Eduardo Uriarte-Editores

Estaba cultivando mi pesimismo ante la realidad política que padecemos, incluso antes de observar a Pedro Sánchez purgar a la moscovita su gabinete, cuando me llegó el reciente trabajo de Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuerte, “Nuevo Retablo de las Maravillas”, editorial Triacastela.

Gran y pormenorizado trabajo el de los dos académicos. Pero al realizar un tan detallado relato, y un amplio análisis, sobre la multitud de defectos que observan en nuestro sistema, al ver todos los achaques políticos juntos, me he sobrecogido aún más.  Porque el diagnostico que realizan de nuestra realidad política está muy fundado tras compararlo con constituciones e instituciones de nuestro entorno. Más vale soportar y embridar el pesimismo porque el “retablo de las maravillas” que presentan al lector es demoledor y acertado.

Yo creía que ese estado de ánimo ante el Desastre era exclusivo de la Generación del 98, del pasado, pero debo de aceptar que tras los disparates que la partitocracia nos ha brindado, culminados por la acción del socialismo español en los últimos años, la sensación de llevar al desastre lo que durante unos años funcionó con ilusión y grandes resultados para la ciudadanía, lo destruido, derrochado, malgastado, y conducido a un callejón sin salida, nos devuelve al ensimismamiento y a la desesperación. Si pones la radio y escuchas a nuestras máximas autoridades políticas vuelves a pensar que nuestros males vuelven a ser aquellos, los que mi generación superó, para colmo sin esperanza alguna en el regeneracionismos, porque sabemos que  acabó en el rosario de la aurora del treinta y seis.

Uno se escandaliza, ¡qué caos es esto!, viendo arremeter a toda una ministra y magistrada, Margarita Robles, contra el Tribunal Constitucional y achacarle falta de sentido de estado. Cuando desde el Gobierno, además de llamar desde sus partidos fascista al que no coincide con lo que propone, se le empieza a denunciar al resto de las instituciones del Estado de falta de sentido de estado, es que estamos en la antesala del totalitarismo, camino de destrozar la convivencia democrática. Parece que el modelo socialista español para su supervivencia tras la crisis del Muro es el chavismo,

Siempre me ha repugnado observar el pasado y su conclusión presente desde un plano idealista. Marx me lo hubiera reprochado (pero el también caía en él una y otra vez, le pesaba demasiado Hegel), pero no cabe duda que eruditos historiadores marxistas aceptaron observar el devenir de los pueblos como un proceso ideal. Vilard y muchos otros encontraron el origen de España en la reconquista y su prolongación en América y Filipinas. Una nación volcada en su expansión hasta que los avatares liberales (a los que España se aplicó contradictoria y dolorosamente) le fueron desvistiendo de su pasado, de sus territorios, de su esencia, y el desastre de Cuba inaugura el futuro desastre, la ruptura en el origen, en la Península, con el surgimiento del secesionismo catalán y vasco.

Hubo un liberalismo nacional y patriótico, pero el peso del sectarismo cainita inaugurado en la Guerra de la Independencia convirtió a nuestros partidos no en formaciones liberales sino en montaraces partidas (que son lo de ahora). Para colmo la izquierda española rezuma anarquismo, le importaba un pito España como nación -como al secesionismo un comino su gobernabilidad-, lo importante era la tea y quemar iglesias. Pi i Margall metió en su formulación federalista su antítesis anarquista y el resultado fue el cantonalismo. El devenir partidista hizo que el Estado de las autonomías, al introducir en un mismo marco federalismo y derechos históricos, liberalismo y su contradicción tradicionalista, acabara en este caos. El único que puede converger ideologías antagónicas es un dictador, como Franco, jerarquía que anhela Sánchez, con su FET y de las JONS.

Pero volviendo al magistral retablo que nos brindan Sosa y Fuerte, vemos cada aspecto fundamental de nuestro ordenamiento, en un apropiado hilo literario cervantino, mancillado y deteriorado por nuestro reciente pasado político. Dos ejes crucifican nuestra Constitución, la partitocracia, que secuestra la democracia a la ciudadanía, y la caótica descentralización territorial, consecuencia de la primera, que desarticula el encuentro ciudadano. Y así, alrededor de cuatrocientos epígrafes se erige el retablo, los defectos de nuestro sistema, y que debieran ser aldabonazos en la conciencia de tanto socialista que servilmente soporta la voladura de nuestra convivencia política. O seguid ensimismados hasta el desastre que viene.