Conforme a las pautas del Curriculum, la ‘normalización’ que nos preparan será que las exigencias cívicas se sometan a las exigencias étnicas y que, más que llegar a ser demócrata, importa convertirse en vasco tal como lo define el nacionalismo. Asusta tanta incultura política, tanta miseria moral. Pero así salen y, si nadie lo remedia, así saldrán educados nuestros chicos.
Disfrutemos de la paz provisional decretada por ETA, pues claro. Pero como en este país lo malo no era tan sólo su fuego, tampoco el alto el fuego por sí solo nos traerá la felicidad ciudadana. Antes y después de él, había y seguirá habiendo gravísimos problemas civiles que a todos nos toca hacer frente sin esperar a que escampe. Por eso el alto el fuego, permanente o no, debería servir para que unos se atrevan por fin a proclamar sus razones sin miedo a la pistola y otros sin el amparo de la pistola.
Quiero decir que no nos paralice ahora la esperanza como nos ha venido paralizando el temor. ¿O es que no han reparado en un modo, entre otros, como el terrorismo ha favorecido siempre al nacionalismo vasco? Al fijar la atención general en las barbaridades sangrientas, pasaban inadvertidas las otras tropelías que se cometían en la paz de Dios y hasta con el consentimiento de la mayoría; si lo único importante era acabar con los atentados y extorsiones, podía permitirse todo lo demás. En fin, tanto ruido metían los asesinatos de mes en mes que las iniquidades del día a día transcurrían en silencio y como si tal cosa. Así ha progresado en este país una política educativa y, en particular, lingüística cuya meta expresa es preparar la demanda de secesión política. Su último avatar, ese Curriculum Vasco del que basta ojear su documento marco para saber qué se nos viene encima. (Los números entre paréntesis remiten a las páginas de esta reciente joya nacionalista).
Que el equipo de trabajo que ha redactado ese texto flaquee al escribir en español no significa, ni mucho menos, que conozca mejor el euskara. Significa tan sólo que así está la enseñanza en todos sus grados, y ya me dirán entonces cuánta confianza cabe depositar en la calidad de la educación programada por estos educadores. Lo suyo es incurrir en los tópicos más correctos (‘os/as’, ‘ciudadanos y ciudadanas’, ‘todos y todas’, ‘ellos y ellas’), malentendidos diversos (‘conformidad’ por ‘conformismo’, ‘sistémico’ por ‘sistemático’), anglicismos habituales (‘competencias’ y ‘habilidades’ en lugar de ‘capacidades’), archisílabos hasta hartar (algunos novedosos: ‘compartimentalizados’ por ‘compartimentados’ o ‘significatividad’ en vez de ‘significado’). Eso por no hablar de las faltas de ortografía (‘así misma’ cuando debiera decirse ‘a sí misma’, ‘deber de’ en lugar de ‘deber’ o ‘preveer’ por ‘prever’) o de su notable ignorancia al servirse de los signos de puntuación, una carencia que a menudo transforma la lectura en un suplicio.
Estas presuntas pequeñeces son anticipos de torpezas mayores. El Curriculum comienza pregonando con toda solemnidad que esto es Euskal Herria, o sea, el «País del euskara» (4). Conozcan esta lengua los pocos que la conocen, la empleen los menos aún que la emplean, lean/hablen/escriban en español (o en francés) muchos más habitantes de este imaginario país que en euskara…, este es el país del euskara. Se equivocó el filósofo griego, porque aquí lo que es no es y, lo que no es, es. O, si lo prefieren, lo que es no debe ser porque a algunos no les gusta y lo que todavía no es debe serlo cuanto antes. Que nadie busque un sólo argumento que legitime esta obligación político-moral, porque sus propulsores no lo han sabido encontrar en veinte años ni lo encontrarán ahora. Esa lengua no es la lengua real de la mayoría de los hablantes reales, pero es la lengua indiscutible de los hablantes ideales. ¿Por qué? Porque el euskara representa la esencia misma de Euskal Herria, esa entidad metafísica de la que los habitantes de la Comunidad Vasca, Navarra o el País Vascofrancés tan sólo somos sus pobres fenómenos. Sujeto político no hay más que uno, Euskal Herria, y los demás no pasamos de ser sus recaderos.
De modo que esta es una tesis de tal evidencia y naturalidad que se impone por sí misma; tan objetiva, que no está sujeta a pareceres discrepantes; algo por encima de los derechos e intereses de los ciudadanos. Si no malentiendo el documento, el pronunciamiento acerca del euskara es una «cuestión prepolítica» (7). Con lo que se da a entender que conviene sacar esta cuestión de la arena política, no sea que entre todos nos la pongan perdida… Uno creía que la política lingüística era una política; creía además, que era una política impulsada sobre todo por la ideología nacionalista y sus tontos útiles; y, en fin, que hasta era la política básica de la construcción nacional, porque sin lengua propia Euskal Herria no es nación y; entonces, ¿cómo llegar a ser Estado algún día? Puras alucinaciones de quien esto escribe. Un objetivo capital del Curriculum es «fortalecer el euskara» (7), pero sin hacer política en absoluto. Lejos de cualquier móvil político, otra de sus metas es una educación plurilingüe «que tenga como eje el euskara y respetuosa con la lengua materna» (10). Y así se confiesa mal que bien que la lengua materna de la mayoría no es el euskara, pero se consagra a la vez que la lengua minoritaria debe regir como mayoritaria. Al fin y al cabo, un principio fundamental del diseño curricular vasco es «que responda a las necesidades de Euskal Herria» (19). Amén.
Sabido esto, ¿qué más deben aprender nuestros queridos niños? Pues deben aprender que su amado país anda repartido entre «distintas administraciones» (4, 7), entre los «Estados español y francés» (15). Deben aprender enseguida a no nombrar a España ni en sueños, porque ellos viven «en una sociedad vasca integrada en Europa y en interdependencia mundial» (4). Y deben aprender asimismo a no mencionar tampoco la que entre nosotros es lengua de los más y que todos hablan o entienden. Pues es el caso que en su educación obligatoria los niños deben ponerse «a nivel de usuario competente en euskara y en la lengua oficial de contacto correspondiente; a nivel de usuario independiente en una lengua franca europea y a nivel de usuario básico en la otra lengua de contacto en Euskal Herria» (49). Ahí queda eso, y es de suponer que la última lengua aludida será, por mal nombre, el español…
Pero esto no agota todavía la cuidada ‘educación en valores’ de los futuros ciudadanos de Euskal Herria. Esa educación se puede condensar en unas pocas premisas de la moda del día: no hay existencia humana abstracta, sino en un contexto histórico y cultural (25); todas las expresiones culturales son valiosas (9); cada persona debe hacerse consciente de sus raíces (10). ¿Y cómo aunar entre nosotros tanta diversidad para tener la fiesta en paz? Muy sencillo y por demás desinteresado: «considerando el euskara y la cultura vasca como patrimonio común de todos los grupos culturales que en Euskal Herria vivimos en contacto» (26). Así que -ya nos lo temíamos- «los valores tradicionales se relativizan» (11), menos el valor de nuestra propia etnia y sus tradiciones inventadas. He ahí la prodigiosa receta local que nos permitirá el milagro de vivir como vascos universales del siglo XXI (14) y los siglos venideros. Cierto que estos ideólogos pedagógicos no logran ofrecer una noción ni aproximada de cultura vasca, salvo la redundancia de que consiste en la fusión de la cultura nuclear, las culturas integradas y la cultura de la ciudadanía vasca actual (15). O sea, que la cultura vasca es… la cultura vasca.
Hay en el texto una pregunta clave: «en lo que a la cultura vasca se refiere, ¿qué es lo que tenemos y, sobre todo, qué es lo que queremos tener en común los que vivimos en Euskal Herria?» (8). La respuesta más fácil y ajustada sería: lo que debemos tener en común los miembros de esta comunidad es una suficiente conciencia ciudadana por encima de cualesquiera otras diferencias culturales, reales o imaginadas. Sólo que tal respuesta no sería nacionalista, sino democrática, y nuestros maestros ya saben que la democracia está de capa caída. Saben de buena tinta que «tanto el sistema democrático por delegación como el concepto de Estado-nación… sufren un proceso de deslegitimación» (11). ¿Qué ha de entenderse, en suma, por esa ‘normalización’ que nos preparan? Conforme a las pautas de este Curriculum, normal será que las exigencias cívicas se sometan a las exigencias étnicas y que, más que llegar a ser demócrata, importa convertirse en vasco tal como lo define el nacionalismo vasco. Asusta tanta incultura política, tanta miseria moral. Pero así salen y, si nadie lo remedia, así saldrán educados nuestros chicos.
(Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la UPV)
Aurelio Arteta, EL DIARIO VASCO, 5/4/2006