El Correo-JAVIER ZARZALEJOS

No hay razones para confiar que haya más posibilidades de un Brexit ordenado, con el aval de un amplio acuerdo del Parlamento británico, tras la prórroga aceptada por la UE

Onosotros o el caos», decía el orador en la viñeta de Ramón. «¡El caos, el caos!», gritaba la multitud. «Da igual, también somos nosotros», zanjaba el orador. Este bucle caótico, este laberinto que se resiste a ofrecer una salida, se ha hecho presente estos días en el acuerdo del Consejo Europeo que ha aceptado conceder una nueva ampliación del plazo para que el Reino Unido abandone la Unión. Aún es teóricamente posible que los británicos se vayan antes del 22 de mayo. Posible, pero en absoluto probable, dado el rechazo reiterado al acuerdo de salida presentado tres veces por la primera ministra, Theresa May, a la Cámara de los Comunes y tres veces tumbado con estrépito. Con el nuevo plazo, los británicos dispondrán de mas tiempo –hasta el 31 de octubre– para mantener el suspense sobre su salida. Los socios europeos se han encontrado ante el dilema de elegir entre el caos de un Brexit sin acuerdo o la ampliación del plazo. Han optado por la ampliación del plazo y podríamos encontrarnos dentro de unos meses con que dará igual porque el plazo no evitará el caos.

Mientras tanto, pasarán algunas cosas relevantes. Si el Reino Unido no se va antes del 22 de mayo, tendrá que celebrar elecciones al Parlamento Europeo. De los 74 eurodiputados que han de elegir los británicos, una buena parte de ellos vendrán a aumentar el número de populistas euroescépticos que quieren trasladar a la Cámara de Estrasburgo las presiones regresivas que los electorados nacionales están expresando en relación con el proyecto de construcción europea. Mientras en el continente se fantasea con la posibilidad de que un segundo referéndum rectifique lo que decidió el primero, los partidarios de la salida británica van a convertir las elecciones europeas en un nuevo plebiscito que exhibirán como la ratificación de la ruptura con la UE. De este modo, el nuevo plazo, pensado como una terapia de enfriamiento de los ánimos que pudiera permitir la reconsideración del Brexit, se va a convertir en una ocasión inapreciable para el fortalecimiento político y electoral de aquel.

En Bruselas temen, con razón, que los británicos sean un factor disfuncional durante el tiempo que les quede. May se ha comprometido a no perturbar el funcionamiento de la Unión. Ocurre que, aunque las garantías de la primera ministra sean sinceras, no son creíbles. Si May ya ha demostrado que está muy lejos de controlar su propio partido en el Parlamento británico, difícilmente puede asegurar que lo controlará en el Parlamento europeo. De ahí que el acuerdo de ampliar el plazo se apoya en una base tan débil como el voluntarismo de la primera ministra, carente de una hoja de ruta mínimamente convincente para salir de este embrollo.

Hasta ahora, la Unión se ha quedado al margen del enredo británico. Ha mantenido una posición firme y compartida, un calendario claro de salida y una disposición flexible en el deseo de evitar el temido Brexit sin acuerdo. Ahora las cosas han cambiado y es la propia Unión la que, en alguna medida, se contagia de la incertidumbre que genera la política británica. Londres puede irse antes del 22 de mayo, o el 31 de octubre, o tal vez más tarde, porque el presidente del Consejo, Donald Tusk, no excluye una prórroga mas larga. La UE cede el control del calendario a un curso errático de los acontecimientos, a una personalidad extremadamente débil como May y a un Gobierno como el conservador al que las elecciones al Parlamento británico y el apetito laborista para forzar elecciones generales van a debilitar aun más si cabe.

Las razones de prudencia para aceptar la prórroga han encontrado en Alemania su portavoz más eficaz entre los dirigentes europeos. Y no puede decirse que esas razones sean infundadas. May no habría aguantado la derrota política que hubiera supuesto el rechazo a su petición. A la Unión se le habría visto como responsable de un Brexit sin acuerdo, cuyas consecuencias sólo son parcialmente previsibles. Además, si existiera una mínima posibilidad de favorecer que los británicos reconsideraran su decisión de irse, ¿por qué no darle una oportunidad?

El problema es que ninguna de estas razones debería haber excluido la contrapartida por parte de Londres en forma de una posición constructiva de conservadores y laboristas, y de un compromiso firme de encontrar un acuerdo en la actual negociación entre Theresa May y Jeremy Corbyn. Lo preocupante no es que se haya dado más tiempo, sino que este acuerdo está motivado por la debilidad de May, por su falta de control del proceso político y legislativo, del Brexit, y por el progresivo agotamiento de las diversas opciones que ha ido manejando, sin que ninguna de estas haya conseguido plasmarse.

Lo cierto es que no hay razones para creer que hayan aumentado las probabilidades de un Brexit ordenado, basado en un acuerdo amplio del Parlamento británico. La prórroga no es la solución, ni siquiera se puede pensar que sea una parte esencial de la solución. Creer que el tiempo por sí mismo es capaz de resolver los problemas suele ser un error; atractivo, pero error, al fin y al cabo. Pocos en la UE desean la salida del Reino Unido. Muchos confiaban en que el referéndum no produjera el cataclismo y después muchos creímos que las instituciones representativas del Reino Unido serían capaces de reconducir las cosas. Todas las esperanzas en la capacidad británica para evitar este desastroso desenlace han sido sistemáticamente defraudadas. Así que ahora podemos esperar, pero no hay razones para confiar.