ERNESTO LADRÓN DE GUEVARA – LA TRIBUNA DEL PAÍS VASCO – 28/05/15
· Es curioso cómo se ha implantado en todos los partidos la idea identitaria, y el euskera (catalán, gallego…) se ha convertido en el molde matriz para configurar esa cosmovisión acrítica y carente de todo análisis racional y objetivo.
En una ocasión, un político muy conocido me dijo que la política era fundamentalmente emoción, sentimiento, y muy poco raciocinio o razón. Que todo lo que trasciende al hipotálamo está condenado al fracaso. Gustave Le Bon, en su obra “La psicología de las masas” advertía que el cuerpo social se mueve como un organismo vivo, con sus propios impulsos y motivaciones, la mayor de las veces irracionales, donde los individuos se disuelven en la masa. Y que en demasiadas ocasiones estas oscilaciones colectivas contienen lo mejor o lo peor, pocas veces se regulan en un grado equilibrado y equidistante de los extremos. Y eso lo saben los partidos políticos. Por eso tratan de movilizar los sentimientos y no buscan soluciones reales a los problemas, sino la conquista del poder aprovechando las pulsiones emocionales.
En este terreno se mueve el euskera.
Para los nacionalistas, como bien lo definió Krutwig, superada la etapa racista, es el euskera –o el catalán- el hilo conductor de la elaboración mental de la pulsión nacionalista, de la identidad en su expresión más abstracta e intangible.
El euskera, junto al adoctrinamiento a través del sistema educativo y los medios de comunicación propios, es el instrumento para socializar a las masas y convertirlas a la falsedad histórica de considerar a los vascos nietos de Tubal o nacionalidad redentora.
Nadie duda de que el euskera es un patrimonio a proteger, una joya lingüística de orígenes imprecisos. Pero de ahí a convertirlo en tótem, en tabú del que no se puede hablar ni cuestionar política lingüística relacionada hay un trecho. Solamente los pueblos más atrasados y antiguos se mueven en ideas supersticiosas. Y cuando se comenta que sobre el euskera no se puede hablar, pues queda fuera del marco político, se está diciendo eso. Que las políticas lingüísticas que sustentan la euskaldunización como fin y objeto de la escuela, de la administración y de formación del espíritu nacional, son una idea supersticiosa. Es decir que cualquier cuestionamiento va a traer sobre el pobre sujeto que lo pretenda todos los rayos y males de la justicia universal.
Se ha dicho hasta la saciedad que las lenguas no tienen derechos, que son las personas las que los detentan. Se ha afirmado hasta la extenuación que ninguna lengua merece la pena de sacrificar a individuos particulares en el altar del nacionalismo colectivo. Que los derechos individuales están por encima de los llamados colectivos, de definición imprecisa e infundada desde el derecho positivo y más aún desde el derecho natural. Se ha dicho que hay que respetar las comunidades naturales y su idiosincrasia, que es lo mismo que admitir que dentro de la llamada Euskadi hay diferentes subrregiones con características particulares, pues, en caso contrario, no se hubiera puesto en laLey de Normalización del Uso del Euskera referencia alguna a la realidad sociolingüística y cultural de cada zona.
Pero no se nota nada que se hayan dicho tantas cosas, pues seguimos en la vuelta de tuerca de la presión nacionalista, con el beneplácito o el asentimiento borreguil de partidos como el PP o el PSOE, por no nombrar al resto de opciones políticas que no se atreven a cuestionar este tipo de políticas, lo cual me parece aberrante y escasamente democrático.
Se podrían poner infinidad de ejemplos de vulneración de derechos individuales, sin que ningún partido, y cuando digo ninguno digo es ninguno, haya movido un dedo para evitarlo. Pero solamente voy a referirme al último caso que ha saltado a un medio de comunicación (“El Correo”). Leo el segundo titular: “Familias de alumnos inmigrantes denuncian que no se ha permitido a sus hijos estudiar en castellano ni pedir la exención de ser evaluados a pesar de que tenían derecho”.
La construcción nacional no lo justifica todo, o no debe ser motivo para cargarse los más elementales principios del respeto a la persona. El uso del euskera como rodillo para construir el imaginario colectivo debe ser censurado, recriminado y combatido.
Y no digo más por el momento.