera voluntaria, por partida doble, y de enorme responsabilidad por lo que tiene de apoyo indirecto al terrorismo, sin evitar además la división entre el partido de Urkullu y la izquierda abertzale. Ibarretxe y el PNV saben que gracias a la acción policial y a la aplicación de la Ley de Partidos se encuentra ETA en una situación de honda crisis. No les importa. La segunda ceguera es aún más dolosa: fingen ignorar que Batasuna y sus sucesoras son un simple instrumento político de la organización armada y que por consiguiente su vida legal implicaba la de ETA en la sociedad vasca. La obstinada defensa de su legalidad no es así sino una interesada protección de la estructura del terror, sustentada además en la comunidad ideológica abertzale.
¿Cabe esto en la UE? Es el gran reto para el nuevo gobierno de Patxi López: encauzar la política vasca -PNV incluido- hacia las pautas y los usos europeos.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 27/4/2009