Luis Garicano-El País
La economía catalana es muy vulnerable ante la continuidad de la actual espiral nacional-populista.
Pese al fuerte encontronazo del procés con la realidad, los procesistas siguen poniendo en peligro la prosperidad económica de Cataluña con sus estrambóticos planes. Cuatro de sus supuestos básicos han resultado ser rotundamente falsos. Primero, que era posible crear una hacienda propia porque las empresas no cambiarían su sede social y fiscal ante un aumento de la incertidumbre sobre la posición de Cataluña en España y la UE. Segundo, que el resto del mundo reconocería a una Cataluña independiente. Tercero, que un estado español patoso provocaría una enorme reacción social e internacional con cualquier defensa de la legalidad vigente mediante la aplicación del 155. Cuarto, que a efectos internacionales parecería que “un sol poble” quería urgentemente la independencia, porque la mayoría opuesta a la deriva ni se movilizaría, ni se organizaría para detener el procés.
Desgraciadamente, el hecho de que los supuestos clave para su estrategia fueran falsos no ha alterado un ápice el programa de los partidos separatistas. En sus propuestas electorales la “lista Puigdemont”, ERC, y las CUP proponen escalar aún más el enfrentamiento con el estado. Mientras ERC habla de “recuperar la vía unilateral”, JxCat habla de que Puigdemont es el “presidente legítimo.”
La CUP, como siempre, lleva las políticas propuestas por los independistas a su única conclusión lógica. Ante la pregunta “¿qué proponen para que las empresas vuelvan y la economía no se resienta?” en ‘El Matí de Catalunya Ràdio’, el candidato de la CUP Carles Riera dio una respuesta que fue, cuando menos honesta: “Queremos nacionalizar los sectores estratégicos de la economía productiva. (…) Toda empresa pública es una empresa que no marchará de Cataluña”. O sea, la solución para evitar que las empresas se vayan es ¡expropiarlas! No hace falta recordar que la CUP es indispensable para conseguir la mayoría independentista que las tres listas vuelven a plantear.
Frente a estos desquiciados planes, es crucial que nadie se llame a engaño sobre la extrema vulnerabilidad de la economía catalana ante la continuación de una espiral nacional-populista. En la economía globalizada de hoy en día familias y empresas pueden mover con facilidad inversiones, financiación, comercio, y turismo, desde una ciudad, región o país hacia lugares más seguros y atractivos. En la expresión del columnista del New York Times Tom Friedman, “el mundo es plano”.
Esta libertad del capital y el comercio para moverse sin barreras es aún mayor entre comunidades de un mismo país, como nos ha mostrado la masiva salida de empresas de catalanas en dos meses. Mientras que, año y medio tras el referéndum del Brexit, ninguna gran empresa del Reino Unido ha anunciado un cambio de sede social, en Cataluña, más de 2500, el 85% de la capitalización bursátil de las empresas catalanas, lo han hecho. ¿Por qué? Salir del Reino Unido supone cambiar de sistema legal, de idioma, de sistema de contratos de todo el personal. Cambiar de una provincia a otra de España no supone nada de eso. La empresa se encuentra con el mismo sistema impositivo, la misma normativa corporativa y laboral. A poco que una porción del territorio se haga poco atractiva, el movimiento puede ser casi automático. Dentro de un mismo país, “el mundo es aún más plano.”
Salir del Reino Unido supone cambiar de sistema legal, de idioma, de sistema de contratos… La empresa catalana que cambia de región se encuentra con los mismos sistemas impositivo, corporativo y laboral
Pensemos por ejemplo en el World Mobile Congress. Si Cataluña continua siendo inestable y conflictiva, es fácil imaginar las agresivas campañas de Amsterdam o Milán o Niza para atraerlo y las tentadoras ofertas de otras ciudades españolas. De la misma forma que el congreso de telefonía móvil, cada inversión es susceptible de un cálculo similar. El inversor está obligado a pensar “¿cuánto me juego si esto degenera?”. Ante la existencia no de una, sino de miles de alternativas, en el resto de España y en Europa, las decisiones son fácilmente predecibles: muchos deciden irse.
Y no es solo el inversor el que se lo plantea. Las empresas catalanas que han cambiado su sede tienen centenares de trabajadores que solo quieren hacer su vida, darle a sus hijos una buena educación donde el énfasis sea en que aprendan, volver a disfrutar de las cenas y los amigos sin tensiones absurdas. Si eso resulta ser imposible en Cataluña, elegirán mudarse a sus nuevas sedes.
Ni siquiera el sector público puede vivir a espaldas de la realidad económica. No es posible mantener los niveles de sueldo y empleo público si la actividad económica y la recaudación de impuestos están en caída libre. También los funcionarios públicos deben plantearse cuanto tiempo podrá Wil E. Coyote andar por el vacío sin caerse de bruces.
En definitiva, es precisamente su pertenencia al enorme mercado único europeo la que hace a Cataluña extremadamente vulnerable a la deriva que pretenden los nacional populistas. Ni la inversión, ni el comercio exterior, ni el turismo, ni las sedes físicas de las empresas, aguantarán en una Cataluña sin ley ni orden, sin seguridad jurídica hacia el futuro, y sometida a una crispación social creciente por los que quieren romperlo todo.
Es posible una Cataluña próspera, moderna, e integrada en Europa, que recupere la paz social y el liderazgo económico despilfarrado por los populistas. Para ello solo es necesario que la razón vuelva a imperar. Los castillos construidos por los independentistas han demostrado existir solamente en su imaginación. Es el momento de regresar a la realidad.
Luis Garicano es responsable de Economía y Empleo de Ciudadanos y profesor en IE Business School y en la London School of Economics.