Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La superposición de los efectos de la pandemia con los derivados del inicio de la guerra en Ucrania agrandaron las urgencias del gasto público. Aliviados con la eliminación de los corsés presupuestarios decididos por las instituciones europeas, los gobiernos tuvieron que hacer frente a la proliferación de peticiones de auxilio, procedentes de una ciudadanía asustada ante un enemigo desconocido y de unas empresas acosadas por las subidas de costes y los descensos de la demanda. Pero había dinero para todo ello, proporcionado por los planes de ayuda europeos y por la inagotable capacidad de endeudamiento que garantizaba el BCE.
Después vino una época de fuertes subidas de precios impulsada por los costes de la energía. Pensamos, equivocadamente, que habíamos superado la época de los grandes desarreglos en los precios debido a los efectos deflacionistas provocados por la globalización. Nos equivocamos. La inflación fue un desastre para todos, menos para los gobiernos. Erosionaba la deuda e inflaba las recaudaciones. Y nos volvimos a equivocar al olvidar que esos aumentos eran coyunturales y al dedicarlos a cubrir gastos de naturaleza estructural. Una gran capacidad de endeudamiento y un fuerte incremento de la recaudación conforman un panorama idílico para cualquier gobernante.
Ahora las cosas han cambiado. Ni el crecimiento de los ingresos va a mantener su esplendor, ni las exigencias sociales van a menguar su intensidad, que solo se sacia con el gasto. El Gobierno mandó el pasado domingo a Bruselas sus planes presupuestarios para 2024 y en el proyecto enviado se ha puesto la venda antes que la herida. A la vista de la reducción prevista de los ingresos ha decidido, por el momento, eliminar de ellos el compromiso de los gastos sociales implantados para paliar los efectos más dañinos de la inflación. Pero hablar de presupuestos antes de contar con un gobierno formado, sin conocer las exigencias de sus socios imprescindibles ni las cesiones que hará para contentarlos es un ejercicio muy arriesgado. Dudo mucho que en las negociaciones en trámite se contemple nada que suene a austeridad, nada que parezca un recorte y nada que se asemeje a un ajuste. Ninguna de esas tres palabras aparece en su vocabulario. Ser progresista obliga a ser condescendiente y ser muy progresista obliga a ser muy condescendiente. Así que puede apostar a que las ayudas ahora eliminadas aparecerán de pronto. ¿Por arte de magia? No, por exigencias del guion.