Editorial – EL MUNDO – 3/6/11
ZAPATERO DIJO ayer por la mañana que el Gobierno deseaba «fervientemente» el acuerdo de empresarios y sindicatos sobre la negociación colectiva, aunque estaba dispuesto a legislar si las conversaciones de los agentes sociales no llegaban a buen término. Por la tarde, supo que iba a tener que aprobar un decreto-ley que le puede traer muchos quebraderos de cabeza. A él, al candidato Rubalcaba y al PSOE.
Porque la ruptura de la negociación en la última de las reformas clave que quedaban en el ámbito laboral supone mucho más que el mero levantarse de una mesa con ánimo de volver a sentarse en unas semanas o meses. CEOE ha jugado correctamente sus cartas y ha planteado una reforma exigente como única solución para cambiar la dramática situación del paro en nuestro país.
Lo decía Juan Rosell cuando se quejaba de que les ha faltado «esfuerzo pedagógico» para explicar a los sindicatos los efectos de sus propuestas. Los empresarios han salido escaldados de una edulcorada reforma laboral que no ha sido eficaz y han planteado unas exigencias de flexibilidad en los convenios –incluida la limitación de su prórroga automática–, junto con otras cuestiones como el absentismo, la vinculación de las subidas salariales a la productividad o la regulación de las mutuas patronales, que las centrales han considerado inaceptables porque suponían retroceder en los derechos sociales. Es cierto que CEOE ha endurecido sus posiciones –la cúpula empresarial ha presionado a Rosell para hacerlo– al ver la debilidad del Gobierno tras las elecciones municipales y autonómicas y que su presidente no atendió los requerimientos de Zapatero de seguir negociando, pero lo esencial no es dilucidar de quién es la culpa de la ruptura de las conversaciones. Cinco millones de parados son cinco millones de razones para pensar que con las leyes actuales es casi imposible crear empleo y por tanto urge modificarlas cuanto antes. La mejora del desempleo en mayo conocida ayer es más fruto de la estacionalidad que del dinamismo del mercado laboral.
Éste es el reto que tiene ahora planteado el Gobierno: aprobar una reforma de la negociación colectiva profunda y eficaz –a lo que se ha comprometido con la Unión Europea– lo que supondrá en la práctica colocarse al lado de los empresarios, o conformarse con unos cambios superficiales, preferidos por los sindicatos y que, como se ha demostrado en la reforma laboral, no son ni siquiera un parche para el problema del paro.
Cuando anunció que no sería candidato en 2012, Zapatero dijo que se quedaba en la Presidencia del Gobierno y no adelantaba las elecciones porque tenía que terminar las reformas pendientes. Desde este periódico criticamos la decisión, que no suponía más que alargar la agonía de su Gobierno. Y el presidente se ha mantenido en su errado planteamiento tras el desastre del PSOE en las elecciones del 22 de mayo.
¿Serán capaces ahora el presidente Zapatero y el vicepresidente Rubalcaba de tomar una medida manifiestamente impopular como la profunda reforma de la negociación colectiva que necesita el país? ¿Pensará el presidente Zapatero en el perjuicio que le puede ocasionar al candidato Rubalcaba la decisión? ¿Aceptará sin más el candidato Rubalcaba el desgaste que le va a suponer la contestación social que generará la medida? En definitiva, ¿van a pensar los dos dirigentes en el interés de España o en el del PSOE al aprobar el decreto-ley el 10 de junio? Por eso, la reforma de la negociación colectiva servirá para examinar la coartada de Zapatero para no abandonar el poder. En unos días veremos si se ha metido en un callejón del que sólo puede salir con el adelanto de las elecciones generales.
Editorial – EL MUNDO – 3/6/11