Quienes impiden escolarizar a los niños en su lengua natural no están por el bilingüismo, ni tampoco por el monolingüismo euskaldún, porque saben que es imposible. Detrás de esa política educativa subyace la concepción nacionalista de la lengua como instrumento de poder, de control social. No quieren que la población domine el euskera, quieren mantener la ficción del bilingüismo.
El genoma humano determina que nuestro cerebro esté programado para hablar, preparado para aprender sin esfuerzo alguno la primera lengua que oigamos a nuestro alrededor. Para adquirir una lengua basta con oír a otros hablantes a la edad adecuada, entre uno y tres años; los genes a través del cerebro hacen el resto. Pero esos genes no nos programan para aprender a escribir o para las matemáticas. Por eso para aprender a hablar no hace falta ir a la escuela, pero sí para aprender a escribir, a leer y a hacer cuentas. Esta adquisición -que no aprendizaje- del lenguaje es algo que nos ocurre a todos, igual que nos crecen las manos o la cabeza. La capacidad del lenguaje es, pues, innata y cristalizará en la lengua del entorno: español, euskera, chino, etc. Ahora bien, el aprendizaje de una segunda lengua no es como la adquisición natural de la lengua materna. Es un aprendizaje muy costoso y existen muchas teorías sobre cuándo comenzarlo: si desde la más tierna infancia, si a los diez años una vez asentada la lengua materna (la más extendida), si de adultos, etc.
Otra cuestión es si los niños aprenden mejor en su lengua o en una lengua que desconocen al entrar a la escuela. Los sicólogos y pedagogos siempre han defendido la continuidad que debe haber entre familia, escuela y sociedad, y así los japoneses se educan en japonés, los alemanes en alemán etc. Sólo en algunas regiones españolas no es así. Si esto se debe a la voluntad de los padres no habría nada que objetar. Pero lo que es inaudito es que se impida escolarizar a los niños en su lengua natural en Cataluña, País Vasco, Baleares y Galicia; en una de las lenguas del mundo más habladas y la extrajera, tras el inglés, más estudiada como segunda lengua. ¿Acaso se imaginan que en Florida, Texas o California, zonas con un 30% de hispanohablantes y donde se habló antes que el inglés, se obligase a los sanitarios anglohablantes a aprender el español para entenderse con los hispanos? ¿O que en el país vascofrancés – Francia es sin duda un país democrático– los desconocedores del euskera lo tuvieran que aprender obligatoriamente para que los vascoparlantes no se sintieran “discriminados” ante la Administración?
¿Cuál es ahora el motivo aducido por el Gobierno nacionalista vasco, incluido Madrazo, que todavía no sabe euskera, para perpetrar este ‘lingüicidio’?: que los alumnos no dominan el euskera cuando terminan su escolaridad obligatoria. Si esto es así, que lógicamente tiene que serlo por el entorno castellanohablante en que vive la mayoría de la población vasca y por la propia dificultad de dominar, no sólo “chapurrear”, una nueva lengua, lo procedente sería cambiar ese objetivo educativo inalcanzable. Pero no, al contrario, se incrementa la presencia de una lengua que no es vista como útil por una mayoría de niños vascos que se manejan perfectamente en su vida en español, lo que, dicho de paso, no tiene nada de malo. Porque, ¿en qué lengua son las reuniones del Gobierno vasco?
En Puerto Rico donde existe también un bilingüismo oficial no motivado ya que la mayoría es castellanohablante, se han practicado políticas similares y los resultados han sido muy pobres. ¡Y la lengua a reforzar es el inglés! En Canadá, uno de los modelos bilingües de más éxito, el francés de los anglófonos no supera en muchos estudiantes el nivel básico de una comunicación rudimentaria. Aquí los estudios sobre los modelos arrojan unos conocimientos de euskera muy bajos. Por cierto, el creador de la filología vasca contemporánea, el lingüista, que no político-lingüista, Koldo Mitxelena, repetía que imponer el conocimiento y uso del euskera mediante coerciones políticas o de otra índole sólo contribuiría a acelerar su extinción.
Por lo demás, se utiliza el argumento falso de que todos los alumnos deben dominar las dos lenguas. Éste en todo caso será un objetivo educativo que como otros (dominio del inglés, de las matemáticas, etc.) lo ha incumplido, lo incumple y lo seguirá incumpliendo una buena parte del alumnado. Por ley, la única lengua que debemos aprender es el castellano; el aprendizaje del euskera es un derecho, no un deber. Las leyes no son justas por el hecho de que una mayoría exigua las apruebe: serán normas legales pero ilegítimas. Es necesario un consenso social para decidir sobre estas cuestiones que atañen, como la libertad de conciencia, a lo más íntimo de las personas. Eso sin contar con el factor miedo omnipresente en nuestra sociedad ante la inconsciente (?) ceguera del nacionalismo.
Para el que suscribe, los partidarios de estas políticas educativas no están por el bilingüismo, ni tampoco por el monolingüismo euskaldún, porque saben que es imposible. Detrás de esta postura subyace la concepción nacionalista de la lengua como instrumento de poder, de control social. No quieren que la población vasca domine el euskera, quieren mantener esta ficción del bilingüismo porque son ellos, sus defensores, los que han conseguido y siguen consiguiendo mayores cotas de dominio, de dinero y de poder con una política lingüística sin justificación histórica, social o cultural. Y no lo quieren porque, si la mayoría de la población vasca hablara euskera, el poder que les da ahora su dominio desaparecería.
No sé si el currículum vasco se impondrá. Desde luego no será por la heroica lucha de los centros religiosos que quitan el modelo A “por el bien de nuestros hijos”. ¿Y por qué no hace 25 años? ¿Acaso ha cambiado la pedagogía? Estamos sin duda abocados no ya a una gravísima injusticia que va a recaer, está recayendo, sobre los niños y sobre las capas sociales más desfavorecidas, sino ante un problema de consecuencias incalculables, no sólo educativas, para el futuro.
(Javier Montaña Alonso es profesor titular de Didáctica de la lengua de la UPV)
Javier Montaña, EL MUNDO, 15/6/2008