Ignacio Camacho-ABC
- Con su efectismo de tintes melodramáticos, Moncloa ha abierto en canal la estrategia de seguridad del Estado
Iván Redondo no era un hombre, era un estilo. Una concepción de la política como montaje propagandístico que casi un año después de su despido sigue siendo el único eje conceptual del sanchismo. Cabe la duda de si ese método lo implantó él o lo traía ya de serie un Sánchez tan desprovisto de ideas como obcecado en el designio de alcanzar el poder a piñón fijo, pero de un modo u otro se ha convertido en el recurso exclusivo del que ante cualquier problema echan mano el presidente y todo su equipo. No hay contratiempo que no intenten resolver mediante la obsesiva invención de un ‘relato’, un esquema argumental capaz de justificar dislates, bandazos, mentiras y escándalos construyendo una narrativa falsa, un guion imaginario divulgado a través de un poderoso aparato mediático. Sólo desde la perspectiva ‘redondista’ es posible tratar de disfrazar un pacto vergonzante atribuyendo a Bildu «sentido de Estado» o presentar al jefe del Gobierno como víctima de espionaje en una abracadabrante -y suicida- sobreactuación de tintes melodramáticos. El dogma posmoderno de la hegemonía del espectáculo llevado al extremo de la autoinmolación para salir del paso.
Sucede que Redondo se equivocaba. Su arquitectura estratégica se sostenía sobre dos premisas básicas: una, que la fragmentación del bipartidismo garantiza que la alianza de las izquierdas y los nacionalismos siempre sume mayoría parlamentaria, y dos, que la atención de las masas en un determinado asunto nunca dura más de una semana y por tanto resulta viable difuminarla en una nueva trama sugestiva o una impostura bien escenificada. El desplazamiento de la sociología electoral hacia la derecha, patente en todas las encuestas, ha desmentido con claridad la primera y el propio Ejecutivo se ha encargado de desbaratar la segunda a base de exhibiciones patéticas de autorrefutación, contrasentido e incompetencia. Y ni siquiera aprendió la lección de su descalabro en la comunidad madrileña tras el bochorno de las amenazas fraudulentas, las balas en sobres y la navaja de un majareta. Todo lo contrario: el ministro Bolaños ha repetido el número fracasado elevándolo a la enésima potencia con la oportunista y banal manipulación de una posible intrusión extranjera.
Si Moncloa pretendía ganar el favor o la compasión de la opinión pública con esa maniobra efectista, el resultado se cifra en una monumental rechifla. Si el objetivo consistía en revertir el impacto de las escuchas a los socios nacionalistas basta observar la reacción de éstos para dar la misión por fallida. Si se trata de preparar -¡¡otro relato!!- el cese de la directora del CNI como chivo expiatorio, ha dejado al servicio de inteligencia expuesto, dentro y fuera del país, a un desprestigio histórico. Y si todo eso fuera el precio de construir otro escudo provisional al presidente no podría haber alumbrado nadie mayor despropósito.