Ignacio Camacho, ABC, 7/8/12
Txakurra es un término nazi. Expresa una carga de odio que deshumaniza al adversario como paso previo de su eliminación física
FUERON los socialistas vascos los que durante los años de plomo acuñaron el término de euskonazispara referirse al conglomerado batasuno-etarra. No era un mal hallazgo porque expresaba con claridad el concepto de exclusión étnica que contiene el proyecto radical abertzale, aunque eludía de manera consciente su inspiración ultracomunista. Eran otros tiempos, en todo caso, antes del «proceso de pazzzzzzz» zapateril y de que Txusito Eguiguren, Odón Elorza etaltri descubriesen que los miembros del brazo político terrorista eran en realidad pacifistas algo trastornados, buenos chicos en el fondo, colegas de izquierda con los que se podía tomar café y hasta llegado el caso gobernar juntos si renunciaban, como quien deja de fumar, al feo vicio de liquidar al adversario. Luego el Tribunal Constitucional vendría a darles grossomodo la razón en una sentencia —fallo en su sentido más literal— que legalizó al primer partido nacionalsocialista de España.
Txakurra es también un término nazi. Significa perro y expresa una carga de odio que deshumaniza al antagonista como paso previo de su eliminación física. Al utilizarlo en una de sus conversaciones carcelarias —reveladas por ABC— para referirse a los agentes de seguridad y a «sus putas familias», Arnaldo Otegi muestra al mismo tiempo la naturaleza miserable de su personalidad y el carácter totalitario, excluyente, de sus objetivos políticos. La cosa no pasaría de un siniestro retrato moral del personaje —un vulgar etarra en comisión de servicio— si no fuese porque los guardias en cuestión, y sus mujeres e hijos, han sufrido con larga, recurrente y sañuda pertinacia la persecución violenta decretada por la banda y sus cómplices como parte de un preciso plan de exterminio. Un designio destinado a provocar la socialización del miedo, a extender la coacción como instrumento de dominancia.
Lo que revela la frasecita del presunto Mandela vasco es que ese proyecto de dictadura identitaria sigue en marcha más allá de treguas y desistimientos; nada ha cambiado en la estructura moral de los batasunos después de su acceso a las instituciones y su ambigua renuncia a la violencia armada. La intención rupturista está intacta, y con ella el propósito de arrinconar al disidente estigmatizándolo como enemigo en un proceso de limpieza étnica. Al proponer, como líder en la sombra —literalmente— del núcleo tardoetarra, una estrategia frentista contra la recuperación de los derechos de los exiliados vascos, Otegi ha emplazado al Partido Socialista a una respuesta sin posibles elusiones. Un no al voto de la diáspora, en la que tantos militantes de la izquierda se vieron arrastrados, supondría un sí
defacto a esa coalición anticonstitucionalista que sugiere a la desesperada el vicario mayor de la banda. Con los euskonazis o contra ellos: un buen dilema para el ex ministro de los txakurras Pérez Rubalcaba.
Ignacio Camacho, ABC, 7/8/12